Nox
El nuevo libro de Anne Carson (Toronto, 1950) viene en una caja del color de un día lluvioso con una franja recortada de una foto familiar en la tapa. Dentro de la caja hay una reproducción xerográfica de un cuaderno elaborado tras la muerte del hermano de la autora que incluye texto, fotografías y cartas, impresiones de chorro de tinta pegadas a las hojas, manuscritos, pinturas y collages. Las páginas de Nox no están numeradas, y el libro está doblado como un acordeón. Tiene algo de tienda de artes gráficas o de souvenirs, o de Griffin and Sabine. Pero, créanme, es un libro de Anne Carson, quizá el mejor.
A su autora, catedrática de Estudios Clásicosde profesión, se la suele definir como poeta, aunque ese no es su problema. Ninguno de sus libros contiene lo que tradicionalmente se entiende por versos -sin contar sus traducciones-, y algunos no contienen ninguno en absoluto. En este no hay demasiada poesía, si bien todo él es poesía en un sentido al que no estamos acostumbrados. A menudo, sus palabras no son muy melodiosas. Incluso cuando trata los espinosos temas del deseo y la no permanencia (el sexo, la muerte, y todas sus implicaciones), es analítica, pedagógica, discretamente franca y fríamente entretenida. En Nox, la ilación de las ideas crea una especie de música; el lenguaje actúa únicamente a su servicio, sin mucho espectáculo adicional.
El libro trata de Michael, el hermano mayor de Carson, que, siendo adulto, cayó en las drogas, y de cómo acabó a la deriva bajo los efectos de las identidades falsas. (En palabras de la autora, “en 1978, más que ir a la cárcel, huyó”). Michael murió en Copenhague en 2000, haciendo quién sabe qué, después de haberse casado un par de veces. En su vida adulta, los hermanos no tuvieron mucha relación. La autora cuenta que su hermano la llamó por teléfono “unas cinco veces en veintidós años”. Sus recuerdos no son literatura de no ficción convencional, sino más bien lo habitual en ella, es decir, poemas que se convierten en diálogos, ensayos que se convierte en recuerdos, palabras sueltas que se convierten en fragmentos de frases. Pero el libro también trata -y lo utiliza como aglutinante- del poema 101 de Catulo, una elegía en diez versos y sesenta y tres palabras pronunciada ante la tumba de su hermano en Asia Menor.
Por tanto, lo primero que se encuentra el lector es el poema de Catulo en latín. A continuación, en las páginas de la derecha, viene todo lo relacionado con Michael: los poemas y ensayos de la autora, las postales y una carta de él, y viejas fotografías en blanco y negro. En las páginas de la izquierda hay entradas textuales del diccionario latín-inglés para todas las palabras del poema, una por una.
Pero, un momento. Muchos de los anteriores experimentos de Carson con la forma eran rítmicos e intuitivos, y encontraban su propia estructura. Este caso es más sencillo, más fácil de definir y más imponente. La autora utiliza la entrada del diccionario como literatura. Al igual que en cualquier diccionario, algunos ejemplos son frases sacadas de fuentes reales, aunque sin citar el autor, que puede ser Horacio, Propercio, Plauto, etcétera. Ahora bien, ella las ordena a su manera, cumpliendo la función de un diccionario al proporcionar todos los significados posibles de una palabra, y la del libro al transformar la entrada del diccionario en un ritual. Los ejemplos que emplea suenan como plegarias separadas por signos de punto y coma, y todas se acercan lentamente al tema de la noche, o de la muerte, o de la desaparición.
En determinado momento, ya avanzado el libro y más o menos cuando aborda el trigésimo significado lexicográfico de una palabra como ad, el lector se pregunta si es que la autora va a presentar alguna vez el poema en inglés. Sí, lo presenta. Es una traducción estricta, casi torpe. Nada parecido al Catulo libre y gallardo de su precedente Hombres en sus horas libres. En este caso, la autora quiere transmitir la sintaxis y el ritmo originales, su calma y dignidad.
Atravesé multitud de pueblos, multitud de océanos.
Llegué a estas pobres tumbas, hermano,
para traerte la última ofrenda debida a los muertos
y hablar (¿por qué?) con la ceniza muda.
“Nadie (ni en latín) es capaz de acercarse a la dicción de Catulo, que en sus momentos de mayor tristeza tiene un aire de profunda alegría, como uno de esos árboles que hace temblar lo plateado de sus hojas contra el viento”, dice Carson en su propia defensa.
En Nox, todos los pensamientos discurren juntos. La elegía y la historia son primas, explica la autora, porque ambas son una forma de autopsia. Carson describe la traducción como estar en “una habitación... buscando a tientas el interruptor”. Esa es su propia nox. Pero Michael -al que sigue sin entender- también es su noche, su habitación a oscuras cuya luz nunca se encenderá. (“Un hermano nunca termina”, escribe). Por supuesto, la vida de su protagonista también estuvo llena de negrura; viajaba con un pasaporte falso. Hasta las entradas del diccionario están trabadas con el tema principal. El discurso sobre la metáfora de la habitación a oscuras lleva a Carson a referirse a las “entradas” como caminos infinitos que conducen a “una habitación de la que nunca podrá salir”. El libro es absolutamente exquisito y extrañamente claro. Está meditado con detenimiento y puesto en su caja con esmero. Es un libro precioso en el mejor sentido de la palabra.
© The New York Times Book Review