Medea

Chantal Maillard

Tusquets. Barcelona, 2019. 144 páginas. 14 €

Medea, el personaje de la mitología que da nombre a las tragedias de Eurípides y Séneca, ha inspirado también a creadores modernos como Christa Wolf, Pier Paolo Pasolini o Lars von Trier. Ahora, Chantal Maillard (Bruselas, 1951) la revive para darle voz en este libro que toma la forma de un monólogo dramático, esa fórmula que distancia la voz autoral de la del poema y permite exponer sucesos y puntos de vista ajenos a toda moral solo atribuibles ya al personaje.

Medea, la maga, que ayudó a Jasón y tuvo hijos con él, ve cómo Creonte ha decidido casar a su hija Glauce con su marido y expulsarla de su reino; despechada, arrastrada por la ira, hace arder a Glauce, a Creonte, y mata a los hijos habidos con Jasón. Esos fueron los hechos según el mito. “Je suis un revenant” son las primeras palabras de este libro. Medea, pues, habla aquí desde la muerte y, por tanto, tras los trágicos sucesos, en un monólogo que da cabida a múltiples cuestiones: la culpa, la compasión, el olvido y la memoria, la razón frente a la pasión, el poder y la condición de mujer y además extranjera de Medea. Cómo, en fin, “Caer al mundo es / oficio / de tinieblas”.

Así, Medea es también una reflexión sobre lo humano, pero no como contraposición a lo animal, pues en el humano está vivo “el animal que fuimos”…, e inevitablemente seguimos siendo, y late en nosotros aunque parezca que lo olvidamos. Este discurso da la palabra a las contradicciones, a los valores y conceptos opuestos en lo que es un debate que solo se zanja por una decisión metafísica, decisión fatal, propia de la mayoría del pensamiento occidental y que tanto lo empobrece. Maillard lo sabe bien. En La mujer de pie dejó escrito: “Si pensamos en una gota de agua en el océano, Occidente enfoca la gota, Oriente contempla el océano”.

Conviene recordar que esta escritora, profesora de Estética y Teoría de las Artes y excelente poeta –entre otros libros memorables, Matar a Platón, Hainuwele y otros poemas–, es además autora de ensayos de la mayor calidad, como La razón estética o La compasión difícil, que no son más que la contrapartida de su obra poética.

Maillard demuestra una vez más aquí que su palabra poética es al unísono palabra de conocimiento, placer y saber

Medea, pues, es poesía y pensamiento. Una dualidad, tan oriental, que se hace expresa en el libro, que es constitucional de este discurso, como en “Par es la lengua de los hombres. / Par es el juicio / que absuelve y que condena”, donde no hay un tercer término o paso que la resuelva, sino que las ideas, los valores, están en litigio, en estado de pólemos, como bien dijo Heráclito, el menos occidental de los filósofos occidentales.

Temas de este libro, además de los mencionados, son también el tiempo, el cuerpo, verdad y falsedad, necesidad o azar, etc., que dan lugar a lo que se pueden tomar como aforismos: “El tiempo no existe: se hace / y es de algún modo reversible”, “Todo es simultáneo”, “Si queréis conocerme acercaos: / contemplad lo que sois”, “Verdad y falsedad / son el haz y el envés de un mismo discurso”.

Poesía y pensamiento, la razón estética, se ponen de manifiesto también en la idea de fragmentarismo, categoría habitualmente presente en sus textos y que aquí hace que los poemas se denominen “fragmentos”. Pero se trata de un fragmentarismo que, en cuanto tal, ya nombra la totalidad que lo complementa.

“Inútil es el verso que no tiene / nada que entregar” se lee aquí, donde no hay palabra inútil, pues todo en este libro es donación. “Cuentan mal los poetas” dice en un momento Medea, pero entre estos últimos no está Maillard, que en este libro demuestra una vez más que cuenta con palabra poética que es al unísono palabra de conocimiento, placer y saber.

fragmento 23 (Libro segundo)

Me aburren vuestros artificios.

Inútil es el verso que no tiene

legado que entregar.

Inútil es la ciencia que elabora

preceptos y obediencias para un mundo

de perfectas ideas e imperfecto saber.

Inútiles los dioses incapaces

de entregaros la llave de la Anámnesis.

Tornáis admiración vuestra carencia.

Reverenciáis la letra.

Y mientras trituráis la piedra de moler

dejáis secarse el grano en las espigas.