Cada vez me hago más la pregunta de si Joyce Carol Oates (Lockport, New York, 1938) intenta convertirse en Margaret Atwood. Sus 40 y pico novelas, trazadas a lo largo de los últimos 50 y pico años, marcan una tendencia creciente a la distopía. La autora es conocida sobre todo por lo que podríamos denominar novelas de violencia a pequeña escala, en las que los sujetos pueden acabar ensangrentados (o secuestrados, o sacrificados), pero las sociedades normalmente quedan impunes. Esta vez, Oates ha escrito una novela de suspense en la que la víctima es Estados Unidos.
La violencia del universo de la autora es excesiva, pero a menudo se parece mucho a la nuestra. Al igual que otros autores prolíficos, la novelista siempre ha sacado sus personajes y los detonantes de sus argumentos del mundo real. Ahí están JonBenet Ramsey o Marilyn Monroe. Oates tiende a difundir los peligros a la orden del día, y no necesariamente aquellos que es más probable que nos afecten. Hace fotocopias distorsionadas de la mente estadounidense con bandas de moteros, madres psicóticas, sectas, abuso sexual, disturbios raciales, asesinos en serie y strippers que también son asesinos en serie. Por eso, si el país de Riesgos de los viajes en el tiempo se parece mucho a Gilead puede que la culpa sea de Estados Unidos, y no de Atwood.
La novela empieza con un monólogo explicativo: "A veces, de rodillas, en una postura de oración, soy capaz de atravesar la 'barrera del censor'… Soy capaz de recordar", empieza Adriane, la protagonista. "Pero me duele tanto la cabeza". Adriane dice de sí misma que es una Exiliada, como se explica acto seguido: el Individuo Exiliado (IE) está limitado por la Oficina Disciplinaria de Seguridad Nacional en el Exilio a un radio de 16 kilómetros alrededor de una residencia asignada. A ello sigue una marea de definiciones. La autora nos cuenta que México y Canadá han sido reconstituidos, y que la Constitución de Estados Unidos ha sido sustituida por la "Vigilancia Patriótica".
Oates siempre ha dicho que lo que le interesa ante todo es la personalidad. Una escritora como Atwood disfruta construyendo universos, mientras que para Oates eso es una pesada tarea que hay que evitar. En consecuencia, la introducción de la novela al estilo guía de estudio es un rebuscar frenético para volver a territorio conocido. En ella, el lector conoce al humilde padre de Adriane, expulsado de su residencia de especialización médica por "escuchar con simpatía" un discurso político; a su escurridizo hermano Roderick, y a la propia Adriane, primero elegida mejor alumna y luego detenida antes de licenciarse.
Cada vez me hago más la pregunta de si Carol Oates intenta convertirse en Margaret Atwood. Sus novelas marcan una tendencia creciente a la distopía
Tras su detención, la hacen retroceder en el tiempo, le cambian el nombre por el de Mary Ellen y la exilian a una residencia de estudiantes "al norte del Medio Oeste de Estados Unidos que hoy comprende lo que antes se conocía como Wisconsin". Estamos a finales de la década de 1950. A las demás chicas del estado de Wainscotia les horroriza que Adriane no se ponga rulos por la noche, y a ella le espantan sus fajas y sus cigarrillos.
El futuro insuficientemente descrito de la novela, con sus alusiones a la política totalitaria, no saca partido de las bazas de la autora como artista de la nostalgia. En la mejor versión de la escritora, el lector tiene la sensación de que, por violentos que sean, sus mundos han sido reflexionados con cariño. El universo futurista de Riesgos de los viajes… parece elaborado a toda prisa. El Wisconsin de los 50 proporciona a la novelista otros elementos con los que trabajar, como una falda escocesa sujeta con un imperdible de bronce, un refugio antiaéreo lleno de arroz hinchado y un cóctel de frutas. Son objetos elegidos con cuidado que poseen más matices psicológicos que los personajes. Adriane y sus compañeras de clase comparten el mismo carácter serio y cerrado y la misma voz indistinguible. Y lo que es más importante, son, sin excepción, manifestaciones de Joyce Carol Oates, victorianas excitables fascinadas por el conformismo y el miedo.
"Si la novela se hubiese publicado antes de 2016", tuiteaba Oates en enero, "habría parecido un futuro distópico de ciencia ficción". Sin embargo, el mundo que imagina resulta creíble. Oates evoca un futuro compuesto por ingredientes del presente: aparatos de televisión y acceso a internet, teléfonos móviles y un gobierno inservible. No intenta dilatar los límites de lo que conocemos o de aquello en lo que podríamos convertirnos. Eso, si acaso, es una tarea para Atwood.
© The New York Times Book Review