Unir los fragmentos, primer libro de poemas de Víctor Miguel Gallardo Barragán (Granada, 1979), comienza con un Aviso legal: “A veces las palabras no son leídas / para aquellos para los que fueron escritas”. Desde esa premisa, asistimos a la reconstrucción poética de un hombre, a su búsqueda modesta y silenciosa de los trozos que podría salvar, aunque la unión de piezas sea difícil. ¿La poesía nos cura? Gallardo Barragán dice que no, que ni siquiera es un “instrumento quirúrgico / con el que adecentar la vida”. Sin embargo, él lo hace, o eso nos parece al adentrarnos en poemas que abordan los límites inhóspitos de un hombre al pie del precipicio. Los signos del amor son señales de humo, mensajes que borramos sin leer en el incisivo poema ‘El lenguaje de signos’. Las imágenes aparecen con plasticidad portentosa, pero con la espontaneidad del momento: “Voy a gestionar tus besos / con mano firme de patrón de astillero / o de fábrica en Detroit llena de esquiroles / que trabajan con los cuchillos en los cuellos”. La sencillez vital se nos presenta como una aspiración, pero el amor se quema incluso en el esmero de su altar. Apenas quedan “unos resquicios mínimos de conciencia / sujetos con alfileres en fotos de veranos pasados”. O sea: nada.
Y todo: el poema ‘Seré sincero’ es un retrato impecable sobre el hormigueo del recuerdo ante el final del amor. ‘Ciudad universitaria, jueves noche’, es un poema extraordinario por su tono inquietante, con unos niños perversos que se convierten en devoradores de toda realidad, niños perdidos en una cacería de la que somos presas. También llega la infancia en ‘El lejano norte’ aún más inhóspita, más roída, más desesperanzada y lacerante, con niños como hienas en un extrarradio cubierto por las heces. Es verdad que seremos un manto de cenizas: pero queda esperanza, si apenas el roce de la mano amada tiene sobre nosotros los efectos de un arma de destrucción masiva.