Image: Andrés Pascual, thriller entre viñedos

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Letras

Andrés Pascual, thriller entre viñedos

3 septiembre, 2018 02:00

Andrés Pascual. Foto: Justo Rodríguez

Después de ganar en 2016 de Novela Histórica Alfonso X el Sabio con Taj, el autor regresa con A merced de un dios salvaje (Espasa), una trama de suspense ambientada en una explotación vitivinícola de La Rioja.

Al norte de la península Ibérica, y al sur de las sierras cantábricas, se halla una región repleta de monumentos de alto valor histórico, ermitas románicas, necrópolis e impresionantes ruinas arquitectónicas que, a pesar de los avances tecnológicos, parece resistir el paso de los siglos. Un territorio cuyo interés turístico sobresale, incluso, en un país que parece sobrevivir gracias a su patrimonio cultural. Entre todas esas viejas reliquias prosperan los viñedos, fruto del trabajo y la dedicación de apasionados agricultores. El producto que generan estas plantaciones ha popularizado tanto en territorio nacional como extranjero a la región, que le concede su denominación de origen. Hablamos de La Rioja, un paraje de larga tradición histórica y cultural que ha encontrado en el vino y su producción la rúbrica a su identidad.

Después de haber recorrido los rincones más exóticos de medio mundo, Andrés Pascual (Logroño, 1969), ganador del Premio 2016 de Novela Histórica Alfonso X el Sabio por Taj (Espasa, 2016), regresa a su tierra para situar en sus pasajes vitivinícolas la trama de su nuevo libro, A merced de un dios salvaje. En la novela, un fotógrafo de prensa viudo y en su peor momento, se ve obligado a presentarse en el pueblo natal de su difunta esposa para reclamar la herencia de su hijo Raúl, aquejado de una enfermedad rara. Desde el mismo momento en que ambos ponen un pie en la Finca Las Brumas, la bodega de la familia materna del niño, las cosas comienzan a torcerse de un modo muy peligroso.

Pregunta.- A merced de un dios salvaje transcurre en San Vicente de la Sonsierra, un pequeño municipio de la comunidad autónoma riojana. ¿Qué tiene de especial La Rioja para convertirla en el escenario de una novela de misterio?
Respuesta.- Me apetecía jugar con el equilibrio perfecto entre un escenario idílico, el valle del Ebro de la Rioja Alta, con esas viñas que parecen peinadas a rayas, y el misterio y la inquietud que al mismo tiempo suscitan los calados milenarios de las bodegas, porque, si bien tenemos unas bodegas maravillosas que apuestan por la sofisticación, no hemos perdido en ningún momento el placer de seguir elaborando el vino por los métodos tradicionales. Antes bien, conservamos estos calados repletos de moho, de oscuridad, de humedad y de silencio, en los que no cabe sólo una novela de misterio, sino mil. Estas bodegas están enmarcadas en una comarca preciosa, pero al mismo tiempo son como si fueran seres vivos, como un protagonista más de la novela.

P.- ¿Cómo le ha resultado la experiencia de ambientar una novela en su tierra natal? ¿Se encuentra animado a emplazar más trabajos en ella?
R.- No sólo me encuentro animado a ello, sino que espero hacerlo, y muchas veces. Ayer me preguntaba un amigo si iba a escribir una trilogía. Le respondí: "¡No me la limites!". Lo que quiero es que A merced de un dios salvaje se convierta en la primera novela de una larga saga, que sería la Saga Rioja, porque tanto la tierra como los personajes tienen muchísimo más que ofrecer. Me siento muy orgulloso de mi tierra. He ido por los confines del mundo presumiendo del vino de Rioja, no sólo de nuestra frontera política, sino de todas las regiones que se encuadran en la denominación de origen en las comunidades vecinas, y quería hacerlo bien. Por eso esperé casi cuatro años a empezar a escribir esta novela desde que tuve la idea inicial, porque estaba esperando a que se manifestase la trama perfecta. Lo mejor de todo es que cuando escribí la primera línea, toda la carga de presión o de responsabilidad se desvaneció, porque me lo estaba pasando tan sumamente bien, y fluía todo de semejante forma, que la experiencia no ha sido en absoluto dolorosa, sino que ha sido en todo satisfactoria.

Andrés Pascual refleja en A merced de un dios salvaje un drama familiar propiciado por unas prósperas bodegas vinícolas riojanas, que despiertan las envidias y los conflictos entre aquellos que cohabitan a su alrededor. Las rancias relaciones que mantienen los personajes de Pascual, así como el peculiar paisaje en que éstas tienen cabida, sirven como perfecto subterfugio para una novela de intrigas y misterios.

