Memoria, violencia y muerte son tres constantes que configuran sus narraciones, tres temas que afloran y se retroalimentan a lo largo de la literatura de tres de los grandes escritores mexicanos del momento. Sus estilos, forjados como una voz propia, próximos y diferentes, comparten y combinan sutileza, honestidad y crudeza. Coinciden estos días en las librerías españolas los nuevos libros de Emiliano Monge (Ciudad de México, 1978), Antonio Ortuño (Guadalajara, 1976) y Eduardo Ruiz Sosa (Culiacán, 1983), tres visiones distintas y complementarias que trazan un mapa del México contemporáneo, con sus luces y sus alargadas sombras, y escarban en su pasado para comprender cómo se ha creado el país actual.
Esta memoria es la principal protagonista de la nueva novela de Monge, No contar todo (Random House), una arriesgada mezcla entre biografía familiar y autobiografía que funciona también como un relato de las últimas siete décadas de su país. "La memoria es el primer editor de la vida. Un editor, además, que nos iguala a todos. Memoria e imaginación son las dos herramientas fundamentales en el oficio del escritor", reconoce Monge, a quien la memoria le interesa más "como forma de trabajo que como fondo, aunque en este libro sea las dos cosas".
"Narrar es manejar el tiempo y la información. Por eso el pasado tiene ese peso en lo que escribo: porque el pasado puede suceder fuera de la narración (o no) pero sus efectos se dejan sentir en el tiempo narrado. Es como la gravedad, que vertebra la realidad entera", explica Ortuño. "El pasado tiene el peso de la realidad y el futuro solo es alucinación: algo que no cuaja hasta que no sucede. Narrar es como estar de pie en una pila de tiempo pasado que crece con cada línea y cada párrafo".
Más radical se muestra Ruiz Sosa, para quien la memoria es "el relato por excelencia, tanto colectivo como individual. Es el asiento de la identidad, y, como la identidad misma, es cambiante. Se construye a partir de la elección, el descarte; el olvido es su principal costura". En su primera novela, Anatomía de la memoria (Candaya 2014), la diseccionaba como si se tratara de una enfermedad productora de historias. Ahora, su libro de relatos Cuántos de los tuyos han muerto (Candaya), pretende "exhibir el pathos de la memoria ejerciéndose. Toda la realidad está hecha de memoria. Sin memoria no hay presente que se coagule lo suficiente como para convertirse en pasado y sustentar el ahora que siempre nos está golpeando, que siempre nos está llegando desde el acicate del futuro y el deseo. La memoria es el esqueleto terrible y total del presente. Lo que oculta y muestra es resultado de un ejercicio de voluntad o de necesidad de ser, de mantenerse, de no desaparecer".
Pero más allá del individuo, ¿cuál es la relación de la literatura con el pasado? ¿Puede lograr, como han defendido muchos escritores latinoamericanos desde el boom, reconfigurar y crear la realidad, sustituir a la historia y al relato del poder? "La relación de la literatura con el pasado es la misma que sostiene con el presente e, incluso, con el futuro: vencer a la noción cotidiana de verdad para colocar en su lugar un universo verosímil", explica Monge. Por ello, considera que no son elementos excluyentes, sino "vectores paralelos, que además dialogan y se alumbran uno al otro. Es decir, la literatura puede iluminar zonas de oscuridad de la historia y viceversa". Ruiz Sosa recuerda que "desde la literatura se ejercen también relatos que abonan al poder, que forjan y graban en piedra un modo de percibir el mundo". Para él, "la intensidad de la literatura consiste en agrietar, no en sustituir, el tejido de la historia. La historia dice, dicta; la literatura duda, pregunta. La literatura siempre viene del pasado, no puede hacerlo de otra manera: siempre llega tarde, es más testamento que testimonio".
