Niall Ferguson. Foto: Dewald Aukema

Traducción de Inga Pellisa y Francisco J. Ramos. Debate. Barcelona, 2018. 656 páginas. 27,90 €. Ebook: 12,34 €

No cabe duda de que internet -con la ayuda de las enormes mejoras en el acceso y la potencia informática- ha tenido un efecto perturbador no solo en los negocios, sino también en la política y en nuestra vida cotidiana. Sin embargo, demostrar en qué ha consistido este impacto ha resultado extraordinariamente complicado. Las manifestaciones al respecto suelen ser exageradas. "Transformador" y "revolucionario" son adjetivos que gozan cada vez de mayor favor, sean aplicables o no.



La impresión de que hoy en día el mundo está cambiando más deprisa que nunca se ha convertido en una creencia generalizada. Ahora bien, la magnitud del cambio que se produjo entre el momento en que Estados Unidos entró galopando en la Primera Guerra Mundial y el lanzamiento de la bomba atómica seguramente fue más significativo que el que ha tenido lugar desde que se registró el nombre del primer dominio punto com. Con esto no pretendo restar importancia a los cambios radicales producto de la era digital, sino más bien recordar la importancia del contexto histórico a menudo ausente de la discusión.



La plaza y la torre, el nuevo libro del prolífico historiador Niall Ferguson (Glasgow, 1964), representa un gran avance hacia la corrección de esta omnipresente falta de perspectiva en relación con un concepto fundamental para la "revolución" tecnológica contemporánea: las redes.



La propia internet es una red de redes. La capacidad de comunicarse y hacer negocios en todo su vasto alcance carece de precedentes, y representa la infraestructura básica de lo que se ha denominado la "sociedad de la red". El libro de Ferguson no se limita a seguir la pista al empleo de la palabra "red" desde su introducción en las publicaciones en lengua inglesa a finales del XIX, cuando "apenas se utilizaba", hasta nuestros días, en los que, como señala el autor, apareció en 136 artículos del New York Times solo durante la primera semana de 2017. Antes bien, lo que se propone el autor es redefinir la historia humana como una pugna sin fin entre las épocas en las que predominaron las poderosas instituciones jerárquicas (la torre del título) para acabar socavadas por la influencia de las incipientes redes (la correspondiente plaza).



En el relato de Ferguson, las jerarquías reconstituidas se apropiaban invariablemente de las redes, y el proceso volvía a empezar. Por ejemplo, Ferguson sostiene que la imprenta fue la principal responsable de las tres "revoluciones basadas en redes: la Reforma, la Revolución Científica y la Ilustración", a las que siguió un periodo de 100 años de orden jerárquico internacional dominado por cinco centros (Austria, Gran Bretaña, Francia, Prusia y Rusia) que desembocó en la Primera Guerra Mundial. Sin embargo, las nuevas redes industriales, financieras y de comunicaciones que surgieron durante esa época no desmantelaron la naturaleza jerárquica del sistema. Según Ferguson, la estructura dominante sobrevivió a las dos guerras mundiales, y las décadas centrales del siglo XX representaron el "cénit de la jerarquía". Su relato muestra que la capacidad de gobernar estas y otras redes emergentes y de influir en ellas determinó cuáles serían los imperios que prosperarían en los órdenes jerárquicos reconfigurados.



No hace falta coincidir ciento por ciento con la redefinición que hace el libro de los puntos de inflexión sociales y políticos clave para encontrar el ensayo fascinante y convincente al mismo tiempo. Ya sea cuando describe la sorprendentemente ineficaz red de los misteriosos Illuminati del XVIII o la asombrosamente eficaz red de espías de la Universidad de Cambridge que trabajaban para los soviéticos en el siglo XX, el autor logra contar una buena historia y, a la vez, aportar información importante para comprender las cualidades específicas que alimentan las redes triunfadoras.



El libro pone de relieve qué distingue la eficacia de una red y qué sucede cuando las redes interactúan

Al intentar abarcar tanta extensión en tan poco espacio (La plaza y la torre es menos de la mitad de extenso que la reciente biografía de Henry Kissinger obra del mismo autor) se corre el riesgo de simplificar en exceso. El logro más impresionante del libro es que escapa a esta suerte. Ferguson ofrece una síntesis creíble de la actual teoría de las redes y deja claro que "una jerarquía no es más que un tipo especial de red" en el cual los nudos se comunican hacia arriba y hacia abajo, pero nunca están conectados de manera lateral. No existen jerarquías verdaderamente puras -lo más parecido seguramente fuese la Rusia de Stalin-, y la principal fuerza de La plaza y la torre reside en que, por lo general, evita la caricatura. Antes bien, el libro pone de relieve dos cuestiones decisivas: qué distingue la eficacia de una red, y qué sucede cuando las redes interactúan.



Ferguson nos devuelve al presente con una disertación sobre los gigantes de la tecnología que han surgido en las últimas décadas. El autor centra su atención en la influencia política y económica de éstos, e incluye un interesante análisis de las similitudes y diferencias entre el impacto de internet y el de la imprenta.



Las revistas de gestión de empresas y los libros de negocios contienen una profusa bibliografía acerca de la influencia de internet en la estrategia empresarial más que en la política. En cierto modo, estos trabajos representan una variante del paradigma descrito por Ferguson. Con las "viejas jerarquías" se corresponden los negocios que se basan en unos elevados costes fijos para levantar barreras al acceso competitivo, mientras que las "nuevas redes" perturbadoras están edificadas sobre las plataformas digitales posibles gracias a internet. Estas nuevas empresas alimentan los denominados "efectos de red", que conducen a la formación de mercados en los que "el ganador se lo lleva todo".



Sin embargo, estos análisis carecen de la perspectiva histórica de La plaza y la torre. El examen matizado de cómo interactúan las jerarquías y las redes se sustituye por una tosca afirmación de que la escala que se alcanza mediante los efectos de red es superior por naturaleza a la basada en los anticuados costes fijos.



De hecho, las plataformas no son un fenómeno más característico de la época contemporánea que las redes, y sus encarnaciones digitales no son necesariamente mejor negocio que las que las precedieron. Los centros comerciales analógicos tenían la ventaja de que sus clientes se encontraban a kilómetros de distancia de los centros comerciales de la competencia y que sus minoristas estaban obligados por alquileres de larga duración. En internet, las plataformas competidoras se encuentra tan solo a un clic de distancia.



La enseñanza más importante de La plaza y la torre es que la existencia de una red o, lo que es lo mismo, de los efectos de red, debería ser el punto de partida del análisis y no el de llegada. Las cuestiones cruciales tienen que ver con las características decisivas de las redes y con cómo estas interactúan con otras redes y jerarquías.



Lo mismo se puede decir de las plataformas empresariales, cuya calidad varía en gran medida dependiendo de sus atributos estructurales y de los ecosistemas en los que operan. No es casualidad que las dos plataformas digitales mayores y más longevas -Google y Amazon- no sean principalmente negocios basados en los efectos de red, sino más bien empresas que se benefician del aprovechamiento de múltiples fuentes de ventaja competitiva complementarias, en particular de la escala de costes fijos tradicional.



Para predecir la viabilidad de los nuevos modelos de negocio hay que comprender en profundidad tanto la historia como la estructura del sector. Si La plaza y la torre anima a los estrategas de las empresas digitales y a los inversores de riesgo a tomarse en serio esta cuestión, habrá hecho una contribución importante aunque acaso inesperada.



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