Image: Cosas conocidas y extrañas

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Letras

Cosas conocidas y extrañas

19 octubre, 2018 02:00

Teju Cole. Foto: Martin-Lengemann

Teju Cole Traducción de Miguel Temprano García. Acantilado. Barcelona, 2018. 397 páginas, 24 €

Las cautivadoras y laureadas novelas de Teju Cole (Nueva York, 1975), Ciudad abierta y Cada día es para el ladrón, reflejan su identidad de escritor con perspectiva mundial: nació en Estados Unidos y se crió en Nigeria. Su acceso internacional como autor, historiador del arte y fotógrafo no solo modela sus obsesiones sino que además determina su mirada. Toma noticias de países africanos y ciudades estadounidenses; pero también, por necesidad e interés, de la cultura y la historia asiáticas, europeas y latinoamericanas. En resumen, el mundo le pertenece y está aliado con su curiosidad y su personalidad. Cosas conocidas y extrañas, su primera recopilación de ensayos, recorre todos los paisajes a los que el autor tiene acceso: internacionales, culturales, tecnológicos y emocionales. En La ansiedad de la influencia, Harold Bloom sostenía que los poetas, en especial los de la tradición occidental a partir del Renacimiento, incorporan la obra de sus predecesores al escribir. “Los precursores nos anegan”, escribía Bloom, “y nuestra imaginación puede morir ahogada en ellos, pero ninguna vida imaginativa es posible si se elude dicha inundación”. Cole comparte el interés de Bloom por la relación tensa que escritores y artistas mantienen con nuestros antepasados, e intenta responder además a otra pregunta: ¿cómo hace la imaginación para cruzar una y otra vez los límites raciales y filiales? Con nuestro creciente acceso mundial a las visiones, las voces y las influencias de otros, Cole trata de deshacer el nudo de quién y qué nos pertenece y a quién o a qué pertenecemos en cuanto artistas, pensadores y, en última instancia, seres humanos. A tenor de lo anterior, “Cuerpo negro”, aborda la “cuestión de la filiación” que atormentaba a James Baldwin en su ensayo “Un extraño en la aldea”. Baldwin, reflexionando sobre su estancia en Leukerbad, una aldea suiza de población blanca, escribió que “el más analfabeto de ellos está relacionado, en mayor medida que yo, con Dante, Shakespeare, Miguel Ángel. Si retrocediésemos unos siglos, ellos estarían en plena gloria, pero yo estaría en África, viendo llegar a los conquistadores”. Cole, revisitando el terreno de Leukerbad, se equipara a Baldwin: “Soy negro como él y me siento en todas partes, desde la ciudad de Nueva York hasta la Suiza rural, custodio de un cuerpo negro, y tengo que buscar palabras para todo lo que eso significa para mí y para quienes me miran”. Pero Cole se distancia pronto del sentimiento de alienación de Baldwin. Declara que la “autoabnegación” de Baldwin le impide aceptar a Bach o a Rembrandt, quienes, insiste, no pertenecen a una raza. Incluso es posible que a él le importen estos artistas “mucho más que a algunos blancos”. Cole reivindica la filiación con distintos autores que le parecen importantes. En el caso de muchos de ellos, la influencia engendra influencia. Junto con Baldwin vienen V. S. Naipaul, Tomas Tranströmer, W. G. Sebald, Derek Walcott y André Aciman. Esta primera sección concluye con “Una conversación con Aleksandar Hemon”, en la que éste pregunta a Cole qué significa para él la historia nigeriana. La respuesta de Cole lo catapulta a un contexto global: “Mi identidad se conecta con otras cosas: ser lagosense, ser africano occidental, ser africano, formar parte del Atlántico negro. Me identifico fuertemente con la red histórica que conecta Nueva York, Nueva Orleans, Río de Janeiro y Lagos”.
En todos los niveles de compromiso y crítica, 'Cosas conocidas y extrañas' constituye una travesía esencial y brillante
La asombrosa segunda parte, “Ver cosas”, revela el voraz apetito y el amor de Cole por lo visual. Los ensayos de esta parte nos ofrecen una mirada exhaustiva a la fotografía contemporánea, situada dentro de un marco histórico. Este enfoque aporta pruebas de las cosas no vistas, las cosas, como decía Susan Sontag, “con menos probabilidades de ser conocidas”. Los artistas que llaman la atención de Cole imponen su percepción individual y subjetiva de lo material del mundo, rechazando la noción, como hacen de manera innata la mayoría de los fotógrafos, de que es posible captar “registros de realidad” objetivos. Las películas favoritas de Cole, obra de Michael Haneke y Krzysztof Kieslowski, ponen de manifiesto imágenes de la vida tan ordinarias que podrían escapar a nuestra atención. Cole cree que todas estas obras nos permiten pensar con los ojos. En la tercera sección, “Estar ahí”, sale más claramente a la luz la capacidad de la fotografía como disciplina para presentar un archivo único de la realidad. Estos ensayos siguen los viajes de Cole por un explosivo mundo de drones, guerras y enfermedades, incluidos los secuestros de chicas jóvenes en Chibok (Nigeria) y los asesinatos con drones de sospechosos de terrorismo. Casualmente, Cole se encontraba a unas calles de distancia cuando el poeta Kofi Awoonor perdió la vida durantela masacre terrorista cometida en un centro comercial de Nairobi. Encuentra en la obra de Awoonor ecos de T. S. Eliot, pero Cole acaba su ensayo con un verso de Awoonor que cita a su vez “a un antiguo poeta de mi tradición”: “Lo diré antes de que llegue la muerte. Y si no lo digo, que nadie lo diga por mí. Yo seré quien lo diga”. Uno de los ensayos más resonantes y convincentes es “El complejo industrial del salvador blanco”, una expansión de un video donde Cole pedía la detención del líder rebelde ugandés Joseph Kony. Saca a colación la relación entre sentimentalismo, ignorancia, corrupción, pillaje y complicidad dentro de nuestras comunidades globales. Bajo el ojo atento de Cole, el mundo se reduce a una red de países, comunidades e individuos que están influidos y afectados por otros países, comunidades e individuos, o que dependen de ellos. Esta brillante recopilación concluye con un epílogo, “Punto ciego”, en el que Cole rememora la primera vez que sufrió un ataque de papiloflebitis, o “síndrome del punto ciego”. Es difícil no sentir que la intención de Cole es que este ensayo se lea como un diagnóstico. El autor admite haber sentido vergüenza por preocuparse de que la camarera de una cafetería de Nueva York, en la que entra por casualidad pudiese malinterpretar su incapacidad para leer el menú y en lugar de atribuirla a un problema ocular pensase más bien que era “analfabeto”. Este uso de la palabra “analfabeto” recuerda a la cita de Baldwin en el primer ensayo. De repente, los ensayos que se esfuerzan por conectar y construir líneas de influencia entre el canon literario y artístico occidental y africano se tambalean al ponerse en relación con el extraño sentimiento de ser malinterpretado. La perspectiva global de Cole alcanza aquí su límite. La historia -literaria, política, social o personal- nos ofrece un enorme archivo de conocimiento que influye en las definiciones que construimos sobre nosotros mismos y las cuestiona. En todos los niveles de compromiso y crítica, Cosas conocidas y extrañas constituye una travesía esencial y brillante. © The New York Times Book Review