La violencia es el ecosistema en el cual transcurre cualquier historia en México. Es un marco que lo determina todo". Emiliano Monge
En lo que los tres escritores coinciden totalmente es en la plena oposición que la literatura debe ejercer contra el relato del poder. Ortuño, cuyas historias reflejan y denuncian la conflictividad social, opina que "la escritura da la posibilidad de un relato alterno, en tensión con los discursos del poder y de quienes quieren el poder, que son otra parte del mismo". Y defiende la parodia "no solo como burla, sino como un discurso contra los discursos, a contrapelo de ellos. La literatura es uno de los terrenos de combate de la historia". Monge recuerda la vieja discusión entre Vargas Llosa y Saer sobre literatura y militancia. "El peruano creía que la literatura militante siempre era fallida, a lo que el argentino, quien obviamente tiene la razón, le dijo que el problema era entender la militancia exclusivamente desde el tema y no desde la forma. Saer aseveraba, idea en la que creo de manera radical, que la militancia está en la elección misma del lenguaje con el que se escribe un texto: en elegir siempre un lenguaje diferente al del poder".
Una violencia siempre presente
En este lenguaje que se opone al poder destaca el descarnado e irónico estilo de Ortuño, presente también en su última novela, Olinka (Seix Barral), una crítica a la corrupción y ambición que campan a sus anchas en México acompañadas de otras dos compañeras ineludibles, violencia y muerte. "La narrativa tiene que llegar hasta donde llega la gente, hasta donde llevan sus palabras y sus acciones. Me da risa cuando alguien pretexta la sutileza o el buen gusto para eludir ciertos asuntos que la realidad nos arroja y ante los que reaccionamos con la escritura", afirma. "Una novela no va a detenerle la mano al asesino o al violador o al estafador (y en Olinka hay una buena provisión de todos esos bichos), pero puede sobrevolarlo y acosarlo como pensaban los griegos que hacían las erinias".
"El fracaso reiterado en crear una sociedad pareja es el sello de México, país de la desigualdad y la humillación". Antonio Ortuño
"Los extremos que el ejercicio de la violencia ha alcanzado en México rebasan ya cualquier cota, cualquier pacto social, cualquier límite imaginativo", se lamenta Ruiz Sosa, que considera que la violencia "es un objeto de escritura irrenunciable en la literatura mexicana porque está siempre presente. Sería negligente, para mí, escribir sobre otra cosa". Sin embargo, el narrador enfatiza que "la violencia es fenómeno, no contexto, no es el escenario ni el acontecimiento narrado. Nunca podremos escribir desde el centro neurálgico del fenómeno, pero podemos escribir sobre sus bordes". br />
Monge, sin embargo, cree que el uso literario de la violencia no es algo inherente a México, sino que ese vínculo "es uno de los órganos del cuerpo del quehacer de la ficción. La Ilíada es un canto a la guerra. Las tres palabras que más veces se repiten en la Biblia, además de Dios, son sangre, oro y traición. Los primeros libros que se escribieron en castellano en América fueron escritos por soldados o religiosos que fueron a imponer una religión con la espada".
Desde entonces, pero también por la realidad de sus países, cree el escritor que "nuestra literatura guarda una relación profundamente íntima con todas las violencias, sobre todo con la primera y más importante: la desigualdad. Sería realmente extraño que no hubiera escritores latinoamericanos escribiendo sobre violencia". Una violencia que para él es "un escenario, el ecosistema al interior del cual transcurre cualquier historia. Un marco que lo delimita, lo encierra y lo determina todo".
En cuanto a la muerte, también siempre presente, el escritor reconoce no saber cómo se convive con ella. "Es uno de los motores de mi literatura: comprender mi propia relación y la relación de mi país con la muerte, pero me cuesta verbalizarlo. Por eso escribo, porque mi mejor forma de pensar es la escritura". Ortuño insiste en que "hay una clara esquizofrenia en vivir rodeado de crímenes e intentar que todo fluya normalmente. Eso sucede en México. La gente persiste en su rutina, trabaja, cría a sus hijos, va a la escuela, tiene problemas cotidianos. Y además convive con la hiperviolencia y puede llegar a ser víctima de ella. Se parece a un hormiguero que se inunda. Algunas hormigas tratan de hacer algo, otras huyen, otras se ahogan".
