Niall Ferguson

¿Qué tienen en común la polarización ideológica de la actualidad con la expansión de las ideas de la Reforma o la Ilustración? En su libro La plaza y la torre (Debate) el historiador y escritor escocés responde: las redes, relaciones horizontales que son el contrapeso de las jerarquías.

"El estudio de la historia no es un estudio de anticuario, sirve para comprender el presente y tratar de anticipar o vislumbrar el futuro". Esta es la firme convicción del historiador escocés Niall Ferguson (Glasgow, 1964), uno de los más influyentes de la actualidad. Sin embargo, para el también escritor, estudiamos demasiado las vidas de generales, reyes y papas, los hitos de los Estados jerárquicos y nos fijamos muy poco en las redes sociales horizontales, que nos enseñan "cómo se transmitieron las ideas a lo largo de la Historia". Ferguson desarrolla esta teoría en La plaza y la torre (Debate), un estudio de la dicotomía entre redes sociales y estructuras jerárquicas, los dos platos de una balanza que no han recibido el mismo trato en la historia. "La historiografía tiende a centrarse más en las jerarquías que en las redes, porque son las primeras, a través de las instituciones, las que dejan registros o archivos que después pueden ser estudiados con mayor facilidad".



Una red da influencia, una jerarquía da poder, pero ¿qué es mejor? Pues depende, claro. El propio Ferguson, a pesar de destacar su "fuerte preferencia personal por las redes", reconoce que las jerarquías son necesarias. Pero el análisis de las redes aporta además, una pequeña revolución a nuestra visión de la historia, hace que nos replanteemos ciertos aspectos. Por ejemplo, permite que entendamos mucho mejor la masiva difusión de ideas que se dio en Occidente a partir del siglo XV, un momento plagado de similitudes con la actualidad en el que las redes comenzaron a erosionar las jerarquías. "El impacto de internet y del ordenador personal en las últimas décadas es similar al que tuvo en los siglos XV y XVI la imprenta. Entonces floreció una forma muy descentralizada de conocimiento, se alteró totalmente la esfera pública en Europa", explica el historiador. "Algo parecido ocurrió a partir de los 70, cuando los gobiernos ya no pudieron controlar totalmente los medios de comunicación. La gran diferencia es que todo ahora se produce 10 veces más rápido y un cambio que antes llevaba un siglo ahora se produce en una década.".



Pero todavía hay más similitudes. "A principios de la Reforma, cuando Lutero comenzó a diseminar sus tesis e ideas con la ayuda de la impresión de libros, consideró que esta nueva tecnología era totalmente positiva. Pero pronto resultó que esto aumentaba la polarización en la sociedad, provocaba conflictos religiosos y diseminaba ideas horribles como la caza de brujas. Lo que se puede ver en los siglos XVI y XVII es la polarización, las historias de noticias falsas, el mundo cada vez más pequeño y, por lo tanto, el contagio es capaz de propagarse mucho más rápido". Algo que también ocurre en la actualidad. La esperanza de Lutero suena muy parecida a la de Mark Zuckerberg, ese excesivo optimismo en torno a internet y las redes, esa panacea que iba a democratizar el mundo y mejorar nuestra vida.



Un apoyo inesperado

El Brexit o especialmente la victoria de Trump fueron una absoluta victoria de las redes frente a las jerarquías"

"Al principio nos prometían un mundo plano, igualitario, todos íbamos a ser ciudadanos de la red... Y bueno, no ha sido así". El problema para Ferguson es que, "al contrario que la imprenta, que todavía hoy se mantiene descentralizada a pesar de Rupert Murdoch, internet no lo ha hecho, los dueños de Google, Amazon, Facebook... han creado sistemas jerárquicos y casi monopólicos, lo que por ejemplo explica sus grandes fortunas". Pero estos jerarcas de las redes ofrecen un buen ejemplo de cómo éstas últimas pueden superar a las primeras. "Casos como el del Brexit o especialmente la victoria de Trump en las elecciones de Estados Unidos de 2016 fueron una absoluta victoria de las redes frente a las jerarquías. Fue una crisis de que cogió a muchos por sorpresa, especialmente a los politólogos. Para consternación de muchos, entre ellos sus propios empleados, Facebook ayudó en gran medida a Trump a llegar a la Casa Blanca".