P.- Las relaciones entre los personajes de A merced de un dios salvaje están repletas de secretos, traiciones e inquinas que trascienden las distintas generaciones. ¿Aún hoy, en pleno siglo XXI, continúan recordándose los "pecados de los padres"?
R.- El título de A merced de un dios salvaje precisamente hace referencia a esa carga que llevamos con nosotros de los "pecados de nuestros padres", y a ese supuesto destino del cual no podemos desembarazarnos. Frente a eso tenemos dos opciones: o hincar la rodilla y desesperarnos o sacar el héroe cotidiano que todos llevamos dentro y rebelarnos contra el destino. Obviamente, en los pueblos de La Rioja tenemos mucho más que traición, mucho más que sueños rotos o mucho más que envidias, pero lo que sí es cierto es que todos tenemos dentro un cielo y un infierno, y hay ocasiones en que la vida nos lo pone tan difícil que mostramos esa cara que nadie quiere ver. En este mismo sentido, en la novela hay dos elementos que son fundamentales y que responden a este espíritu: las familias afectadas por el síndrome de Dravet (una enfermedad rara de tipo epiléptico que padece Raúl, el niño protagonista de A merced de un dios salvaje) y las cepas de La Rioja. Ambas parten de una situación original muy precaria y en lugar de doblegarse frente a su supuesto destino son capaces de desplegar ese héroe cotidiano. Las primeras son capaces de enfrentarse a todo con tal de conseguir que sus hijos sean capaces de desplegar toda la luz que tienen, mientras que las segundas son capaces de producir el mejor vino del mundo a partir de la peor tierra del mundo.

P.- ¿Cuál es su relación particular con el síndrome de Dravet?
R.- Tuve la fortuna de que un día, hace años ya, visitando precisamente un viñedo con unos amigos que habían venido de Londres a conocer La Rioja, vi, paseando por allá, un niño que interactuaba de forma muy especial con su abuelo. No puedo decir exactamente por qué me llamó la atención, pero sí había un brote de sensibilidad que me cautivó. Mientras me estaba fijando en ellos, la madre de este niño se acercó a mi mujer porque habían sido amigas de colegio. Luego supe que Raúl, que es el nombre del niño real en que se basa el personaje, padecía síndrome de Dravet, y la mujer me explicó todo lo que acarreaba. Fue precisamente ese día, y no fue algo artificioso, cuando la novela cogió forma, cuando todas las piezas empezaron a encajar.

P.- ¿De ahí surgió la idea de la novela o la tenía ya pensada de antes?
R.- Sabía que quería escribir una novela en La Rioja, que no fuera una novela que tratara sobre el vino, sino que se enmarcara en el mundo del vino, en estas bodegas llenas de misterio, pero estaba esperando el momento idóneo, la trama ideal. Desde el instante en que Raúl apareció en mi vida, como autor y como persona, encendió una especia de chispa con esa luz que tiene que dio lugar a la trama de A merced de un dios salvaje.

P.- A merced de un dios salvaje… Parece evidente que todos estamos supeditados a los caprichos de esos dioses salvajes. ¿Cuál es su dios salvaje particular, el que más guerra le da?
R.- Qué malo eres (ríe), primero porque nadie me ha preguntado esto antes, y segundo porque no se me había ocurrido que alguien pudiera preguntármelo. Es que si de repente te digo que estoy en un momento extremadamente dulce, y que ni siquiera las cosas más terribles que me puedan ocurrir las considero malas porque creo que sería injusto quejarme de un miserable brote de mi vida, pues igual puede sonar presuntuoso. Pero es verdad que tengo, como todo el mundo, problemas de salud de vez en cuando, todos sufrimos pérdidas en la familia antes de lo que quisiéramos… pero se trata de contemplar a todos estos dioses, no desde la negación, sino con naturalidad, para integrarlos en nuestro universo personal y, a partir de esta aceptación, luchar contra ellos. Estoy seguro de que tengo un plantel de dioses salvajes igual de grande que el resto de la humanidad, pero de lo que sí puedo presumir es de haber alcanzado un nivel de paz, o de serenidad interior, que me permite bregar con ellos de forma mucho menos dolorosa.

Andrés Pascual, que comenzaba su andadura en el mundo laboral ejerciendo como abogado de familia durante veinte años en la comarca en que ambienta su última novela, es en la actualidad escritor y conferenciante profesional. Viajero apasionado, ha recorrido más de cincuenta países en busca de escenarios para sus novelas, de las que ha vendido cientos de miles de ejemplares, siendo traducidas a un total de ocho idiomas. Sus trabajos transitan desde la fábula de corte más fantástico (El oso, el tigre y el dragón, 2017) hasta la novela histórica (Taj, 2016), pasando por la intriga y el misterio, género en que más ha incurrido (El guardián de la flor de loto, 2007).

P.- ¿Qué autores considera que han influido más en su literatura?
R.- Desde la perspectiva más lírica, Alessandro Barico; desde la conceptual, Haruki Murakami; y desde el estilo narrativo, Stephen King. Te acabo de dar tres nombres que no tienen nada que ver para que comprendas que, cuando entro a una librería, lo paso francamente mal, porque nunca sé a qué estante dirigirme.

P.- Ha hablado de elaborar una Saga Rioja. ¿Ha creado algún personaje del que sienta que debe continuar escribiendo?
R.- Sí. De hecho hay varios que todavía tienen mucho que contar. Sí que me gustaría decirle a tus lectores que la novela empieza y termina, no tiene un "Continuará", ni unos puntos suspensivos, pero hay personajes que todavía tienen mucho que decir, y estoy deseando ponerme a escribir sobre ellos.