Ruiz Sosa, plantea en sus relatos una relación más íntima y personal con este fenómeno. "La muerte es intocable. En sus orillas están los deudos, los que quedan. La convivencia es con ellos ¿Qué es lo que hacemos para no olvidar a los ausentes?", se pregunta. "Una de esas cosas es, precisamente, la construcción de un lenguaje, de un modo de enunciar las pérdidas".
"La historia dicta, la literatura duda. El papel de la segunda es agrietar el tejido de la primera, nunca sustituirla". Eduardo Ruiz Sosa
Desigualdad e impunidad
Como se puede ver, los tres escritores son ampliamente críticos con el México actual, pero ¿cuáles son sus grandes males, qué lo define y qué errores han conducido hasta esta cruel realidad? "México es un país con unas desigualdades escalofriantes, en el que las jerarquías nunca se rompen del todo y en donde los que mandan se las arreglan para seguir mandando", afirma Ortuño, que asegura que cada gobierno acaba en manos de los mismos y comportándose como sus antecesores. "Ese fracaso reiterado en dar forma a una sociedad más pareja, y el desdén y la soberbia de cualquiera que alcanza el poder, es el sello de México. Es el país de la desigualdad y la humillación", sentencia.
Un análisis que comparte Monge, que a la desigualdad añade la impunidad. "Dos males que son el caldo de cultivo perfecto para el resto de problemas: violencia política y social, crimen organizado, machismo, analfabetismo, abuso de poder, solidaridades delictivas... Está claro en qué nos hemos equivocado: en reproducir siempre las condiciones que permiten y hasta justifican estas dos lacras". Por su parte Ruiz Sosa, cree que "como cualquier otro país, México está sustentado en una serie de mentiras: la mentira de la identidad nacional, de la unidad nacional, de la historia oficial… Se ha dicho mucho que el gran mal de México es la corrupción, pero creo que es sólo uno de los tantos elementos que se congregan para resultar en un universo lleno de contradicciones y locura. Quizá todo intento de conformación de un Estado es en sí mismo fallido", opina.
El escritor ante la realidad
Coincidentes en la crítica, los tres escritores adoptan posturas divergentes en cuanto a qué puede y debe hacer un narrador ante esta realidad. Para Monge, "la única responsabilidad del escritor es con la estética, un compromiso con el lenguaje que, sin embargo debe ser, siempre, también una ética. Todo lo demás es un territorio de libertad absoluta".
Ortuño, sin embargo, deja el campo más abierto afirmando que el propio escritor debe decidir su responsabilidad. "Entiendo que le conviene estar al tanto de los debates de su tiempo e incluso tomar postura. Pero esa postura no tiene por qué ser la que otros esperan y quizá ni siquiera la postura más razonable o mayoritaria", defiende. "La literatura no se divide en buenos y malos, desde luego. Pero los autores que escriben de espaldas a las convulsiones de su tiempo me resultan más lejanos", reconoce.
De nuevo más radical, Ruiz Sosa opina que la literatura "como quienes la hacen, está inserta en el mundo y no puede separarse de él. Quien escribe tiene la misma responsabilidad ética que quien no lo hace. O al menos creo que así podría ser", afirma. "Carpentier decía que antes que escritor era ciudadano. Creo que de eso se trata: uno no tiene un estatuto moral mayor por dedicarse a la escritura, pero sí creo en las posibilidades de la literatura para agrietar el discurso oficial de la historia y la cultura. Quizá, en todo caso, diría que la única responsabilidad de quien escribe es dudar, no tener certezas. Pero tampoco estoy seguro de eso".