Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento
Francis Fukuyama. Foto: Djurdja Padejski
Francis Fukuyama (Chicago, 1952), el politólogo japonés-estadounidense autor de su célebre diagnóstico sobre “el fin de la historia”, y que más adelante, cuando la historia continuó su curso, matizó que dependía de lo que significase la palabra “fin”, plantea en esta obra si es preciso intervenir en las guerras de identidad que actualmente asolan tantos países. Su trabajo pertenece a uno de los géneros más importantes de nuestros días: los libros que no tratan de Trump pero como si tratasen. Hay un afán de entender el momento, pero a distancia. Identidad ayuda a explicar muchos otros fenómenos además del de Trump, el #MeToo, el nacionalismo blanco, el nacionalismo hindú, el Black Lives Matter [Las vidas negras importan], los debates univesitarios sobre los privilegios y la apropiación, Siria, el islamismo, la expansión del populismo y la regresión de la democracia en todo el mundo, el ascenso de la extrema derecha en Europa y de la extrema izquierda en Estados Unidos. En todos estos fenómenos laten cuestiones que enlazan con la identidad, preguntas relacionadas con quién soy y a qué pertenezco. Fukuyama intenta encontrarles respuesta. El autor, caracterizado menos por su cosmopolitismo que por su simpatía por el Estado nacional, siente afinidad por las personas que se aferran a las diferencias. Piensa que la suya es una réplica natural a nuestra época. Sin embargo, por lo visto también cree que si no encontramos la manera de subsumir las identidades restringidas en las nacionales, todos pereceremos. En Identidad. La demanda de dignidad y las políticas de resentimiento, Fukuyama se muestra próximo a la necesidad de la gente de pertenecer a entidades lo suficientemente pequeñas como para percibirlas como tales. La reivindicación de las identidades particulares y la insistencia en que debemos respetarlas es un rasgo distintivo de la época actual. Según el autor, la causa no es la cerrazón de la gente o su incapacidad de razonar, sino el desconcierto que ha traído consigo nuestra época. La globalización, internet, la automatización, la emigración masiva, el auge de India y China, la crisis financiera de 2008, el ascenso de las mujeres y el que estas hayan sustituido a los hombres en unas economías más orientadas a los servicios, el movimiento a favor de los derechos civiles y la emancipación de otros grupos, y la pérdida de la situación de privilegio de los blancos son tan solo algunos de los fenómenos que hemos vivido en los últimos tiempos. Sin lugar a dudas, para cientos de millones de personas, ahora el mundo es mejor. No obstante, Fukuyama nos recuerda que, en gran parte de Occidente, la población ha padecido los efectos de la deslocalización y las élites se han apropiado de sus frutos.
En este contexto de cambio, afirma, las políticas de identidad han adquirido protagonismo y han pasado a formar parte de nuestra cultura común. Ya no son territorio de un partido o un bando. En la política estadounidense, por ejemplo, antes la izquierda se centraba en la igualdad económica, y la derecha, en la limitación de la intervención gubernamental. Hoy en día, la izquierda se concentra en “promover los intereses de una amplia variedad de grupos que considera que sufren marginación”, mientras que la derecha “se redefine como patriotas cuyo objetivo es proteger la identidad nacional tradicional, una identidad a menudo conectada de manera explícita con la raza, la etnia o la religión”. Fukuyama apunta que vivimos en una época en la que, más que el interés material, la locomotora de los asuntos humanos es la sensación de no ser tenido en cuenta. Los gobernantes de Rusia, Hungría y China se rigen por las humillaciones nacionales del pasado; Osama bin Laden respondía al trato que reciben los palestinos; Black Lives Matter obedece a la letal falta de respeto por parte de la policía. Por su parte, un amplio sector de la derecha estadounidense, que asegura que aborrece las políticas de identidad, actúa impulsado por la percepción de que está siendo humillado. A diferencia de muchos detractores paternales de estas políticas, Fukuyama juzga favorablemente sus consecuencias positivas, sobre todo la de concienciar a los privilegiados de su efecto sobre los grupos marginales. “Los que no pertenecen a ellos a menudo no se dan cuenta del daño que causan con sus acciones”, sentencia. Con todo, también hace sus críticas. El politólogo se teme que las políticas de identidad “se hayan convertido en un sustituto barato de la reflexión en profundidad sobre cómo revertir treinta años de tendencia de las economías más liberales al aumento de la desigualdad socioeconómica”. Le preocupa que “cuanto más abre los ojos” la izquierda a las cuestiones de identidad, menos capaz sea de ofrecer una crítica al capitalismo. A diferencia de otros autores, no parece que crea que es posible o deseable que los seres humanos se consideren a sí mismos miembros de la humanidad por encima de todo. El autor está convencido de que el Estado nacional es un componente saludable de los asuntos humanos, y dedica el final de este inteligente y estimulante libro a analizar de qué manera pueden cultivar los países unas “identidades nacionales integradoras” arraigadas en los valores liberales y democráticos, que sean lo bastante amplias para ser inclusivas, pero lo suficientemente restringidas como para dar a la población una sensación real de capacidad de intervención en su propia sociedad. Un defecto menor del trabajo es que es un libro que trata de libros que tratan de libros. Por una parte, la función de los teóricos es teorizar. Por otra, tratándose de un tema tan delicado, y con un mundo tan lleno de ira, el autor podría haber sacado partido de servirse de un coche de alquiler y de la aplicación Voice Memos. Con todas sus virtudes, en el libro no se encuentran ni la naturaleza terrenal, ni los terrores, ni la complejidad de los seres humanos. Necesitamos que más pensadores como Fukuyama excaven con sus propias manos en el sustrato de nuestros dilemas, y que más lectores lean lo que estos cosechan. © New York Times Book ReviewFukuyama se teme que las políticas de identidad sean "un sustituto barato de la reflexión en profundidad sobre cómo revertir treinta años de aumento de la desigualdad"