He aquí dos libros sobre temas similares, aparentemente distintos pero con abundantes elementos comunes. El de Marie Arana (Lima, 1949) es una biografía en el sentido clásico sobre Simón Bolívar. El del colombiano Pablo Victoria (1943), el relato de una parte de la independencia americana, centrada en la Gran Colombia, luego devenida en las repúblicas de Colombia y Venezuela, en el cual Bolívar ocupa un lugar central. Pero si Arana, seducida por el personaje, dibuja a un hombre excepcional imbuido de elevados ideales, Victoria personifica a un monstruo atroz y egocéntrico, movido por el odio y el rencor a lo español, capaz de subordinar sus ideas a la lujuria sexual.
Para comenzar, habría que decir que ninguno de los dos autores es historiador profesional. A priori esto no es un demérito, aunque sus trabajos reflejan la falta de oficio. Arana es una novelista devenida historiadora, Victoria un economista y narrador, autor de una exitosa versión novelada de la vida de Blas de Lezo, también con vocación de historiador. La ambientación de sus obras parte de premisas opuestas en relación con el papel y la proyección de España en América. Para Arana, la independencia del Nuevo Mundo fue el fruto maduro de tres siglos de explotación colonial. Mientras tanto, para Victoria la independencia fue un capricho liberal originado en la traición de los criollos a España, con quien debían estar vinculados no solo por sólidos lazos de sangre y honor, sino también por un profundo agradecimiento. De ahí que utilice conceptos como los de holocausto y genocidio, basándose en prejuicios y fuentes secundarias, sin aportar cifras sobre el número de víctimas mortales y pérdidas materiales provocadas por las guerras de independencia.
Si Arana dibuja a un bolívar excepcional, Victoria personifica a un monstruo atroz, movido por el odio y el rencor
Así, o bien España es la suma y origen de todas las penurias existentes en América, lo que podemos sintetizar en la vieja fórmula de “la herencia colonial”, o bien es la prodigiosa madre patria que no solo llevó la cultura, la lengua y la civilización al Nuevo Mundo sino también el derecho, pese a ser una y otra vez vilipendiada por la tan socorrida leyenda negra, que últimamente permite demasiadas interpretaciones atrabiliarias. En buena medida esto ocurre porque ninguno de los dos ha incorporado a su trabajo la excelente historiografía reciente sobre las revoluciones latinoamericanas decimonónicas. Ni Arana ni Victoria han sabido o querido profundizar en el desgarro que supuso para todos los “españoles americanos”, es decir los criollos, dejar de ser españoles para ser solo americanos. Desde el punto de vista de la identidad la travesía no fue nada sencilla. Incluso para personajes de firmes convicciones independentistas como Bolívar el trauma tuvo que ser profundo.
Esa carencia de profesionalidad comienza manifestándose en la presentación de los libros. Uno tiene abundantes notas, aunque de escasa utilidad por su formato inmanejable, otro carece absolutamente de ellas. Es notable también la falta de respeto por los historiadores profesionales de los que se nutren. Arana utiliza reiteradamente la fórmula de “como dice un historiador”, sin identificarlo en el texto, mientras Victoria arremete una y otra vez, aunque sin mencionarlos, contra esos historiadores empeñados no se sabe exactamente con qué interés en mantener una idea de la independencia favorable a los revolucionarios.
De ambos trabajos emerge una imagen simplista y maniquea, si bien contrapuesta, de Bolívar. En la construcción del personaje (que fue sin duda un hombre de acción, apasionante, contradictorio e ilustrado) la búsqueda de la anécdota relega al pensamiento bolivariano y su estudio profundo. El tiempo, forjador de cambios obligados en los procesos y los hombres, parece no contar en unos relatos lineales y finalistas, centrados en describir un estereotipo idealizado. ¿Fue Bolívar liberal o conservador, centralista o federalista, demócrata o monárquico? La respuesta a estos y a otros tantos interrogantes está en su abundante obra escrita, pero esta merece escasa atención más allá de ser reiteradamente citada, muchas veces de forma incompleta o descontextualizada.
Sin llegar a la solidez de biografías más clásicas, como la de John Lynch, la de Arana tiene una prosa ágil que logra transmitir el espíritu del momento, pero, en definitiva, estamos frente a dos historias de buenos y malos con los roles intercambiados que poco nos ayudarán a profundizar en una época apasionante, una época de rupturas y continuidades, de revoluciones y contrarrevoluciones, que alumbró un nuevo tiempo republicano en el Nuevo Mundo. Una época marcada por la tragedia que supone toda guerra civil, con la violencia y la tragedia que estos sucesos implican.