“La patria de uno son unos cuantos amigos y unos cuantos paisajes inolvidables”, repitió ayer en varias ocasiones el escritor peruano Alfredo Bryce Echenique (Lima, 1939) durante el homenaje que le brindaba el Instituto Cervantes de Madrid. Ese concepto irrenunciable de la amistad se dejó sentir en el legado que introdujo en la taquilla 1.216 de la Caja de las Letras, nueve ejemplares, en ediciones en español, ruso, japonés, francés o italiano, de algunas de sus obras que había dedicado a sus amigos. Toda una vida volcada en la escritura, reflejada en obras como Un mundo para Julius, su primera y más celebrada novela, y en la más reciente, la tercera entrega de sus “antimemorias”, Permiso para retirarme, cuyo título, como afirmó ayer el escritor “es una declaración de principios. No tengo pensado otro proyecto”.
Una retirada que supone el adiós literario a uno de los más jóvenes del boom (aunque él siempre ha negado pertenecer al grupo), un escritor desmesurado, dueño de frases cortas y de un ingenio punzante y socarrón, afecto a las más altas cotas de virtuosismo narrativo, que desbarata los puntos de vista, juguetea con los diálogos y deja al lector boquiabierto con inteligencia y su irónico sentido del humor. Para el recuerdo queda una trayectoria literaria con grandes luces como las novelas Un mundo para Julius, con la que fue Premio Nacional de Literatura en Perú (1972); La vida exagerada de Martín Romaña (1981), No me esperen en abril (1995) y Reo de nocturnidad, con la que obtuvo el Premio Nacional de Narrativa de España en 1998. También los volúmenes de cuentos Huerto cerrado (1968), Magdalena peruana y otros cuentos (1989), Guía triste de París (1997) y La esposa del rey de las curvas (2010), y, por supuesto, su dos anteriores volúmenes de “antimemorias”, Permiso para vivir (1993) y Permiso para sentir (2005) .
Pero también con algunas sombras, como la acusación por el plagio de artículos periodísticos por el que fue condenado en 2009 a pagar una multa de 60.000 dólares, si bien el autor aseguró en 2012 tras ganar el Premio FIL de Guadalajara (lo que ocasionó otra agria polémica) que le retornaron el importe de la sanción. Preguntado al respecto, al autor considera el asunto un capítulo olvidado, pues afirma que "fui a juicio, en primera y segunda instancia, y la fiscalía no sólo me absolvió, sino que archivó el caso definitivamente".
Una realidad exagerada
Pero ajenos a polémicas, varias figuras de la cultura, amigos del escritor y especialmente del hombre, se dieron cita ayer para honrar la vida y la obra de Alfredo Bryce Echenique a sus 80 años recién cumplidos. Tras unas sentidas palabras de la profesora de literatura hispanoamericana Ana Pellicer, que le agradeció “crear un universo después del creado por el boom, otro mundo tras el Aleph de Borges” y recordó las palabras del también amigo del peruano, Carlos Barral: “Alfredo jamás ha escrito una obra autobiográfica, las escribe de anticipación: sucederá todo después”, rompió el hielo el escritor Pepe Esteban. Y lo hizo recordando como conoció hace 40 años al escritor, con quien ha corrido “muchas aventuras, viajes, alcohol y literatura. Me dijeron en su día que confundía realidad y ficción, pero no es así. Yo he sido personaje suyo en varias narraciones y todo fue ficción, siempre cuenta las anécdotas desfiguradas para quedar bien él”, comentaba entre risas hablando de su tendencia a la desmesura y la exageración.
También de anecdotario tiraba el editor Chus Visor, recordando una anécdota sobre un viaje literario a La Habana en 1986. “Está todo en las memorias un poquito exagerado, pero yo recuerdo a Alfredo que se plantó sin siquiera subir las maletas en el bar del hotel y ahí estuvimos hasta las siete de la mañana tomando aguas”, narraba socarrón Visor. “Cada hora le decía que nos fuéramos a dormir, que al día siguiente daba el pregón de apertura del premio, pero él se negaba a subir a su habitación diciéndome que Ernesto Cardenal , el poeta nicaragüense, estaba en su habitación con 200 filipinos”.
De juergas habló asimismo la escritora Almudena Grandes, recordando como en 2010, cuando Bryce Echenique puso fin a sus varios años de exilio europeo y dejó Madrid para volver a Lima, “nos divertimos despidiendo a Alfredo. Estuvimos haciéndole despedidas durante dos años. Parecía que Alfredo no se iba a ir nunca, pero se fue, y dejó un vacío”. Pero Grandes también reivindicó al autor peruano como “uno de los escritores a los que más homenajes haría, y de los que más me ha influido como lectora y escritora. Cuando construyó Un mundo para Julius construyó también un mundo para mí”, confesaba la escritora, que ensalzó las grandes virtudes narrativas de la obra de Bryce Echenique. “Alfredo es dueño de una voz totalmente personal y es un maestro a la hora de equilibrar emociones imposibles, como el humor amargo o la ironía inocente”.
"Que le den el Cervantes"
Quien también equilibró admiración literaria con anécdotas báquicas fue el cantautor Joaquín Sabina, fiel admirador y amigo del peruano, que reivindicó al novelista apátrida, al magnífico cuentista, “algo notable en el país de Julio Ramón Ribeyro”, y su humor, pues “el humor usado como lo usa Alfredo es de lo más difícil, con tristeza pero sin autocompasión”. Sin embargo, también destacaba que “Alfredo está muy dotado para la amistad, es lo que más le interesa junto con el alcohol. No sé dónde queda ahí la literatura, pero por ahí anda. Hace como hacía Gabo, vivir para contar”. Y de nuevo apeló el cantautor a ese trenzamiento del peruano entre realidad y ficción: “Nunca cuanta una anécdota igual, la última versión no se parece demasiado a la que tú viviste con él, pero es mucho mejor”, afirmaba entre risas. Para terminar, invocando la añoranza, Sabina comenzó a leer varios versos compuestos en honor del escritor, hasta que al final del último soneto, se ha lanzado a pedir "que le den el Premio Cervantes".
Bryce Echenique asistía al festival de elogios y recuerdos impasible, con una media sonrisa inteligente y burlona. "¿Qué voy a decir?, me he quedado tieso", dijo al final. Y para terminar, citando al icónico tenor y actor mexicano Pedro Vargas echó el telón al homenaje con un "Muy agradecido, muy agradecido, muy agradecido".