Karl Kraus
Ediciones del Subsuelo publica una selección de las más de 1.000 "glosas" que Karl Kraus publicó en Die Fackel, textos en los que el gran escritor austríaco arremete contra la prensa de su época.
De los viejos números de Die Fackel ha extraído y traducido Adan Kovacsics estas Glosas que ahora publica Ediciones del Subsuelo. No ha sido una tarea fácil teniendo en cuenta que Kraus escribió, se calcula, más de 1.000 piezas de este tipo. Las glosas fueron a partir de 1908 -año en que empezaron a aparecer en la revista- un género en sí mismo. Eran textos más o menos breves en los que Kraus atizaba inmisericordemente a la prensa, y en especial a la Neue Freie Presse, periódico liberal judío de Viena -el de mayor tirada durante la monarquía de los Habsburgo- que contó, entre otros, con colaboradores como Stefan Zweig, Theodor Herzl o Arthur Schnitzler.
Cuenta Kovacsics que con la selección ha querido trazar de algún modo las diferentes épocas de Die Fackel, así como sus temas centrales: "el lenguaje, el periodismo, la guerra y la hipocresía moral". También, añade, fue decisivo "el brillo que emanaba cada uno de los textos". Hay muchos ejemplos. Está esa obsesión de Kraus por patrullar los tópicos. "En épocas de bancarrota intelectual, lo que se emite en vez de la moneda ilustrativa es el papel moneda del tópico", escribe a propósito de las informaciones sobre la guerra que lee en los periódicos, todas ellas envueltas en frases hechas o en metáforas marineras. "Desde que los comerciantes superan escollos y los parlamentarios llegan a buen puerto, los almirantes dejan de hacerlo", ironiza.
También con la cursilería se divierte Kraus. Algunas citas aparecen desnudas, sin comentario suyo que las sancione, pero es obvio por qué están ahí. Bertold Brecht llegó a decir que a Kraus le valía una cita para pronunciar una sentencia. En otras ocasiones apenas un par de frases apuntalan una noticia dada, como esa en la que se nos informa -vía Neue Freie Presse- de que por tercera vez florece un manzano en una pequeña localidad al sur de Viena. "Es como si a un caníbal le asomaran lágrimas porque una náufraga ha llegado embarazada a tierra firme. No, peor aún: ¡como si la Neue Freie Presse se conmoviera porque un manzano florece!".
Kraus le atribuía al periodismo una responsabilidad principal en lo que ocurría; es decir, para él los periódicos provocaban los sucesos en vez de informar sobre ellos. El cuidado de lenguaje era en su opinión un asunto moral. "El periodismo era para él el ejecutor de la degradación de la lengua, el necesario cooperador verbal -por acción u omisión- de la violencia, el impulsor, finalmente, de una guerra mundial", explica Kovacsics.
Esa postura implacable hizo de Kraus un personaje muy atractivo en los mismos círculos intelectuales que él atacaba en sus textos y en sus lecturas públicas (dio unas 700 lecturas y conferencias, siempre a rebosar de público). "Lo leían con fervor Schönberg, Wittgenstein, Walter Benjamin y tantos otros", cuenta el traductor del libro. En los años veinte y treinta, con el Imperio austrohúngaro ya desaparecido, su ascendente se mantuvo intacto. Así, Rose Ausländer lo siguió leyendo allá en Czernowitz, a mil kilómetros de la vieja capital imperial.
¿Pero por qué Kraus sigue atrayendo hoy, cuando los temas, el mundo e incluso la influencia de la prensa -y de los llamados intelectuales- han cambiado tanto? "Él fue pionero a la hora de escribir contra el público, por así decirlo, en poner en la picota incluso a los amigos, en fustigar de manera implacable al propio país, como luego haría por ejemplo Thomas Bernhard", cuenta Kovacsics. Muchos de sus ataques eran personales, y solían repetirse hasta el punto de que los afectados -Felix Salten, Alfred Kerr o Moriz Benedikt, el editor de la Neue Freie Presse- terminaban compareciendo en los textos de Die Fackel como personajes de una misma novela satírica por entregas.
Sus críticas al mundo judío de la monarquía de los Habsburgo lo convirtieron más tarde en un personaje incómodo. Y más teniendo en cuenta su conversión al catolicismo en 1911, aunque once años después abjuraría de esta religión también. "Pese a todo, nunca dejó de ser profundamente judío", opina Kovacsics, que aprecia estos rasgos en "su permanente inclinación a la visión apocalíptica y al tono profético, pues nadie como él insertó en la modernidad la voz, la actitud y la furia de la profecía bíblica".
El matiz vendría en que para él la Ley no dependería de Dios, sino del lenguaje. "En cierta tradición judía, a la que él pertenece, las cosas son esencialmente lenguaje -explica el traductor-. Para Kraus, el mundo siempre se crea ‘por primera vez en la palabra'". En los años treinta, ya con los nazis en el poder en Alemania, Kraus reclamaría para sí un "judaísmo íntegro: como algo que, entre trogloditas y estraperlistas, descansa en sí mismo, sin ser perturbado por la raza y la caja, por la clase, la calle y la masa, en resumen, por ningún tipo de odio y encono".
Hay una glosa muy significativa en la que critica el mal uso del idioma tanto por parte de la prensa judía como por parte de sus enemigos, los "autóctonos", los nacionalistas alemanes a los que él llamaba trogloditas: "La disputa racial en tierras alemanas, que cierta justificación tendría si una raza reprochara a la otra el estropicio que hace con su lengua, debería haber acabado hace tiempo con el reconocimiento de que ninguna de las dos es capaz de hablar la lengua del país y de que a lo sumo se puede discutir cuál de ellas la maltrata más. Sin duda, sobre todo la prensa judía merece ser eliminada como corruptora del lenguaje, pero ¿qué sentido tiene, por otra parte, el grito de ‘¡Alemania, despierta!' si los autóctonos no son capaces de plasmar una construcción más compleja que este imperativo y su contrario?".
@albertogordom