“Cuando me entrevistan, lo que más miedo me da es tener enfrente a una de esas personas que solo se ha leído el dosier de prensa de la editorial y un par de citas, porque entonces te leen una de esas frases en voz alta y, con un tono de lo más sincero, te dicen: ‘Cuéntenos más de lo que escribió aquí’”. Expresando este temor, común a todos los escritores, comenzaba la primera de las tres extensas entrevistas que Ursula K. Le Guin (Berkeley, California, 1929-Portland, Oregón, 2018) mantuvo tres meses antes de su muerte con su amigo el escritor David Naimon.
En estas charlas, que Alpha Decay publica en España bajo el título Conversaciones sobre la escritura, una de las escritoras capitales del siglo XX estadounidense aborda los más diversos temas, como el sentido de la escritura y su mercantilización actual, la importancia del estilo, el papel de la mujer en la literatura, además de enarbolar una férrea defensa de la imaginación y del género fantástico. Pionera y combativa, genial y ecléctica, el legado de Le Guin, definida por todo un Harold Bloom como “una creadora magníficamente imaginativa y gran estilista que ha elevado la fantasía a la alta literatura para nuestro tiempo”, va mucho más allá del universo de Terramar que ha hecho las delicias de varias generaciones de lectores.
Y es que aunque fueron sus obras de fantasía las que le valieron numerosos premios, como el Hugo o el Nébula, y el reconocimiento del público, reflejado en la venta de millones de ejemplares de sus novelas, Le Guin fue una escritora prolífica que dio a la imprenta más de un centenar de relatos, una docena de poemarios, y numerosos ensayos. Su visión de la escritura, sencilla en su complejidad, se resumía en verla como “una cuestión de autocontrol. Es algo así: llevo dentro una historia que quiere ser contada. Es mi fin. Yo soy sus medios. Si puedo controlarme, a mi ego, mis deseos y opiniones, mi basura mental y encuentro el enfoque de la historia y la sigo, se contará a sí misma”.
"Escribir es una cuestión de autocontrol. Llevo dentro una historia que quiere ser contada. Es mi fin. Yo soy sus medios"
Pero bajo esta aparente sencillez, la escritora se declaraba, algo raro en el género que mayoritariamente cultivó, como una absoluta partidaria del estilo, del sentido estético, y reconocía como maestros a Victor Hugo, Tolstói, Borges o Dickens antes que a otros escritores de ciencia ficción. “Por debajo de la memoria y la experiencia, por debajo de la imaginación y la invención, por debajo de las palabras hay ritmos ante los que la memoria, la imaginación y las palabras se ponen en marcha; la tarea de quien escribe es ahondar lo suficiente para sentir ese ritmo y dejar que ponga en marcha la memoria y la imaginación para que estas encuentren las palabras”, afirmaba citando a Virginia Woolf, que llamaba a esto “la onda en la mente”.
Poesía: misterio y lucha
En este contexto es donde resplandece la Le Guin poeta, que en sus versos deja aparte cualquier atisbo de fantasía para centrarse en elementos como la naturaleza, el feminismo o los choques culturales. “El significado más profundo se encuentra en la confluencia de la poesía y la música, ese sentido no lo puedes expresar con palabras de manera racionalmente comprensible. Está ahí y sabes que está ahí, tienes el ritmo, la música del sonido que lleva consigo. Es algo absolutamente misterioso y está bien que sea así”, explicaba a Naimon en la segunda charla, centrada en su universo poético.
"El significado más profundo se encuentra en la confluencia de la poesía y la música. Es algo absolutamente misterioso y está bien que sea así"
Aunque, siempre reivindicativa, valoraba también el poder de la palabra poética como forma de lucha a la hora de cuestionar los usos sociales establecidos. “Los dictadores siempre temen a quienes se dedican a la poesía. Esto a muchos estadounidenses les suena rarísimo, porque creen que los poetas no son sujetos políticos, pero en Sudamérica o en cualquier dictadura saben perfectamente de lo que hablo”. De este juicio, y de su genuino interés por reivindicar siempre figuras femeninas nació su amor por la chilena Gabriela Mistral, a quien llegó a traducir. “No hay nadie como Mistral, es singular, y es una pena terrible que Neruda, el otro chileno que ha ganado un Nobel, sea quien se lleve toda la atención. Pero ya sabes que los hombres suelen acaparar los focos y a nosotras nos toca pelear”.