Para Ferguson, estos hechos son ejemplos de que "estamos viviendo una paulatina transformación del sistema democrático, similar a la que supuso la invención de la imprenta, pero todavía no la hemos asimilado del todo porque no somos capaces de asumir que un cambio tan grande pueda suceder en una sola década desde la aparición de estas redes". Sin embargo, aunque es consciente de que nos internamos en una época de incertidumbres y cambios, el historiador no es apocalíptico como muchos y no teme que las máquinas lleguen a dominarnos en el futuro. "Estas empresas, y el mundo de la inteligencia artificial al que nos conducen, no debe verse de forma tan apocalíptica, porque independientemente de lo que se prediga, el ser humano reafirmará individualmente su libertad, su voluntad, y su derecho a ser estúpido y equivocarse, como ya dijo Dostoievski en Memorias del subsuelo.



En este sentido, Ferguson tampoco comparte la negra visión que compara la escalada populista actual con los complejos y a la postre desastrosos años 30 del siglo XX. "La analogía con los años 30 se ha repetido hasta la saciedad, pero no es acertada. Ni la crisis de 2008 fue como la Gran Depresión, ni el populismo es como el fascismo, no militariza a la sociedad ni invade países", defiende el historiador.
Ni la crisis de 2008 fue como la Gran Depresión, ni el populismo es como el fascismo, no militariza a la sociedad ni invade países"


"Nuestra época se parece más a lo que ocurrió a finales del siglo XIX, cuando el auge de la globalización provocó un brote nacionalista y autárquico en casi todos los países. Esa es la tradición de la que beben Trump y países como Hungría o Polonia. En general la política se elabora en un grave estado de amnesia, los historiadores en el poder son una rareza y ese déficit es muy dañino", se queja.



Jerarquías antibélicas

De lo que sí es partidario el historiador es de un debate candente a nivel mundial que precisamente estalló tras las elecciones estadounidenses y el Brexit: la necesidad de regular el excesivo poder de las redes sociales digitales. "No podemos dejar las cosas como están. El 80% de los estadounidenses se informa de las noticias a través de Google y Facebook. Es ridículo que empresas con tanto poder no estén reguladas. Ellos determinan lo que los usuarios ven y lo que no, y quien cree que Facebook o Google no usan ese poder es un soñador. Ahora mismo son fuerzas que desestabilizan las democracias", afirma rotundo el escritor. Sin embrago, también advierte de que "es muy difícil persuadir a los políticos de que algo tiene que cambiar, pero se debe llegar a un nuevo marco regulatorio que atienda fundamentalmente a dos aspectos: el primero, eliminar la exención de responsabilidad por los contenidos, y el segundo, que no tengan exclusividad en el derecho a decidir sus contenidos, pues ahora son ellas la esfera pública.



Al principio decíamos que no sabemos qué es mejor, si una red o una jerarquía. Sin embargo a nivel mundial el historiador, partidario de las redes como contrapoder, es muy claro. "¿Un mundo de redes puede ser jerárquico? Pues claro que puede, y debe serlo. ¿Cuál es la alternativa, convertir en una red fluida las relaciones internacionales y debilitar el Consejo de la ONU? Eso es muy peligroso, porque si intentamos manejar el mundo como manejamos Facebook habría una nueva Guerra de los Treinta años", advierte. En su opinión, "todavía deberíamos jerarquizar más el orden internacional. Ya tenemos un orden jerárquico legítimo, que es la clave, y debemos hacer que las cinco potencias principales trabajen juntas de forma más eficaz". Y da una pista. "Por ejemplo, hay que persuadir a los rusos para que firmen una convención que limite las guerras cibernéticas, igual que en su día se hizo con las armas químicas y nucleares".