Con Delphine de Vigan (Boulogne-Billancourt, 1966), George Steiner fracasaría con su pregunta: “¿En realidad las mujeres propenden a derrochar el lenguaje?”. En Las lealtades, los personajes femeninos ocultan secretos, callan por miedo, se autoprotegen mediante el silencio. También los dos jóvenes protagonistas son cómplices en sus disimulos. Quizá porque el registro de De Vigan es económico, contenido y más implícito que descriptivo. La autora de Basada en hechos reales consigue crear tensión psicológica en ese territorio hostil de las violencias cotidianas, sin perder su pulso narrativo y sin gran despliegue estilístico o verbal.
Lo más clarificador del título, Las lealtades, novela a cuatro voces, se plantea en los párrafos iniciales, a modo de “nota de autor”. De Vigan explica a qué lealtades se refiere: “Son lazos invisibles que nos vinculan a los demás –lo mismo a los muertos que a los vivos–, son promesas que hemos murmurado y cuya repercusión ignoramos, fidelidades silenciosas, son contratos pactados las más de las veces con nosotros mismos”.
Y puesto que en la historia coexisten preadolescentes de familias desestructuradas, mujeres decepcionadas, y una profesora, hija maltratada por un padre violento, la novelista estará hablándonos de pactos de silencio, de no traicionar a los padres, de no decir más de la cuenta. Las consecuencias de estas lealtades profundas y oscuras son imprevisibles.
La trama, polifónica y fragmentada, se estructura a través de las narraciones de cuatro personajes, anudados entre sí por las circunstancias. Una de las voces, en primera persona, la más intuitiva y valiente, es la de Helene, la profesora de los dos adolescentes protagonistas, Theo y Mathis. La otra narradora es Cecile, la madre de Mathis, hija de alcohólico y casada con el hombre perfecto del que ha descubierto un siniestro secreto. Tanto Theo como Mathis, se nos presentan con la voz de un narrador en tercera persona que ahonda en las mentes de los chicos. Con doce años, los dos muchachos se lanzan en caída libre a un alcoholismo buscado, sobre todo en el caso de Theo, en custodia compartida, con un padre incapaz y depresivo y una madre amarga e indiferente, que odia ferozmente a su ex marido.
Sólo la profesora, Helene, sospecha que Theo es un niño maltratado, aunque ni el sistema escolar, ni la enfermera del centro ni la madre parecen intuir los peligros que le acechan: “soy la única que ve sus heridas, la única que ve que está sangrando”. Mathis descubre el abismo en que vive su amigo Theo, pero ha sellado con él un pacto de silencio.
De Vigan encarna la voz de los portadores de desgarraduras familiares en una obra que cuestiona a una sociedad que mira hacia otro lado ante las violencias soterradas
El planteamiento coral del argumento es un pretexto para penetrar a fondo en el problema del alcoholismo juvenil. El infierno es el entorno, podría decir Theo, si sus borracheras le permitieran comunicarse y hablar de ese padre siempre tumbado, siempre a oscuras, con quien pasa parte del mes. Los dos amigos beben incluso en el colegio, escondidos detrás de un armario. Mathis querrá dejarlo, pero su compañero busca el vértigo. “Porque Theo no tiene ya otra cosa en la cabeza […]. Aumentar la dosis, beber más rápido”.
La disfuncionalidad interna de las familias es un tema recurrente en la obra de Delphine de Vigan. En Nada se opone a la noche, narraba el suicidio de su propia madre. Las referencias a las violencias familiares invisibles aparecen consciente e inconscientemente en su narrativa. Sus personajes adultos cargan con las heridas de la niñez.
Hay quien le reprocha a De Vigan que las cuatro voces se parezcan demasiado; el nombre de cada personaje como título de cada fragmento sirve para guiarnos en un flujo de conciencias encadenadas. Personalmente, creo que el efecto de una misma frecuencia mental en el habla de los personajes es a propósito. Víctimas de traumas del mismo origen, la novelista tiende a igualar el discurso de cada personaje con el suyo propio, encarnando así la voz colectiva de los portadores de hondas desgarraduras familiares. Una obra que cuestiona a una sociedad que mira hacia otro lado, ante las violencias soterradas.