Carmen Jodra (Madrid, 1980-2019) solía decir que nació vieja, que era “triste y melancólica, callada y seria, solitaria” y que sufría “arrebatos de pena”. Quienes la conocían mejor, como Juan Antonio González Iglesias, también apuntan que era “tímida, seria y sonriente, rara (en el sentido latino: infrecuente), audaz, cordialísima. Se mantenía aparte de lo vano para centrarse en lo que importa. Era una poeta de verdad, cosa que se dice fácilmente, pero no es fácil de sobrellevar”.
Hace unas semanas, el académico Luis María Anson la recordaba amable a pesar de su enfermiza timidez y afectuosa mientras recitaban los versos del Cantar de los Cantares en la versión de Fray Luis de León, encelados ambos en los clásicos. No en vano, Jodra había comenzado a escribir a los doce años impulsada por Góngora, Quevedo, los clásicos griegos y romanos, Oscar Wilde y Amin Maalouf.
La poeta a menudo explicaba que sólo se presentó al premio Hiperión con Las moras agraces por una “loca ambición”, la de saber si era buena o no, pero sin buscar ventas, halagos ni lectores. Jesús Munárriz, editor y presidente del jurado del premio, recuerda ahora que el libro fue “sin duda alguna” el mejor de los 378 presentados y que le sorprendió “por su indudable maestría” y por el conocimiento que mostraba de la poesía clásica, de lo mejor de nuestra tradición, especialmente del Siglo de Oro, pero también de la modernista, de Rimbaud y Verlaine. “Además de ese conocimiento era muy original –subraya. En Las moras agraces se mostraba como una adelantada a su tiempo, incluso en algunos poemas aludía con nostalgia a sentimientos vividos y a poemas escritos a los doce años, a los dieciséis. Siempre había estado leyendo, aprendiendo, y escribiendo, formándose”.
Seis reediciones en un año
El éxito del libro fue fulminante y hoy sigue siendo el más vendido de los galardonados con el Hiperión. Ese primer año tuvo seis reediciones, y unas ventas constantes a lo largo de estas dos décadas, “algo milagroso para un poemario”, apunta Munárriz.
Hecatombe, IV
Has levantado tu mano
de iluminación salina
y con tu encanto silvano
saludas desde la esquina.
Como a una visión divina,
casi lloré al verte a ti.
Porque al contemplarte así
pensé que ojalá vivieras
de modo que no tuvieras
que despedirte de mí.
Eloy Sánchez Rosillo recuerda haberlo leído cuando salió y que se habló mucho de él. “Sorprendía su perfección formal. El consumado conocimiento del oficio (enorme destreza en el manejo de la métrica y las estrofas clásicas) no era propio de alguien tan joven como Jodra. Sin duda aquella muchacha había leído todo lo habido y por haber y poseía grandes aptitudes. Pero el libro, además, tenía gracia, no se quedaba sólo en el virtuosismo de la forma”.
González Iglesias va más lejos y apunta que Las moras agraces fue “un acontecimiento fulgurante en el mundo de la cultura, no sólo en el de la poesía” porque estaba en el punto perfecto, “llegaba a todos”, quizá porque “tenía lo mejor de los dos mundos (lo mejor de varios pares de mundos contrarios). Gustaba a los que aman las formas clásicas y sorprendía, superándolos, a los rebeldes”. Clásico y romántico al tiempo, “desconcertaba y tranquilizaba a todos. A pesar de que jugaba con la gran tradición, no existía un espejo en el que reflejarse, fundaba su propio espejo y obligaba al lector a reconocerse en el libro. Tenía el encanto que en estética se denomina gracia. Estaba tocado por eso”.
