Libro de culto para bibliófilos, El arte mágico de André Breton (1896-1966) se publicó por vez primera en 1957, en una edición exclusiva de 3.500 ejemplares reservada a los miembros del Club Français du Livre. Esa primera edición se agotó casi de inmediato pero el Club prefirió no reimprimirlo para evitar depreciar su joya bibliográfica más preciada. Breton, en cambio, quería difundir el volumen, inédito en librerías. Como además las nuevas técnicas de fotomecánica e impresión en color se habían perfeccionado en los años sesenta, soñaba “con una nueva versión que fuera al mismo tiempo un espléndido objeto visual”. Obsesionado, el poeta contactó con editores de arte tan prestigiosos como Albert Skira, aunque problemas con los derechos de reproducción volvieron a frenar el proyecto. Lo mismo ocurrió tras la muerte de Breton, en 1966.
Sólo en 1984 su viuda, Elisa, consiguió convencer a los nuevos responsables del Club Français para que transfirieran los derechos del libro a las herederas del autor. La obra vio la luz al fin en 1991, tras más de treinta años de planificación y trabajo. Es la misma versión, mejorada y ampliada, que ahora rescata Atalanta, en edición profusamente ilustrada y traducción impecable de Mauro Armiño.
Conviene dejar claro desde el principio a qué se refería Breton cuando hablaba de magia: a su juicio, ésta “engloba el conjunto de operaciones humanas cuyo fin es dominar imperiosamente las fuerzas de la naturaleza mediante el recurso a unas prácticas secretas de carácter más o menos irracional”.
Lejos de la superstición, de relacionar magia con brujería, o de enfrentarla a la religión, Breton se apoyaba en las reflexiones sobre el tema de Novalis, Freud, Frazer, Levi-Strauss o Mauss, a partir de una certeza: mientras que en los medios científicos la magia se considera convencionalmente un conjunto de prácticas aberrantes y remotas, “limitadas a grupos étnicos cuyo nivel de consciencia sigue siendo inferior […] en otras esferas se abre una concepción radicalmente distinta, según la cual todo principio de superación del nivel de consciencia actual reside y sólo podría residir en la magia, en el sentido de ciencia tradicional de los secretos de la naturaleza”.
Arte no histórico
Para defender su tesis de que todo arte verdadero es mágico, Breton compara el arte “antehistórico” y el primitivo de hoy; se afana en trazar una historia del arte “no histórico”, sin olvidar el de los pueblos “en vías de desaparición” de América, Australia, Melanesia, y se enfrenta a lo que llama “la paradoja del decorado polinesio”, al que confronta con el chamanismo y con el misterio de los megalitos de la Isla de Pascua y Stonehenge.
Tras explicar el origen mágico de la arquitectura, André Breton se detiene en El Bosco y se abisma en la modernidad
Tras revisar exhaustivamente el origen mágico de la arquitectura (el bosque y la cueva), el poeta se sumerge en la Edad Media y su enfrentamiento con la brujería para detenerse en uno de los grandes protagonistas de la obra, El Bosco, y abismarse en la modernidad. Sólo el surrealismo, al que dedica el sustancioso capítulo final, logrará lo impensable: recobrar la magia, tras siglos de persecución y olvido.
Surrealismo mágico
Nadie sino Breton podía explicar mejor el origen y las influencias artísticas del surrealismo, reivindicando como precursores a Moreau, Uccello, Seurat, Kandinski, Gaudí o Rousseau, pero también al arte de Oceanía y de la América india. En El arte mágico saluda como genio al “pintor metafísico” Giorgio de Chirico, y descubre cómo influyeron en el movimiento artístico y poético surreal la fotografía y el cine, si bien destaca que “la participación auténtica del surrealismo en la vida de la pantalla se reduce a las películas antiguas de Luis Buñuel (en colaboración con Dalí)”. Claro que también detecta la presencia del pensamiento mágico en las obras maestras de Méliès, Murneau y todo el expresionismo alemán, Josef von Sternberg, Abel Gance y Orson Welles.
De Heidegger a Octavio Paz
Las sugerencias, asombros y provocaciones del volumen son incontables. Su último hechizo, sin embargo, es una compleja encuesta sobre el tema que remitió a los más destacados pensadores y poetas de su época. Heidegger, Blanchot, Juan Eduardo Cirlot, André Malraux, Georges Bataille, Leonora Carrington, Magritte, Roger Caillois, Herbert Read, Levi-Strauss, Michel Butor, Pierre Klossowski, Julien Gracq, Octavio Paz, Benjamin Péret o Jean Markale, entre otros, intentaron responder a cuestiones como si consideraban cierto que la civilización disipó la ficción de la magia “para exaltar, en el arte, la magia de la ficción” o si era posible que el entrevistado incluyera objetos de arte mágico en su vida personal.
La densidad del cuestionario fue tal que Heidegger, por ejemplo, aseguró carecer de preparación para responderle, aunque para el filósofo la dificultad mayor estaba en el fondo de lo planteado y en su arbitrariedad, mientras Malraux y Bataille hacían una enmienda a la totalidad. En cambio, Octavio Paz respondía gozoso coincidiendo en que secreta o abiertamente la magia circula por el arte de todas las épocas.