Juan Soto Ivars. Foto: Cèlia Atset
Pongamos marco al nombre de Juan Soto Ivars (Águilas, 1985): su novela Siberia (2012) obtuvo el Premio al Mejor Autor Revelación en 2012 y un año después confirmó su estilo personal y su potencial narrativo con un segundo título, Ajedrez para un detective novato. No es un escritor fácil ni complaciente, ambiciona una voz propia -crítica y controvertida- y huye de convencionalismos que acorten sus intenciones. Crímenes del futuro, su tercera novela, lo corrobora. Se trata de una fábula críptica, apocalíptica y turbadora, y en este sentido, resulta una declaración de principios al representar un paso más en esa búsqueda de identidad y estilo personal: combina historias, tiempos y voces, realidad y ficción.Ahora expongamos las líneas de referencia sobre las que discurre tanta ambición. Por un lado está la elección de una ficción distópica (cuestiones éticas y morales relativas a nuestra reciente historia política y social) asentada en tres libros (independientes, si se quiere) vertebrados sobre una secuencia de tres tiempos: antes, durante y después de una guerra entre Los Decapitados (rebeldes) y el Ente (el Estado). Por otro, el eje vertebrador de cada "libro", la vida de una mujer distinta: Julia, la niña rural a quien una disputada beca ofrece la oportunidad de ir a Madrid para estudiar Derecho; al llegar conoce a un líder revolucionario que cambia el curso de su vida y de la historia. Eugenia, una modelo enamorada de un fotógrafo de moda, es la segunda mujer. Su aventura transcurre en una isla donde les deja un magnate de la moda con el cometido de hacer un reportaje de la rutina entre ambos durante una semana. Allí dentro el tiempo se detiene, sucede lo inesperado, la supervivencia impone sus normas… Mientras, fuera, "es" la guerra, que dura un año y medio. Después nada será lo que fue.
El tiempo nunca se para en esta novela, corre entre líneas mientras cada vida discurre por la pendiente de la Historia susurrando muchas otras; antes o después se sabrá la única verdad de todas ellas. La tercera es la de Plácida, la mujer ciega, hermana de un rebelde, condenada a cadena perpetua. Y en ese oficio de tinieblas que fue su vida, un día el Estado quiere compensarla por tanto dolor y le ofrece protagonizar un experimento que le devuelve la visión, nada más.
Estos son los hilos de los que ha de tirar el lector para hacerse con un universo narrativo concebido con inteligencia, aunque menos acertado en el tejido interno que da coherencia al conjunto. Pero sin duda, una propuesta interesante.