El problema fue que Carmen Jodra se retrajo: la atención de los medios le espantaba casi tanto como participar en congresos y charlas, publicar inéditos en revistas o conceder entrevistas. La simple sospecha de que un lector pudiera reconocerla a través de sus propios versos le horrorizaba: “Cómo voy a mirar a la cara a esos que a lo mejor han leído mis pensamientos más íntimos”, llegó a decir. Y no lo dudó. Volvió a su Filología Clásica, a sus lecturas, a su vida. Durante los cursos 2004-2005 y 2005-2006 vivió en la Residencia de Estudiantes, gracias a una beca de creación otorgada por el Ayuntamiento de Madrid. Allí coincidió con Elvira Navarro, que la conocía “de oídas pues al concedérsele el premio Hiperión tan joven se convirtió en una pequeña celebridad” y se hicieron buenas amigas.
Ese mismo año (2004), Jodra presentó su segundo libro, Rincones sucios, al premio Joaquín Benito de Lucas que concede el Ayuntamiento de Talavera de la Reina. Quedó finalista, lo que suponía la edición del libro, pero tuvo escaso eco hasta que en 2011 lo reeditó La Bella Varsovia. Su editora y gran amiga, Elena Medel, que lanza a primeros de febrero una nueva edición de Las moras agraces, tiene claro que Jodra hizo lo que quiso, como quiso y cuando quiso. “Alcanzó tanto éxito –de crítica y de ventas– con su primer libro que podría haberse acomodado, replicar la fórmula y encadenar libro tras libro, premio tras premio. Sin embargo decidió esperar, escribir justo el libro que quería –en mi opinión, ese libro prodigioso que es Rincones sucios, delicado y a la vez potentísimo–, publicarlo como quería, y catorce años después –¡catorce años después!– dar por finalizado otro poemario, llamar a su editora y decidir de qué forma quería que se editase, un proceso que interrumpimos por su enfermedad. Carmen me pareció siempre profundamente independiente, de una manera admirable, y su realidad fue bien distinta a la imagen que se dio siempre de ella, y que a ella –por otra parte– le preocupó bien poco”.
V
Fue una tarde como un trazo
de dolientes alegrías.
“Say that you love me”, decías,
agarrada de mi brazo,
y yo, prendida en el lazo
del manantial de tu risa,
temblaba bajo la brisa
del valor que me faltaba…
“Say that you love me”, cantaba
mi tormento y tu divisa…
Se refiere a El libro doce, póstumo e inédito, que no tiene aún fecha de publicación. Confiesa Medel que le gustaría publicarlo a finales de este año o comienzos del siguiente, pero que no existe la versión definitiva de la obra “ya que Carmen me entregó en verano de 2018 un primer borrador ya muy firme, pero sobre el que continuó trabajando. Ocurre con El libro doce que contiene poemas escritos diez años antes, y poemas que en ese momento tenían varias versiones distintas, ninguna definitiva: el eje de la obra tiene más que ver con una mirada común entre los textos que con un momento concreto. El libro doce dialoga de una forma directa con el libro XII de la Antología Palatina, y en cierto modo retoma muchos de los temas de Las moras agraces –de nuevo el tiempo, la belleza como salvación y redención, la escritura propia como reescritura de las experiencias ajenas–, pero veinte años más tarde: con veinte años más de vida y de lecturas”.
Mientras llega el inédito, el lector puede refugiarse en la recuperación de Las moras agraces, que se publica con los versos inéditos de Hecatombe, del que ofrecemos aquí dos poemas. En realidad, nos cuenta Medel, “Hecatombe se lee como un bloque más de Las moras agraces: unas décimas perfectas, cuyos versos fluyen con naturalidad –no se esfuerza por encajar rimas y sílabas: domina la música y conoce el lenguaje, de manera que todo sucede–, y en los que aparecen las referencias artísticas, una vez más la obsesión por la belleza, la conciencia de la edad y del tiempo… ¿Qué aportan? Completan la lectura. Carmen se presentó a la primera edición del Premio de María Dolores Mañas con una serie de sonetos que incluiría más tarde en Las moras agraces como “El ciclo satánico”; no ganó. Al año siguiente, en 1998, sí obtuvo el primer premio con Hecatombe. Las fechas de escritura coinciden; son coetáneas, integran un todo”.