La 39.ª edición de los Premios Princesa de Asturias que se ha celebrado en Oviedo este viernes ha sido la sexta del reinado de Felipe VI y la primera que preside la Princesa Leonor, que ha elegido el Teatro Campoamor para pronunciar su primer discurso público a los 13 años, la misma edad que tenía su padre cuando se estrenó en idéntica ceremonia un 3 de octubre de 1981. La expectación por tanto era máxima en este escenario que cada año viste sus mejores galas para reconocer "la labor científica, técnica, cultural, social y humana realizadas por personas, equipos de trabajo o instituciones en el ámbito internacional". Todos los ganadores deben tener reconocida trascendencia internacional en cada una de las ocho categorías que reconocen los galardones. Y cada premio está dotado con una escultura de Joan Miró, 50.000 €, un diploma y una insignia.
La presencia de la Princesa ha marcado esta edición que se recordará también por el acentuado carácter comprometido de los premiados que han abordado en sus discursos varios de los puntos más calientes de la actualidad global, como la reivindicación feminista, la dramática lucha ecologista y la apuesta por la tecnología y la educación accesible para fomentar el progreso. Desde la escritora Siri Hustvedt que ha afirmado que en muchos casos las mujeres son olvidadas y relegadas y trabaja con tenacidad para que la situación cambie, hasta la bióloga Sandra Myrna Díaz, que ha alertado de la gravedad de la crisis climática, pasando por el matemático Salman Khan que lucha porque personas en todo el mundo puedan acceder al conocimiento universal a través de la tecnología. Por todo ello, la Princesa Leonor ha agradecido a los galardonados su interés por "fomentar la cultura y la ciencia, por impulsar la solidaridad, por mejorar la educación. Vuestras obras nos recuerdan que hay millones de personas que piensan y actúan para que el mundo sea mejor".
La primera en subir al escenario del Teatro Campoamor, tras el inicio formal del acto, ha sido la Premio Princesa de Asturias de las Letras. La novelista y ensayista Siri Hustvedt ha recordado cómo de pequeña solía maravillarse ante las cosas corrientes como un tenedor encima de la mesa, una flor en un jarrón, o como ver a su hermana lamer un cucurucho de helado le llevaba “a pensar en lo raras que son las lenguas humanas, en las sensaciones que iban y venían a lo largo del día, en los escalofríos o los sabores”. Sin embargo, también ha puesto la mirada en 'las reglas de la vida': “¿Por qué los niños podían dar brincos cuando ganaban un concurso de caligrafía y a las niñas no se nos dejaba ni sonreír, y menos aún levantar los brazos en el aire? ¿Y si las reglas eran diferentes?”, se ha preguntado.
Así, cuando su hija Sophie Auster a los 3 años le preguntó si al hacerse mayor seguiría siendo Sophie, Hustvedt contestó que sí pero aquella niña había planteado “una antigua cuestión filosófica, la del yo y su continuidad en el tiempo”. Es cierto que todos los niños tienen curiosidades y cuando Hustvedt iba a la biblioteca de su ciudad natal allí encontraba libros en los que había historias “sobre personas a las que nunca había conocido, que tenían aventuras y eran víctimas de injusticias”. Leía sobre reyes, reinas y magia, pero también sobre “cautiverio, racismo, miedo a los desconocidos y niñas a las que se les castigaba por no querer ser modosas y estar calladas". Y pensaba: ‘¿Por qué es así? ¿Por qué no podría ser diferente?’. Por eso, esta intelectual de la ética contemporánea que se suma a la lista de mujeres reconocidas con este premio como Doris Lessing, Margaret Atwood o Susan Sontag, ha hecho un llamamiento a “recelar de las de las emociones ramplonas, las respuestas fáciles y las fórmulas hechas que vienen en paquetes brillantes con la etiqueta de 'verdad'".
Con tono reivindicativo y feminista Siri Hustvedt ha asegurado que “el tiempo es inefable, pero las ideas y las reglas que las acompañan pueden perdurar, a menudo cientos de años. A mi yo adulto no le cuesta imaginar un mundo donde las niñas pueden alardear tanto como los niños y éstos no les tienen miedo, un mundo en el que se han disuelto las viejas fronteras. Este premio llega de la mano de una niña, una princesa. Me gustaría que fuera para todas las niñas que leen muchos libros sobre un sinfín de temas, que piensan, preguntan, dudan, imaginan y se niegan a estar calladas”, ha concluido.
Sandra Myrna Díaz, retejer tapiz de la vida
Tras la autora de Recuerdos del futuro ha llegado el turno de Sandra Myrna Díaz, que ha recibido junto a la también bióloga Joanne Chory el Premio Princesa de Asturias de Investigacion Científica y Técnica. Sus palabras no han sido menos combativas aunque en torno a un tema diferente: el cambio climático. Díaz estudia la naturaleza y la describe como “el tapiz de la vida sobre la tierra, una tierra de la que formamos parte, que nos entreteje y atraviesa”, ha comenzado. No se trata de una frase poética, ha avisado, sino “lo que indica la más completa y actualizada evidencia científica”.
La argentina ha recordado que la naturaleza es “fundamentalmente relaciones, es un construir y moler y rehacer siempre con los mismos materiales”. Es más, todas las personas y “los bacalaos, los tigres, las lombrices, los tomates que languidecen en el supermercado y las levaduras que levantan el pan, estamos hechos con los mismos átomos”. No se ha olvidado de las plantas, que cada día llevan a cabo la tarea de transformar las moléculas inanimadas del aire, el agua y el suelo en vida para todo el planeta y también en alimento, cobijo e historias, para los seres humanos. “Por eso”, arrancaba su queja, “esta idea de que la naturaleza está afuera, de que no tiene que ver con ustedes es, en todo el sentido de la palabra, una postverdad”.
