"Primero vino la poesía a mi vida, después la pintura y luego la fotografía". Aunque lo último en llegar fuera la imagen, María Alcantarilla (Sevilla, 1983) compone sus versos a partir de escenas visuales. Fotógrafa, poeta y escritora, la joven acaba de publicar su último poemario, Introducción al límite con la Fundación José Manuel Lara. En él investiga sobre el lenguaje como constructor de identidad en un recorrido que discurre por la naturaleza humana a través de la vida, la muerte y el dolor.
Es, de hecho, el dolor, aunque un dolor no descarnado entendido como "silencio, ausencia o palabra", el sentimiento que vertebra las cuatro partes de este poemario donde la sevillana mezcla verso con prosa. "A lo largo del día -explica ella-, no nos hablamos a nosotros mismos de la misma manera. La prosa responde a una forma en la que me dirijo a mí y el verso responde a otra. Encontrar ese equilibrio me parecía la manera más noble o más desnuda de darme un poco al lector eliminando ese punto de abstracción que yo creo que era excesivo en los libros anteriores".
Autora de varios tomos de poesía como La edad de la ignorancia o Ella: invierno y de una novela, Un acto solitario, advierte la poeta que su última publicación, posiblemente la más madura de su trayectoria, se puede leer como un poema. "Un poema-río que de principio a fin tiene sentido completo", matiza. Escrito en masculino genérico, Alcantarilla lleva años trabajando esta voz. "Alguien me dijo que los primeros textos que yo escribía respondían más a la tradición mística de Sor Juana de la Cruz y algunas otras", recuerda. Para ella, no obstante, la explicación de su uso es incluso más sencilla. "Intentaba abarcar a la humanidad en la medida de lo posible y sin grandilocuencia". Pero es que además reconoce que este recurso es un subterfugio que le ayuda a protegerse de una exposición mayor. "Cuando me leo a mí misma en masculino neutro siento que no estoy tan desnuda", afirma.
A pesar de que la otra gran vertiente de este poemario es el lenguaje como mapa, este, señala "tiene su parte positiva pero tiene una parte que es realmente castrante. La realidad se queda metida en un cubículo y no baja. Vamos la capa superficial pero no vemos toda la vida que hay debajo del mar. Y ese es un empeño que tengo desde que empecé a escribir. Meter un poco más el dedo en la llaga hasta que al final salga esa realidad. Esa realidad que además no es una, es múltiple".
De ahí, viene precisamente su título. De esos límites, sus propios límites, con los que juega, escribe y compone. En Introducción al límite, ella misma se fuerza a ser menos abstracta, escribir algo más para el otro que para sí misma. Pero también se refiere a la "incomunicación, los precipicios y el desequilibrio". A los límites del relato que diseccionan dónde empieza y dónde acaba algo.
Para ella, añade, el dolor y el miedo son emociones que hay que vivirse. Quizás por ello su poemario haya terminado en convertirse en una especie de triste profecía. "Blanca Andreu me contó que hay un poder de vaticinio en la palabra sobre todo en la palabra poética. En este caso también ha sido un poco así. Este año ha sido un poco complicado a nivel de despedidas y de encuentros", revela esta autora que alterna la escritura con la fotografía y con las clases de escritura autobiográfica que imparte en la Universidad de Cádiz.
"Creo que hacemos una distinción entre el nacimiento y la muerte que no es real -afirma-. Llegamos al mundo llorando y solos y nos vamos del mundo solos. No es ningún cese ni ningún inicio de nada sino que sencillamente es un cambio".
Tampoco la enfermedad, dice entre sus versos, existe. O puede que, como escribe:
Quizá aquel hombre sepa
que ha llegado el momento
de intentar aprender un nuevo idioma.