El segundo libro de no ficción de Jonathan Safran Foer (Washington, 1977) es una reveladora recopilación de ensayos que expresan al mismo tiempo desesperación y esperanza en torno a la crisis climática, concretamente, en lo relacionado con las decisiones individuales. El libro abarca muy diversos temas –homenajes a abuelos e
hijos, reflexiones sobre el suicidio, la familia, el esfuerzo, el sentido común–, pero tiene un objetivo: persuadirnos de que comamos menos productos de origen animal. En la continuación de su influyente Comer animales, el autor aporta personalidad y pasión a un tema que nadie ha sabido cómo abordar de manera que inspire la respuesta adecuada. El postulado central dice en esencia que debemos abstenernos de comer productos de origen animal excepto por la noche.
El escritor sostiene que este es el cambio individual más importante que podemos realizar los ciudadanos vorazmente carnívoros para reducir nuestra huella de carbono. Foer vuelve a hacer hincapié en que nuestra manera de tratar a los animales es inmoral e inhumana. A esto añade, con razón, que el sistema que apoya la cría de nada menos que 10.000 millones de animales terrestres al año solo en Estados Unidos (un cálculo aproximado, ya que no existen cifras fiables) también contribuye considerablemente a la situación de emergencia de la salud pública y a la crisis climática.
Se podría argumentar que la producción industrial de animales solo es responsable del 7% de las emisiones de gases de efecto invernadero (según el geofísico Gidon Eshel), o tal vez del 11 (según Climate Watch), el 15 (según la FAO), o hasta el 50% (según World Watch), pero el porcentaje es igualmente incierto y apenas tiene importancia. Sea cual sea, no cambia el hecho de que comer animales contribuye al tan temible cambio climático.
Incluso si la producción industrial de animales fuese nuestro principal problema, me temo que el contundente argumento de Foer no va a tener demasiada repercusión. (Él también se lo teme, y lo llama “una mano perdedora”). Lo digo porque he escrito libros defendiendo lo mismo (Food Matters [La comida importa] en 2008 y VB6: Eat Vegan Before 6PM [VB6: Sea vegano antes de las 6 de la tarde] en 2013), y, aunque ambos merecieron amplia atención, no hicieron mella en la conducta de la población. Hoy en día comemos animales al mismo ritmo que venimos haciéndolo desde que la agricultura industrial alcanzó su madurez hace 30 o 40 años.
¿Qué se puede hacer? Como dice Foer, no se nos da bien tomar decisiones positivas sobre nuestro futuro. Tampoco se nos da nada bien negarnos placeres baratos como las hamburguesas con queso, por nocivas que sean para nosotros mismos y para nuestros semejantes. Sin embargo, el argumento de que poner remedio a la situación exige cambios en nuestro comportamiento individual, de manera que el mercado se vea obligado a reaccionar, no ha dado resultado. Y las cosas no se van a mover ni un ápice porque otro miembro de la intelectualidad le diga a la gente la verdad de diversas maneras (con elocuencia, dureza, humor, en tono de reprimenda, intelectual y académico), la convenza de la veracidad y la virtud de su postura, y espere que se le encienda la bombilla.
Foer sabe que las cosas no se van a mover ni un ápice porque otro intelectual le diga a la gente la verdad. Pero su libro lo intenta
La verdad no es ninguna novedad: por nuestra propia salud y para que la vida se encuentre menos amenazada por el cambio climático, tenemos que cambiar nuestra manera de comer. Cómo hay que hacerlo no admite discusión –más vegetales, menos animales y menos comida basura–, aunque los que se benefician del estado actual de las cosas se opongan a los cambios mediante el oscurecimiento de los hechos.
Pensemos en lo que pasó con el tabaco en Estados Unidos. En la década de 1930 se pensaba que era peligroso; en 1948 se demostró que provocaba cáncer de pulmón; el ministro de Sanidad nos advirtió en 1964, y en 1988 vino el Acuerdo Marco Resolutorio de los fiscales generales de los estados que, entre otras cosas, limitó la publicidad del tabaco. El acuerdo fue eficaz porque, realmente, ponía obstáculos al consumo de tabaco. Se ha hablado mucho de que la agricultura industrial contribuye al cambio climático y de los peligros de los alimentos ultraprocesados, pero, en gran medida, la respuesta ha consistido en más palabras y casi ninguna acción. Contar con que un par de miles de millones de grandes carnívoros van a responder a la elocuencia de una persona y reducir su consumo de carne en un 90 por ciento (el porcentaje recomendado para que tenga verdadero efecto) más que un plan es una súplica. En el capítulo titulado “Controversia con el alma”, Foer culpa a la “naturaleza humana”. Ella es la causa de que “a gente como yo, que deberíamos preocuparnos, estar motivados y hacer grandes cambios, nos parezca casi imposible hacer pequeños sacrificios para obtener importantes beneficios en el futuro”.
Sostener que los individuos debemos comer mejor no es desacertado, pero anima a la “gente como yo” –acomodada y, en su mayoría, blanca– a convertirse en mejores consumidores dejando a los demás por el camino. La naturaleza humana no es la causa de que nuestra dieta consista en grandes cantidades de carne y comida basura. Los factores que determinan este hecho son la disponibilidad, el acceso y la mercadotecnia. Para que la gente coma y actúe de otra manera hay que emplear herramientas diferentes. El tema es la oferta, no la demanda. Si las hamburguesas con queso están en todas partes, siempre son más baratas que los alimentos saludables y desde que nacimos nos han educado para que “disfrutemos” de ellas, seguiremos comiéndolas. La manera más fácil de que no comamos tantas hamburguesas con queso es producir menos, o como mínimo, venderlas a un precio que corresponda a su coste real, incluido su impacto sobre el cambio climático, la salud pública, la degradación medioambiental, etc. (Lo cual las convertiría en prohibitivas).
El artículo de Bill McKibben "A World at War” [“Un mundo en guerra”], publicado en 2016 en New Republic, en el que instaba a enfrentarnos al cambio climático como lo hicimos con la Segunda Guerra Mundial, ofrece el argumento más sensato hasta el momento: el cambio climático es una crisis, y necesitamos un gobierno que nos lidere para combatirlo, igual que lo necesitamos para combatir la crisis alimentaria. Hacen falta leyes nuevas y una aplicación más estricta de las ya existentes que dificulten o imposibiliten que la producción industrial de animales siga siendo rentable. En general, tenemos que limitar la explotación, gravar con impuestos y hasta desmontar el agronegocio responsable del ecocidio y de la creciente epidemia mundial de enfermedades crónicas.
Jonatahn Safran Foer dice: “Aunque tal vez sostener que, al final, el poder reside en las decisiones individuales sea un mito neoliberal, pensar que estas decisiones no tienen ningún poder es un mito derrotista”. No es verdad. Las decisiones individuales son poderosas, y la desesperanza es una opción horrible. Pero las decisiones individuales tienen sus límites. Sin un liderazgo eficaz, sensato y previsor, el cambio que necesitamos no tendrá lugar jamás. Podemos salvar el mundo antes de cenar es un libro que trata del porqué, y lo que necesitamos son más libros que traten del cómo.
© New York Times Book Review