“En Mongolia avanzar en kilómetros es retroceder en el tiempo”, advierte Zigor Aldama (Bilbao, 1980) corresponsal freelance referente de la información en Asia que ha colaborado con casi todos los medios de importancia españoles y con varios extranjeros. Aunque es un gran experto en China, desde 2005 vive en Shanghái, base de operaciones para moverse por todo el territorio asiático, la región que ha cautivado al periodista es Mongolia, un país de contrastes que sufrirá una vertiginosa evolución entre los años 2006 y 2018 en los que se encuadran los seis viajes narrados en el libro.
Dividido en dos partes, Adiós a Mongolia recoge las vivencias del autor con una veintena de familias nómadas de todo tipo, pues “también en esta vida hay diferencias sociales”, y alterna sabiamente historias costumbristas que narran tradiciones como la cetrería, la doma de caballos salvajes o el festival de Naadam, una especie de Juegos Olímpicos esteparios; con críticas a la realidad del país y a la crudeza de la vida en su capital, Ulán Bator, donde robos, violencia y alcoholismo son escenas cotidianas. Especialmente este último es un mal endémico en un país donde existe una tienda que vende alcohol por cada 270 habitantes, el mayor porcentaje del mundo.
Su humor ácido y socarrón despunta en momentos realmente hilarantes, como cuando describe la odisea para viajar en el tren Transmongoliano de Pekín a Ulán Bator y habla del cocinero que “si rascase el wok en el que fríe los alimentos podría añadirse un nuevo elemento a la tabla periódica”. O cuando critica al turista deluxe, “ese que viaja en busca de una postal y que disfruta de la inmersión nómada en todoterrenos climatizados y campamentos con baño incorporado”.
Aldama demuestra que, pese a mantener vivas muchas de sus tradiciones ancestrales, Mongolia no escapa a los problemas comunes a todos los países del mundo globalizado
“Es fácil idealizar la vida nómada desde la perspectiva occidental. Se agradece disfrutar de unos días de libertad en una naturaleza virgen y salvaje pero también es evidente la falta de estímulo intelectual y social”, escribe Aldama, que pone el foco en particular en la desaparición de una vida nómada que abandonan unas 40.000 personas al año. “El debate en Mongolia se reduce a cuánto durará esta vida tradicional no a si desaparecerá, lo que se da por hecho”.
En la segunda parte, Aldama hila varios pequeños reportajes sobre multitud de temas variados: la situación de los “ninjas”, mineros clandestinos que agujerean la estepa en busca de oro (unos cien mil que cada año extraen 5 toneladas del metal), el peligro de extinción que afronta el leopardo de las nieves, un grupo nacionalista y antichino con tintes neonazis, la lucha feminista y del colectivo LGTBI o la historia del grupo de heavy metal mongol The Hu.
Estas historias sirven de contrapunto a lo narrado al inicio, pues curiosamente, o no tanto en este mundo globalizado, Mongolia sufre los mismos problemas que el resto del mundo: despoblación y éxodo rural, (triplica en extensión a España y sólo cuenta con poco más de 3 millones de habitantes, de los cuales la mitad vive en la capital), camio climático (reflejado en el crecimiento anual del desierto del Gobi) y la dificultad de mantener una independencia real, especialmente económica, entre dos vecinos tan poderosos y belicosos como Rusia y China. Cómo se resuelvan todos estos retos marcarán la Mongolia del futuro, en la que ya no parece haber lugar para una forma de vida con milenios de existencia.