Image: El fin del fin de la Tierra

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Letras

El fin del fin de la Tierra

1 marzo, 2019 01:00

Jonathan Franzen. Foto: Shelby Graham

Traducción de E. de Hériz. Salamandra. Barcelona, 2019. 288 páginas. 18 €. Ebook: 13,99 €

Cuando algo despierta realmente su interés, Jonathan Franzen (Chicago, 1959) es un reportero motivado y motivador, lo que equivale a decir que en su nueva recopilación de ensayos, El fin del fin de la Tierra, hay dos que expanden de verdad nuestro conocimiento del mundo. En el primero de ellos, titulado "Ojalá tengas una vida horrible", describe la fiebre de la caza de aves en la Albania poscomunista, un cañoneo que ha convertido el país en un "sumidero gigante para la biomasa migratoria del este de Europa. Millones de aves entran volando en su territorio y muy pocas salen vivas". Conversa con cazadores, con guardas de los cotos de caza y con un confuso urbanita que explica la euforia de tener permiso para poseer un arma diciendo que "era muy divertido, como cuando llega el verano y te apetece tirarte al mar". "Pérdidas invisibles" es parecido al anterior. En él el autor relata los esfuerzos para proteger "el mundo de las aves marinas, que abarca dos terceras partes de nuestro planeta, pero que nos resulta, por lo general, invisible". Visita criaderos y charla con científicos dedicados a erradicar roedores, y va tras los pasos de los ecologistas que, por medio de normativas, han forzado una reducción espectacular del número de albatros enganchados en anzuelos. La composición es producto de la curiosidad. Mientras camina a lo largo de la costa, Franzen va levantando piedras y descubriendo detalles dignos de atención debajo de ellas. Por ello resulta aún más lamentable que suela optar por cosas mucho más fáciles. La mayor parte de los escritos del libro caen en la imprecisa categoría del ensayo personal. Algunos son relatos de viajes, en su mayoría sobre su lujosa y tímidamente "compulsiva" afición a añadir especies a sus numerosas listas de pájaros con los que se ha topado. (Parece que sólo es cuestión de saber qué guía hay que contratar para que lo lleve a uno al lugar en el que se encuentran las especies "endémicas" exclusivas de cualquiera que sea la isla o la selva que se visita, si bien hay un momento triunfal cuando Franzen descubre un pingüino emperador en el que no se ha fijado ningún otro de los participantes en su crucero a la Antártida con Lindblad). Si son dados a confeccionar listas de aves, puede que la anécdota les parezca realmente emocionante. Con todo, aunque los relatos de viajes de Franzen no tengan nada de excepcional, son mejores que sus ensayos políticos, que adolecen de falta de reflexión y exceso de emoción, y en los que, a menudo, el sentimiento dominante es una especie de enfurruñamiento egocéntrico. El ejemplo típico es el ensayo titulado "Salva lo que amas". Según cuenta el autor, no estaba "precisamente de muy buen humor" cuando leyó una nota de prensa que decía que el cambio climático constituía "la verdadera amenaza" para las aves de Estados Unidos. Tal afirmación empeoró su estado de ánimo porque pensó que iba a distraer a los amantes de los pájaros de lo que él consideraba su tarea más inmediata, consistente en proteger sus hábitats. "Percibía su predominio como un acoso", dice del calentamiento global, y así se le ocurrió el ensayo, que se convierte en una extensa queja sobre los grupos ecologistas por centrar tanto su atención en las emisiones de carbono.

Cuando algo llama su atención, Franzen es un reportero motivado y motivador. pero sus críticas a los ecologistas son indecorosas

La respuesta obvia, como es lógico, es que es posible ocuparse tanto del clima como de la conservación, como hace la Sociedad Audubon (y no solo ella. Por citar el ejemplo que tengo más cerca, he dedicado gran parte de mi vida a organizar la lucha por la justicia climática, pero también he sacado tiempo para servir muchos años en la sección de las montañas Adirondack de The Nature Conservacy cuando esta estaba salvando cientos de miles de hectáreas). Pero incluso esta respuesta olvida lo más importante, que es que, en efecto, en la historia del clima hay grandes malvados, pero no trabajan en las organizaciones ecologistas. La única mención que hace Franzen a la industria petrolera es para subestimar su influencia. "La razón de que el sistema político estadounidense no pueda comprometerse a actuar no es solo que las grandes empresas de combustibles fósiles patrocinan a los negacionistas y compren elecciones". Pero en realidad, esa es la principal causa. En 2015, el mismo año en que el ensayo titulado en el libro "Salva lo que amas" se publicó en The New Yorker, un equipo de periodistas que realizó entrevistas exhaustivas a personas dispuestas a hablar y rebuscó en los archivos, destapó que las empresas petroleras conocían perfectamente el cambio climático desde principios de la década de 1980, y que se empeñaron en una operación de ocultación a gran escala que desembocó en el abandono de los acuerdos del clima de París por parte de Estados Unidos. Si alguien se pone a escribir sobre el cambio climático y acaba concentrando los ataques en la Sociedad Audobon es que ha perdido el norte. Tomarla con quienes verdaderamente intentan hacer algo respecto al problema es indecoroso. Franzen incluye una pequeña puya a la escritora y activista Naomi Klein por sostener que "ha llegado el momento" de que las empresas afronten el cambio climático. Sin embargo, a lo largo de la última década, una gran campaña a favor de la justicia climática, en la cual participa Klein, ha logrado importantes victorias. Ha impedido que Shell abra el Ártico a las prospecciones petrolíferas, ha bloqueado oleoductos, ha prohibido la fragmentación hidráulica en numerosos territorios, incluido el estado de Nueva York, en el que vivía Frazen, y ha presionado a California, donde reside actualmente, para que se comprometa a convertirse al 100por cien a las energías renovables. Una de las razones de que el autor se quiera concentrar en las tareas de conservación inmediatas es que, más o menos, ha renunciado a combatir el cambio climático. Se ha convencido a sí mismo de que "lo más probable es que este siglo la temperatura aumente unos seis grados". Ciertamente, se trata de una exageración, y solo será una eventualidad si no hacemos un intento enérgico de cambiar de rumbo. Si lo hacemos, los perjuicios ya serán lo bastante graves (el grado que hemos hecho aumentar la temperatura hasta ahora ya ha causado abundantes estragos), pero quizá nos detengamos poco antes de aniquilar la base de nuestra civilización (y con ello gran parte del ADN del planeta, tanto el de las aves como el de los primates). Como señala el autor, llegados a este punto, la acción individual no tendrá grandes efectos. Razón de más para que los líderes intelectuales como él se sumen a la construcción de movimientos para evitar las peores consecuencias. Renegar de aquellos que lo intentan es una triste pérdida de un tiempo precioso. © New York Times Book Review