Gustavo Martín Garzo (Valladolid, 1948) logra en La rama que no existe una de sus mejores novelas. El autor se mueve con destreza en la modalidad de la novela lírica en una narración contada con subjetividad y atención al detalle. Componen la trama historias fragmentadas que se entrelazan en el texto en cuidado desorden regido por su enraizamiento en la vida cotidiana e inspiradas por su relación con el arte y la belleza, con la sugerencia y el silencio privilegiados en el texto.
La historia está contada en primera persona por Gonzalo, profesor de Ciencias Naturales en un instituto de bachillerato en un pueblo costero de Cantabria. Al centro llega una profesora de Literatura francesa, Claudia, de la que se enamora el narrador y con la cual vive una íntima relación de amistad. Claudia es una mujer separada que arrastra el peso de la culpa por la muerte de su hijo Daniel en accidente de coche mientras ella conducía. Esta tragedia es el eje vertebrador en torno al que se anudan otras experiencias de la protagonista y se suman a su relación con el pintor Eduardo Blanchard, quien, tras el éxito en años anteriores, deja de pintar y vive retirado en el pueblo cercano de Caviedes.
Con estos tres personajes centrales en el presente de la historia, más la fragmentaria rememoración de sus vidas pasadas, con alegrías y fracasos, sobre todo el recuerdo del hijo en la mente obsesionada de Claudia, se construye una excelente novela corta cuidada en todos sus aspectos, desde la elipsis y el entrecruzamiento de historias, favorecidos por la brevedad de los capítulos, hasta la calidad de página, elaborada combinando sencillez y aliento poético. A ello contribuye la sucesión de perspectivas integradas en la narración autobiográfica de Gonzalo, que ha ido anotando historias y vivencias en un cuaderno que le regaló Claudia.
Gustavo Martín Garzo firma una de sus mejores novelas, en la que cada página combina sencillez y aliento poético
Así se combinan en la voz del narrador la visión de otros personajes en experiencias compartidas o no. Cuando Gonzalo estuvo presente narra en primera persona lo que él conoció. Y los hechos y situaciones en que Gonzalo no estaba presente los cuenta disfrazado de narrador en tercera persona que acaba revelando que aquello se lo contó su amiga Claudia. Un buen ejemplo de esta técnica está en los capítulos 29-32, donde el narrador empieza contando la vida del pintor Blanchard y su esposa en el pasado y sigue con la de Claudia en su relación con el pintor y sus cuadros, en los que se funden figuraciones enfermizas, misterio y belleza, para, más adelante, dejar constancia explícita de que Claudia contó aquellas historias a Gonzalo, quien las escribe unos veinte años más tarde, fundiendo en su relato lo contado por Blanchard a Claudia y lo que ésta le ha transmitido al narrador. En el último capítulo se incluye una carta de Claudia que lleva a un final misterioso e inquietante, nacido de los sueños, el arte y la belleza en su razonada irracionalidad.
El título de La rama que no existe procede de un cuadro de Blanchard, quien a su vez lo ha tomado de un verso de Cernuda. La obra de este pintor ficticio, sobrino nieto de María Blanchard, pintora real que, como afirma la Nota del autor, destacó en las Vanguardias de comienzos del siglo XX, más la dedicación de Claudia a la literatura propician la reflexión acerca del arte y la literatura como alimento de la vida con sus problemas universales como el amor, la muerte, el dolor o la búsqueda de la felicidad.