José Balza: “Haber vivido en la orilla del Orinoco me ha hecho cómplice del agua”
El escritor ha sido el primer venezolano en depositar su legado en La Caja de Las Letras del Instituto Cervantes
20 septiembre, 2019 14:15El Delta del Orinoco es un territorio enclavado en mitad de la selva húmeda en una de las regiones más recónditas del país. Allí, entre laberintos de pájaros exóticos, profusas corrientes de agua, árboles milenarios, peces de toda estirpe, de un verde que se extiende y se reproduce de forma vertiginosa y de sonidos que jamás se escucharán en la ciudad, nació y creció el narrador, ensayista, crítico y profesor, José Balza (Delta Amacuro, Venezuela, 1939), el primer venezolano en depositar su legado en La Caja de Las Letras del Instituto Cervantes.
En la niñez de Balza no hubo carreteras ni aviones. Desde las cinco casitas que conformaban su entorno, entre kilómetros y kilómetros de río, los desplazamientos se hacían en curiara, una embarcación vastamente utilizada en el Orinoco, mucho más estrecha, ligera y larga que una canoa y hecha con el tronco ahuecado de un árbol. Todavía su pueblo, San Rafael de Manamo, sigue siendo un lugar de difícil acceso, poblado, en su mayoría, por la etnia indígena Warao, una de las más antiguas del país. Quizás esa inmersión absoluta en la naturaleza es lo que le otorga a Balza su temperamento contemplativo, analítico, de una sabiduría casi ancestral, plena de misterio.
Sobre su niñez Balza cuenta: “Me crié con pollos, cerdos, burros y toda clase de animalitos. Yo me asumía hermano de esos animales de manera natural. Pensaba que éramos familia, que yo era uno de ellos. Luego, como a los cinco o seis años, fue cuando me di cuenta de que había diferencias. Algo parecido ocurrió con los árboles. Entonces fue cuando aprendí a leer y escribir. Comencé a escribir para poder diferenciarme de los árboles”. Sobre su amor infinito por el Orinoco, su río de cabecera, más adelante Balza diría: “De joven, me parecía muy original estar enamorado de un río, de mi río, luego me di cuenta de que no lo era, pero el amor sigue estando allí. Haber vivido en la orilla del Orinoco me ha hecho cómplice del agua, de las aguas”.
A los 17 años se trasladó a Caracas y comenzó a estudiar psicología en la Universidad Central de Venezuela. Participó en algunos de los principales movimientos de la vanguardia literaria y artística en la Caracas de los 60. Empezó a publicar a los 26 años y, hasta esta fecha, ha publicado cerca de cincuenta volúmenes entre los que se cuentan ocho novelas, más de veinte libros de relatos y aforismos e igual número de ensayos sobre artes plásticas, música, literatura, televisión y cine, entre otros temas. Su novela más destacada es Percusión, publicada en 1982. Una obra que asombra por la complejidad psíquica de sus personajes y una especie de erotismo revisitado donde se trastoca, como en mucha de su obra, la línea narrativa de espacio, tiempo y memoria.
En una declaración de principios, y de libertad, Balza ha englobado toda su obra narrativa bajo el nombre de “ejercicios narrativos”, lo que sin duda le permite salirse de los cánones de las estructuras establecidas en una búsqueda de juego constante, pero bajo unos lineamientos teóricos sólidos dentro de un discurso más parecido a ciertos movimientos pictóricos o a la improvisación de jazz que a otros parámetros de la literatura clásica. Este acercamiento no es casual ya que Balza es un erudito en ambos temas: ha escrito innumerables ensayos sobre arte y música, es poseedor de una cultura inabarcable y se deja subyugar desde el bolero hasta Turandot, desde Rubens hasta el cinetismo. En España sus títulos han sido publicados por Seix-Barral, Iberoamericana Vervuert y Páginas de Espuma, en una antología titulada Caligrafías: ejercicios narrativos desde 1960 hasta el 2005, bajo el cuidado de Juan Carlos Méndez Guédez, uno de los emocionados testigos, junto al también escritor Ernesto Pérez Zúñiga, en el momento en que José Balza firmara su ingreso en La Caja de Las Letras.
A sus 80 años, José Balza, persona de número de la Academia Venezolana de la Lengua y honrado en 1991 con el Premio Nacional de Literatura, atesora una voracidad casi infantil por todas las formas de manifestación artística que se transmite en su literatura con una belleza iluminada. El universo que construye es de una ternura soterrada en su forma de explicarse el mundo desde una voz que mira con naturalidad lo que desde otra perspectiva se vislumbra fantástico. Por eso hay que recordar que Balza nunca es lo que se ve en la superficie. Lo que a simple vista parece cerebral es la manifestación de una forma nueva de asombro, de lo abrupto que emerge de la tierra con una sensualidad que es más bien sensorialidad: la exacerbación de los sentidos expresada a través una escritura que se mueve fuera de los márgenes del lenguaje. Balza aspira, dice, a que el lenguaje se vuelva invisible y que no interfiera con el lector. Cuando la escritora Almudena Sánchez, su interlocutora en el acto de cierre de su homenaje en el Instituto Cervantes, le preguntó por qué a veces su escritura parece música, Balza reflexionó “por el lugar de donde saco las palabras para extraer la fuerza del recuerdo”. Quizás lo más importante de la literatura de Balza es todo eso que no se ve.