En Insurrección, Carolina, redactora jefe de una emisora de radio con prometedor porvenir profesional, descubre, a raíz del despido por haberse quedado embarazada, que “la vida no era ascenso y atesoramiento, sino desgaste, disolución y pérdida”. Esta visión pesimista del mundo es habitual en José Ovejero (Madrid, 1958) y la ha expuesto a lo largo de su ya amplia obra narrativa dentro de una notable variedad de situaciones y conflictos. Su literatura es densa y amarga, tiene calado existencial y ofrece un panorama de conflictos morales y mentales con alcance antropológico.
Ello le lleva al autor a utilizar, a veces, parábolas visionarias y a desarrollos anecdóticos un tanto abstractos. Pero también tiene un sentido agudo de lo cercano, de la vida común y corriente. Lo cual lo ha situado en alguna ocasión en el borde mismo de la prosa testimonial y de denuncia. Las vidas ajenas, por ejemplo, obedece tanto a esta impronta que me permití decir en su momento que era como si llevara la busca barojiana a Bruselas y a nuestros días. Insurrección se inserta también en esta línea de testimonio ácido del presente.
El escenario de Insurrección se emplaza en Madrid y hoy mismo. Y los graves conflictos que relata tienen un par de focos de atención. Por una parte, el movimiento okupa. La protagonista, Ana, de solo 17 años, y otros chicos y chicas, se han recluido en El Agujero, un Centro Social Okupado. Por otra, el mundo empresarial, representado por la emisora en la que trabaja Aitor, el padre de Ana. Estos dos núcleos dan pie a unas cuantas anécdotas enlazadas: la forma de vida de los okupas, la arbitrariedad patronal o la fractura de las relaciones familiares. Y a ello todavía deben añadirse algunos otros documentos dispersos: los desahucios, el precariado, la marginalidad, la irresponsabilidad de los medios de comunicación…
Traza Ovejero, por tanto, un dibujo amplio de una realidad colectiva de nuestros días muy problemática y negativa. Cataloga unas circunstancias adversas y las evidencia poniendo en pie una suficiente nómina de personajes a quienes la vida zarandea. Unos andan como perdidos en una realidad que no saben afrontar. Alguno, el detective que localiza a Ana, representa la falta absoluta de ética. Y otros, los jóvenes okupas, hijos de clase media, se sublevan contra el sistema capitalista, reivindican la libertad desde una acracia instintiva y planean acciones subversivas para liquidar el orden burgués. La novela contrapone dos polos frente a la realidad: la sumisión apática y la insurrección –frustrada– que subraya el título; el conformismo realista y el idealismo utópico.
Este bucle de ideas tiene un sólido anclaje argumental en el que cuenta mucho la caracterización psicológica de los personajes. Despliega Ovejero dotes de buen observador de interiores y hace retratos individuales sólidos y atractivos de caracteres diversos: de cada uno de los jóvenes, con rasgos propios que van del fanatismo a la ternura; de los rencores en las parejas; de los desalmados ejecutivos, si bien su cinismo resulta algo caricatural. Los varios motivos de Insurrección se ahorman en una novela de construcción exigente.
El contenido se trasmite desde las tres voces narrativas, se emplea el monólogo interior, el diálogo suprime las marcas tipográficas y se pone alguna ilustración. También se incorporan poemas que enriquecen la narración. Nada explica mejor la rebeldía de Ana que sus versos: “Somos los canarios que usan en la mina / para detectar el grisú”. Parte Ovejero de una urgencia testimonial que supera viejas rutinas y a la que le da un aire actual con un relato algo vanguardista. Es un gran acierto revestir el documento y la denuncia con ropajes literarios modernos.