Es muy curioso, y divertido, que Noche y océano haya ganado el Premio Biblioteca Breve, beneficiándose sin duda de unas circunstancias que explican también alguna ausencia en el acta del jurado. Digo que es curioso, porque la novela de la debutante Raquel Taranilla (Barcelona, 1981) confiesa sus pretensiones cuando, citando a Cormac McCarthy, afirma que “los proyectos condenados al fracaso dividen definitivamente las vidas entre el entonces y el ahora”. Este libro no le tiene miedo al exceso (en el que cae, sin duda, porque lo prefiere a someterse a una forma perfecta y dócil), ni a coronar toneladas de conocimiento jadeante, ni a exigir un lector que comparta ciertas coordenadas culturales antes de entregarle, eso sí, una cascada de carcajadas tan amargas como estruendosas.
Digamos que Noche y océano parecía destinada a ocupar un espacio a la contra, y de pronto se nos aparece con toda la visibilidad que nuestra industria podía aportar hasta hace un mes, y lo digo así porque ahora hemos entrado en un paréntesis del que saldremos instalados en otro renglón: empecemos a integrar esa certeza también en las reseñas. Precisamente, el carácter de fin de época que recorre estas páginas queda subrayado, hasta extremos casi proverbiales (¿una protagonista cuyo proyecto es confinarse en un armario?), por el momento de su recepción.
La protagonista de la novela es una precaria profesora universitaria de provincias (es Barcelona, pero como quien dice Madrid: estamos todos en el mismo vagón irrelevante) que vive en un viejo casoplón que se cae a trozos y que ella, de algún modo, va nutriendo de fantasmas en forma de citas y más citas de autores muertos o en tránsito hacia la muerte. Su interlocutor más importante es Quirós, un obseso del director de cine Friedrich W. Murnau, cuyo cráneo ha robado con toda probabilidad y por razones que calificaremos de artísticas.
La capacidad de Noche y océano para el humor descarnado y la deriva descontrolada la convierten en todo un festín
En Noche y océano, sin embargo, la trama es la voz: hay que prestar atención al modo en que la narradora, ordenada al principio, se embala de pronto y sin recato para ya no encorsetarse más; a la inteligencia irónica con que utiliza los pies de página (que NO imitan a los de David Foster Wallace ni son gratuitos), a su parodia de distintos modos de pensamiento y relato. En un libro que cita al filósofo Nick Land, no parece del todo idiota aventurar que estamos ante una prosa aceleracionista, que gusta de explotar las contradicciones de la acumulación o de quemar sus llantas estilísticas a base de patinar sobre el pasado (como diría Taranilla: hay tutoriales en Youtube).
En la época del Big Data, esta narradora está “asqueada de todo conocimiento”. Inmersa de lleno en el momento más estéril de la historia universitaria, confiesa que “yo solo entiendo de fuentes de cita”, no le pregunten por trascendencias. Al filo de una crisis del modelo turístico que tal vez sea definitiva (creo saber de qué hablo), se anima a escribir las últimas grandes páginas literarias sobre turismo. Traspasada por el desconcierto de la posposmodernidad y el ulular del gesto irónico, la narradora se burla de su propia incoherencia: no hay eje vertebral, solo puede defraudar o traicionar expectativas. Por eso, insisto, su exceso podría ser un fracaso, pero es un éxito. Gesto irónico, también, el suyo: ¿acaso no nos advierte de que ha venido a perder el control?
Sobre la novela, escribe la propia Taranilla que la recorre “cierta lógica turbia, pero tan real como la carne viva que, sobre mi esqueleto, metaboliza, metaboliza, metaboliza…”. Escribo esta reseña la tarde de un 7 de abril, y no sé si Noche y océano es puro ahora o puro entonces (ese entonces en el que empezamos 2020), pero la capacidad de este texto para el humor descarnado y la deriva descontrolada (cuando habla de la “dirección opuesta” sin mencionar a Thomas Bernhard, anticipamos que esa es la cita más reveladora de todas) lo convierten en un festín.