Si la conexión entre ambas escritoras puede parecer sorprendente, más lo es la que mantuvo con el que definió como “el único novelista de mi generación del que todavía aprendo”, el portugués José Saramago. “No es un autor de lectura fácil, pero hay que permitírselo. Era un hombre de una gran sensibilidad moral y con una enorme empatía hacia los más débiles. Me robó el corazón, qué quieres que te diga. Olé por el comité del Nobel cuando lo premiaron, si no seguro que nunca habría sabido nada de él”.
Una lucha legendaria
"Las formas más antiguas de expresión literaria, los mitos y las leyendas, como La Odisea, son literatura fantástica"
Sin embargo, más allá de cualquier otra reivindicación, la lucha que marcó la vida de Le Guin fue su quijotesca batalla para sacar a la ciencia ficción y la fantasía de la consideración de literatura menor. “Si lo pensamos, las formas más antiguas de expresión literaria, los mitos y las leyendas, como La Odisea, son literatura fantástica”, defendía.
Aunque en los últimos años, la escritora celebraba que este prejuicio nacido “del miedo típicamente moderno a usar la imaginación” estuviese desapareciendo entre el público, también señalaba que en el mundo editorial todavía persistía. Como en el caso de su amiga Margaret Atwood, una de las grandes de la ciencia ficción que no está cómoda en esas aguas. “No sé por qué rehuye la etiqueta, pero tampoco cuesta imaginar algunas de las razones. Una muy evidente, que las editoriales no quieren que se la encasille ahí. No vendería tan bien. Pero ella, con lo brillante y compleja que es, no creo que actúe motivada por algo tan mundano”.
Es precisamente esa mercantilización de la escritura, la primacía de los departamentos de venta sobre los editoriales, lo que centró las críticas de Le Guin en los últimos años, como relataba a Naimon en la última de sus conversaciones, dedicada al género de no ficción. “Francamente, me hierve la sangre cuando pienso en lo que está pasando con la literatura, sobre todo con algunos aspectos del mundo editorial”.
"Los escritores debemos exigir justicia en nuestros ingresos, pero el nombre de nuestra hermosa recompensa no es ganancia sino libertad"
En 2009 se dio de baja del Gremio de Autores para protestar contra el acuerdo con Google, que permitía a la multinacional digitalizar libros sin respetar el copyright, y en 2014 pronunció el que se conoce como el discurso más incisivo de la historia de la National Book Foundation cuando, al recibir la Medalla a la Contribución Destacada a las Letras, aprovechó para cargar contra la creciente corporativización de los autores por voluntad de Amazon. “Nosotros, que vivimos de escribir y publicar, queremos, y debemos exigir, nuestra parte justa de los ingresos. Pero el nombre de nuestra hermosa recompensa no es ganancia. Su nombre es libertad”.
Escribir sin herramientas
No obstante, en opinión de la escritora, el principal fallo actual de la literatura reside en la preparación de los escritores, pues “se lee muchísimo menos y todavía se enseña menos gramática. No le damos a la gente las herramientas necesarias para que escriban, nos limitamos a decirles: ‘¡Cualquiera puede escribir, tú ponte a ello y verás!’. Pero para poder fabricar algo, hacen falta herramientas”, argumentaba. “Hay que aprender leyendo buenos textos y tratando de escribir así. Si un pianista nunca ha oído a nadie tocar el piano, ¿cómo va a saber lo que tiene que hacer?”.
"Decimos a la gente: '¡Cualquiera puede escribir, tú ponte a ello y verás!', sin darles las herramientas necesarias para ello"
Por eso, Le Guin dedicó buena parte de sus últimos años a compartir su experiencia de casi seis décadas. “Creo que realmente puede ayudarlos conocer los rechazos que hemos vivido otros, las terribles dudas que albergamos la mayoría de las personas que nos dedicamos a este trabajo tan solitario”, afirmaba. “Que te publiquen un libro es una barrera que parece infranqueable. Recibí muchísimas amables cartas de rechazo. Pero lo cierto es que estaba comprometida con ser escritora y fue la confianza en mí misma o mi arrogancia lo que hicieron que saliese adelante”, pensaba la autora, que concluía su mensaje con un punto optimista asegurando que “en este momento nadie tiene el consejo ideal. Estamos viviendo una revolución. Solo nos queda imaginarnos dónde aterrizará el mundo editorial después de la revolución. Porque aterrizar, aterrizará”.