Felipe IV retratado por Velázquez
La memoria colectiva ha generado una imagen de Felipe IV como un rey frívolo y despegado de la política y la guerra, centrado sólo en el arte, la caza y las mujeres. Pero, avisa Alfredo Alvar Ezquerra (Granada, 1960), historiador y académico, no debemos dejarnos engañar por estos mitos: Felipe IV fue un gran rey, un verdadero hombre de Estado que, además, tenía una enorme sensibilidad hacia el arte y la belleza. Eso pretende demostrar en su libro Felipe IV, el Grande, que publica ahora La Esfera de los Libros."La culpa del mal nombre de Felipe IV es de los ilustrados y de los malos historiadores del siglo XIX -afirma el escritor-, además de la propaganda emitida por sus enemigos, tanto internos como externos, durante su reinado". Porque nadie como los españoles sabe despreciar su propia historia. Si nos ofrecen dos versiones de un mismo hecho, uno bueno y uno malo, acerca de algún episodio histórico, nos quedaremos siempre con el oscuro y vergonzoso, lamenta Alvar.
Pero hubo gloria en nuestro pasado, y, más concretamente, en el reinado de Felipe IV. Y mucha. No por nada se conoce a esta época como el Siglo de Oro. Culturalmente, nos encontramos con el momento más brillante, con los mejores escritores rondando la Corte española: Quevedo, Lope, Calderón, Cervantes algo antes… Además, el rey supo atraerse a los más ilustres pintores, destacando por encima de todo a Rubens y a Velázquez. El Museo del Prado es buen ejemplo de ello.
Precisamente, contemplar los retratos que Velázquez realizó del monarca puede ser una gran ayuda para comprender mejor la figura y la forma de ser de Felipe IV. A diferencia de los retratos de su padre, en él encontramos una gran austeridad, no hay elementos de lujo y ostentación, sino que predomina el negro y los escenarios neutros. No hacía falta reflejar la pompa de sus contemporáneos Luis XIII de Francia y Jacobo I de Inglaterra para demostrar la autoridad del rey. "A mí me generan rechazo la peluca o los pelos tan largos como las crines de caballo de finales del XVII, frente a la naturalidad asumida de Felipe IV", declara el historiador.
Esa fue otra de las características principales que caracterizan el reinado de Felipe IV. Su forma de ser era heredera de la tradición dinástica. Era un Rey Católico con todo lo que ello conllevaba. Tenía una fuerte conciencia religiosa, y eso le hacía vivir siempre torturado por sus pecados ("especialmente por su concupiscencia"). "El rey estaba convencido de que la verdadera religión era la católica romana y de que había que defenderla a toda costa. Creía firmemente que todo lo que sucedía era designio de Dios, y eso le hacía vivir en la esperanza de que, si seguían luchando por la fe verdadera, Dios les ayudaría y podrían superar los problemas". Pero esto le empujaba también a la angustia, ya que las desgracias que ocurrieran a su pueblo eran castigos que Dios les imponía por los pecados de su rey.
El peso de su linaje era muy fuerte y le obligaba a ser fiel a unos principios y a una imagen. Su padre, su abuelo y su bisabuelo habían sido los grandes paladines del catolicismo y él no podía hacer otra cosa que continuar con la lucha. "La política supeditada a la religión -explica Alvar-. Pero sus rivales eran otra cosa. Mientras que él se dejaba guiar por esa confianza en la Providencia, Luis XIII y Richelieu (y después Luis XIV y Mazarino) desarrollaban sus políticas mediante el pragmatismo.
Además, hay un problema añadido a la hora de juzgar históricamente la figura de Felipe IV: su valido el Conde-Duque de Olivares. "Era un personaje tan fascinante y poderoso, y ha tenido biógrafos tan buenos (como Elliott o Marañón) que ha acabado eclipsando al rey". Aunque ya en la época el poder que llegó a detentar Olivares suscitó las críticas de las malas lenguas. De hecho, Olivares sólo acompañó a Felipe IV durante 22 años de su reinado. Tras deshacerse de él ("un verdadero alivio que le permitió ser un poco más libre"), sobrevivió otros 22 años, en los que tuvo que hacer frente a crisis aún más graves que las que había afrontado junto a su valido.
Porque la vida de Felipe IV (que es de lo que trata el libro) estuvo marcada por la tragedia y la muerte. A los 16 años heredó el trono, habiendo perdido ya a su madre. Las guerras y las crisis que atravesó su reinado fueron tan difíciles como la más grave que hubiera existido hasta entonces (o incluso más): Portugal, la rebelión de los catalanes, las revueltas en Vizcaya o Nápoles... Murió su esposa y su heredero, el príncipe Baltasar Carlos, la gran esperanza de la Monarquía, un joven de buena presencia y gran formación (su padre se había ocupado personalmente y le había escrito muchos memoriales acerca del buen gobierno), por lo que se vio obligado a casarse con su sobrina Mariana de Austria, con quien concibió a Carlos II, el último representante de la Casa de Austria en la Corona de España, con quien se extinguió el linaje.
Con todo, ya en sus tiempos Felipe IV recibió el sobrenombre de "El Grande", "Rey Planeta" o "Rey Sol". Sí, Luis XIV copió el título de la monarquía española de Felipe IV, su tío y suegro. La idea de que fuera un "Austria menor" era inconcebible en sus tiempos, cuando era con mucho el rey más poderoso del mundo. Ese título deshonroso y las ideas de que fue un rey frívolo y que abandonó su reino en las manos de Olivares es una más de las aportaciones de la oscura mentalidad noventayochista que, dice Alvar, debe ser desterrada de nuestras mentes junto a la leyenda negra. Si bien es cierto que durante su reinado se atravesó la mayor crisis de la Monarquía, hubo también épocas de esplendor y gloria. Es importante no olvidarlo.