Letras

La novela de la Costa Azul

Giuseppe Scaraffia

5 abril, 2019 02:00

Zelda, Scott y Scottie Fitzgerald en Juan-les-Pins, 1920

Traducción de Francisco Campillo Periférica. Cáceres, 2019. 432 páginas. 22,50 €

La novela de la Costa Azul no es exactamente una novela sino un álbum de recuerdos íntimos de ese anciano sabio y nostálgico que es el siglo XX. Este libro, hecho de instantáneas sublimes y fotografías indelebles, muestra la vida privada de nuestra cultura occidental y por eso está tan lleno de verdad y de dolor. Su autor, el italiano Giuseppe Scaraffia (Turín, 1950) tiene la habilidad de transformar un chismorreo o un detalle nimio en un momento impresionante de la historia de Europa: imágenes que muestran cuán frágil es nuestro legado, cuán vulnerable y, casi siempre, digno de compasión, nuestro pasado. Allí veo al soldado adolescente Drieu La Rochelle en las trincheras de la Primera Guerra Mundial, borracho hasta perder el sentido; más allá un pueblecito costero sumido en el silencio absoluto de los exiliados del nazismo; sobre ellos, la sombra del campo de concentración de Les Milles, a sólo unos treinta kilómetros de Marsella.

Este libro es también una acumulación desbordante de anécdotas de algunas de las personalidades más relevantes del siglo XX: hombres y mujeres que se alejaron de los centros de poder para refugiarse en la costa francesa, unas tierras humildes que todavía entonces ofrecían la posibilidad de una vida en los márgenes. Intelectuales y artistas en la periferia del mundo no sólo por las guerras: ahí está Jean Cocteau, que dejó París para abandonarse al opio y a la contemplación platónica de la belleza. Ahí está Colette, esposa frustrada y mujer emancipada, que residió con su rica amante Missy. Fueron los primeros turistas, bohemios exquisitamente formados que quisieron hacer de su vida una perpetua fiesta. Desde sus inicios, el turismo costero estuvo condenado a perder su condición elitista y a convertirse en una industria de producción de ocio para las masas, cada vez más vulgar y casi siempre de pesadilla. La novela consigna al detalle este proceso imparable. Y si no, pregunten a Antoine de Saint-Exupéry: cuando él y su esposa descubrieron que estaban pasando su noche de bodas en un hotel especializado en lunas de miel, escaparon horrorizados.

La novela de la Costa Azul es, sin duda, una lección de geografía humana; su autor escribe con amorosa ironía y con vocación cotilla, con un estilo cálido y suave en tonos azules y ocres, en colores de atardeceres rojizos y de verde oliva. Un desfile imparable de estampas idílicas, de postales elegantes y de fiestas de papel cuché. Con todo, no se dejen engañar, la novela muestra una felicidad precaria y siempre a punto de quebrarse. Entre lirios y bullabesas, la vida, como una herida mal curada, hervía bajo el sol inapelable de la Costa Azul: allí veo a los Fitzgerald, bellos como dioses, cada vez más alcoholizados y tristes, más feroces y malditos. Scott trabaja en la redacción de El gran Gatsby y su mujer, Zelda, ensaya su striptease del adiós. Pero no todos buscaron en La Riviera un eterno carnaval; muchas personalidades llegaron a la costa francesa para guarecerse de la vorágine de la vida pública: allí están Raymond Queneau y su mujer Janine, felizmente casados, o escritoras como Virginia Woolf y Françoise Sagan, necesitadas de un respiro tras el éxito inesperado de sus respectivas obras. El Mediterráneo ofreció sosiego a artistas como Picasso, Matisse o Chagall y a personalidades radiantes como la exemperatriz Eugenia que, a sus ochenta y cinco años, se declaraba sufragista y conducía su propio Renault.

Colette y Jean Cocteau en la costa azul

Pero vayamos al origen de todo: la tuberculosis. La Riviera (rebautizada en 1887 como "la Costa Azul" por el scritor Stéphen Liégeard) se convirtió en el siglo XIX en un lugar de peregrinaje para tísicos célebres. Y es que, como recuerda Susan Sontag en Las enfermedades y sus metáforas, "a partir del siglo XIX la tuberculosis se convierte en otra razón para el exilio, para una vida sobre todo de viajes". La costa mediterránea se llenó de enfermos pulmonares: D.H. Lawrence apenas pesa cuarenta kilos; con su mujer, toma el aperitivo mientras los lugareños juegan a la petanca. Katherine Mansfield, tísica y triste, abandonada y sola, se instala en Niza en 1920. En 1884, Nietzsche llega a Menton tuberculoso y medio ciego; convencido de su enorme poder intelectual, no soporta la ruina de su cuerpo ni tolera la luz del Mediterráneo en sus ojos enfermos. Cada vez más, odia el trato con los otros; tal vez por eso, durante el gran terremoto que sufrió Niza, un Nietzsche satisfecho se quedará escribiendo en la pensión vacía los versos con los que habrá de culminar Más allá del bien y del mal. En 1950, Albert Camus, enfermo de tuberculosis, abandona París para instalarse en la Costa Azul: allí, más que a su mujer y a sus hijos, echará de menos la compañía de su amante, la actriz española María Casares.

Este libro es una lección de geografía humana. Su autor escribe con amorosa ironía y vocación cotilla

La educación sentimental que traza Scaraffia en La novela de la Costa Azul es a veces inocente y tierna como una novela de folletín; en otras ocasiones, la naturalidad con que los hombres ejercen su poder despótico sobre las mujeres no tiene ni pizca de gracia.

Pero frente a los mitos de la seducción masculina y a los prototipos de la mujer fatal y de la belleza lánguida tan del siglo XX, la novela opone otras maneras de ser mujer, libres del yugo del deseo masculino: Thomas Mann quedó tan impactado cuando conoció a la escritora y aventurera suiza Annemarie Schwarzenbach, que le dijo: "Si usted fuera un chico, todos dirían que es extraordinariamente bello". Unos esquemas de género que no sirven para habitar nuestro siglo pero que ayudan a comprender las dificultades que padecieron las señoras estupendas que nos abrieron camino: Simone de Beauvoir, sola, emancipada y feliz por las calles de Marsella, donde es la joven profesora de Filosofía del Liceo, o Kiki de Montparnasse, a puñetazo limpio contra los abusos y los insultos de los hombres, desnuda y radiante bajo el sol de la Costa Azul.

La alegría que destila el estilo vitalista y ligero de Scaraffia no debe confundirse con la frivolidad: La novela de la Costa Azul está atravesada por la enfermedad y por el terror a la muerte, por las guerras, por la pobreza y el hambre. Desde la indigencia y la fiebre hasta su deslumbrante belleza, la Europa del siglo XX se revela como un personaje vulgar y execrable que, por algún motivo extraño, merece ser amado. Y es que este libro que no es una novela, es tal vez una enciclopedia ilustrada que reflexiona acerca de los universales de la existencia humana, así como sobre la importancia que las circunstancias históricas y políticas tienen sobre la vida de los individuos.

En ese sentido, Scaraffia despierta consciencias: es importante tomar partido, atreverse a jugar el juego de la vida. Por eso, para terminar, me quedo con una imagen luminosa: corre el año 1927 y Walter Benjamin, radicalmente pobre, acude al Casino de Montecarlo: necesita dinero para viajar a Córcega con su mujer, y "en contra de lo que cabría esperar, ganó".