Lo cierto, ha admitido, es que el ser humano está inseparablemente conectado con la naturaleza y “hoy vivimos en un mundo mucho más conectado que nunca, pero esto no lo ha hecho un mundo más justo”. La aspiración de consumir y acumular, ha criticado, avasalla el derecho a gozar de una relación plena con el tapiz de la vida y “siguiendo las leyes de la física y la biología, si demasiadas hebras se devoran o se desechan en un sitio del tapiz inevitablemente se producen rajaduras y agujeros. Y no estamos hablando de unos pocos agujeros, hay cada vez más agujeros y están muy mal distribuidos, en un proceso de injusticia ambiental global a una escala inédita”.
¿Qué debemos hacer?, se ha preguntado. Los estudios, ha especificado, no dicen que renunciemos a una pasión que ya dura millones de años pero sí indican que queda poco tiempo. Sin embargo, “aún estamos a tiempo de retejer este tapiz y de re-entretejernos en él”.
Salman Khan, la defensa de una educación universal
Tras la entrega de todos los galardones ha tomado la palabra Salman Khan, Premio Princesa de Asturias a la Cooperación Internacional, que ha llegado a Oviedo con representación de la Academia Khan, cuya labor es la educación a nivel mundial. Su proyecto nació hace una década como un trabajo que daba soporte a un niño de 12 años de su familia. Sin embargo, su método se fue difundiendo hasta convertirse en lo que es hoy: una academia cuyo objetivo es poder llegar a cualquier rincón del planeta. “Nuestra visión es la de un mundo en el que cualquier niño, incluidos los niños en aldeas remotas y regiones devastadas por la guerra, pueda aprender y aprovechar su potencial y tener un salvavidas para participar en el mundo en general”.
Para la Khan Academy la tecnología se convertido en el vehículo perfecto a través del que poder “hacer nuestras vidas más humanas”. Cuentan con más de 200 miembros a tiempo completo y miles de voluntarios y donantes en todo el mundo. Khan, defensor de una educación universal, ha sido franco: “Si tuviera que elegir entre un maestro y una tecnología para mis hijos o la de cualquier otra persona, elegiría siempre al maestro. Pero, ¿qué pasaría si esa tecnología gratuita y no comercial se pudiera utilizar para empoderar a esos grandes enseñantes?”.
El Museo del Prado, un referente de la historia compartida
Por último, Javier Solana, Presidente del Real Patronato del Museo del Prado, se ha subido al atril para agradecer el galardón de Comunicación y Humanidades con el que la pinacoteca celebra su bicentenario. Ha agradecido al jurado por considerar al museo un “símbolo de nuestra herencia común y en reconocimiento a la labor de preservación y divulgación de uno de los más ricos patrimonios artísticos del mundo”.
Solana ha acudido al Teatro Clara Campoamor acompañado del director de la pinacoteca, Miguel Falomir, y de la jefa de vigilantes de sala, Laura Fernández, en representación a todos los trabajadores que el museo ha tenido a lo largo de su historia. Así, el Museo del Prado, que nació en 1819 como una seña de identidad dinástica pronto se abrió al público y se convirtió en museo nacional. “Esa transformación ha conseguido que sea el conjunto de la sociedad española quien haya asumido la tarea de velar por él, mejorarlo, enriquecerlo y adecuarlo a su tiempo, incluso en las horas más difíciles de nuestra historia”.
El Prado es, por tanto, un reflejo de lo “que los españoles hemos vivido a lo largo de los siglos, pero también del alma de cada uno de nosotros”. En él podemos encontrar gestas de emperadores, escenas de soledad, de pobreza y hambre pero también “de paz, piedad y perdón”, ha comentado. Parafraseando a Ramón Gaya, pintor que vivió en el exilio, “el Prado visto en la distancia no se presenta nunca como un museo sino como una especie de patria”. La patria entendida como un lugar capaz de “cobijar el alma humana”. Así pues, el Museo del Prado “forma parte esencial del patrimonio común de la humanidad y un compendio de la mejor aportación de España a la cultura universal”.
Ha sido una vez entregados todos los premios y pronunciados los discursos cuando la Princesa Leonor, que preside la Fundación Princesa de Asturias, ha tomado la palabra: ovacionada por el público en varias ocasiones ha terminado con un largo aplauso del auditorio puesto en pie. El Rey Felipe VI, encargado que clausurar la ceremonia, ha dejado a un lado la política esta vez para recibir a recibir a su hija: "Los adultos de hoy tienen el deber de guiar los pasos de las generaciones venideras. Tenemos el deber de proporcionarles las herramientas que les ayuden a enfrentarse a los retos y dificultades de la vida, la obligación de dejarles un mundo mejor y de ayudarles a construirlo. Y también tenemos la responsabilidad de fomentar en ellos el espíritu crítico, el deseo de verdad, y la capacidad de preservar los valores profundos y perennes de la cultura y el humanismo”. Ha repasado asimismo la importancia de los premiados de esta edición y ha recordado que durante las casi cuatro décadas de vida de los galardones “nos han acompañado en el devenir de nuestra vida democrática, iluminándonos en cada edición con ejemplos admirables de cultura, de humanismo y de apertura al mundo”.