Traducción de María García. Acantilado, 2018. 128 páginas. 14 €
Podría parecer una leyenda más: en los confines del mundo, en una aldea olvidada, una familia es testigo de innumerables prodigios. Las noches se vuelven días, extraños destellos quiebran la paz y hombres sin rostro y con estrafalarios ropajes tropiezan con los aldeanos, alterando sus vidas para siempre. De hecho, tiempo después de uno de estos encuentros, la hija menor de un lugareño, virgen, acaba dando a luz a un hijo diferente, prodigioso, especial.
Es una forma de narrarlo. Otra, menos poética, da cuenta de los experimentos secretos que la Unión Soviética realizó en Kazajistán. Pues de eso se trata: de lo que pasó en un apeadero en mitad de la nada cuando en los campos que rodeaban la aldea se realizaron más de 450 explosiones atómicas que parecían imprescindibles para ganar la carrera nuclear. Se lo cuenta al protagonista -un viajero que recorre en tren el remoto país- el héroe del relato, un niño virtuoso del violín que resulta no ser tan niño.
Despojado de la seguridad que le proporcionaba lo que parecía un relato ingenuo más, el lector sucumbe a su encanto
Como el lector irá descubriendo, el prodigioso Yerzhán es en realidad un pícaro casi treintañero de tan corta estatura como inmensos, imposibles sueños de amor. De su mano iremos conociendo una historia de invencible tristeza, la de su vida y de su gente, la de un pueblo entero exterminado por el cáncer, sin que nadie haya asumido jamás las consecuencias de tanta experimentación sin control. Despojado de la seguridad que le proporcionaba lo que parecía casi un cuento infantil, el lector sucumbe al encanto de una prosa poética de alto calado testimonial que elude el sentimentalismo para enfrentarlo al absurdo del individuo desarmado ante un sistema irresponsable y silente.
Hamid Ismailov (Tokmak, Kirguistán, 1954) lo sabe bien. Periodista, poeta y narrador, tuvo que exiliarse de Uzbekistán por sus “inaceptables tendencias democráticas” y tras pasar por Rusia, Alemania y Francia se estableció en Gran Bretaña, donde hoy dirige el servicio de Asia Central de la BBC. Antes, veinte años atrás, conoció en un tren, de boca de un testigo, lo que había sucedido en los campos muertos por los que transitaban y decidió contar su historia, ser la voz de las víctimas que ya no la tenían, la voz del prodigioso Yerzhán.