Una razón para acercarse a un libro como este y conocer el trágico suceso que en él se narra, ineludible para quienes vivieron la España de 1977, figura ya en la portada: “La historia del terrible crimen que conmocionó a toda España y puso en serio peligro la transición democrática”. A continuación, puede leerse el nombre que lo acredita: Atocha 55, número de la calle donde se perpetró el asesinato de los cinco jóvenes abogados laboralistas de Madrid, militantes del Partido Comunista, por un comando de extrema derecha, el 24 de enero de ese mismo año. Otra de las razones está en la propuesta de quien recrea este trágico suceso, Joaquín Pérez Azaústre (Córdoba, 1976), licenciado en Derecho, poeta (El jersey rojo, Poemas para ser leídos en un centro comercial) y narrador (Cartas a Isadora, Los nadadores), alguien con acreditada solvencia en cuestión de estilo para abordar con sensibilidad temas que van más allá del registro del momento social y político que Madrid vivía. Lo que Azaústre propone es una doble mirada, la del hombre y la del poeta decidido a incorporar a la historia real el relato del dolor que una “herida” de esas dimensiones dejó en quienes sobrevivieron a ella.
Desde ese enfoque todo el libro es una cuidada y respetuosa crónica novelada de la matanza perpetrada aquella noche, de los días y las horas previas en las vidas de sus protagonistas. Una propuesta interesante, recreada con las intenciones de quien mira con empatía y respeto hacia un tiempo que le persigue desde que tuvo noticia de los hechos. Consciente, además, de la dimensión documental de su relato, vuelca en esta propuesta tres ingredientes necesarios para garantizar el interés de su lectura: información, intensidad y emoción.
Azaústre vuelca en la novela información, intensidad y emoción para contar “la herida en cuatro tiempos”
La información se sostiene sobre una estructura narrativa que acoge escenas, matices, conversaciones y acciones esculpidas en fragmentos que adquieren cohesión en torno a la experiencia de lo vivido por Alejandro Ruiz-Huerta, el último “sobreviviente”. Sus pasos, la culpa, el miedo, su estancia hospitalaria, el regreso a una vida en la que nunca dejó de suceder esa noche, permiten la progresión de un relato que va y viene en el tiempo, en la vivencia y la percepción de unos y otros.
Este montaje deja ver la mirada del poeta al seguir el verso de Claudio Rodríguez y contar así la “herida en cuatro tiempos”, que son los cuatro momentos de su historia desde que el timbre suena en el despacho de estos abogados empeñados en luchar por los derechos de todos “en un estado sin derecho”.
La intensidad, por su parte, es inherente al ritmo con el que trata el material que da sustancia y cuerpo al relato: el contexto, el suceso, su memoria y tantas vidas alcanzadas por él. Y la emoción acompaña a la voz narradora y se deposita en el lector con este fin: que las palabras sirvan para que la memoria no se llene de olvidos. Azaústre toma, así, el relevo de esa última voz, la de Alejandro Ruiz, que le prestó sus recuerdos. También ahí se deja sentir al poeta, que sigue la estela de Eluard al afirmar que “si el eco de su voz se debilita, pereceremos”. Un libro así solo persigue que el olvido no tenga lugar.