Poesía reunida

Geoffrey Hill

Traducción de Andreu Jaume. Lumen. Barcelona, 2020. 528 páginas. 26,90 €. Ebook: 12,99 €

Geoffrey Hill (Bromsgrove, 1932-Cambridge, 2016) estudió en Oxford, donde culminó su vida académica como Professor of Poetry. Antes enseñó en Leeds, Cambridge y Boston. Poeta insólito y resistente, su figura se aloja, según Jordi Doce, en “un lugar aparte de la escena poética angloamericana”. A pesar de su enorme prestigio, su obra no había llegado al lector español como la de sus contemporáneos Hughes o Tomlinson. Conocíamos, sí, Himnos de Mercia, traducidos por Doce y Jiménez Heffernan.

Aunque su poesía completa, Broken Hierarchies (2013), consta de casi mil páginas, la edición de Jaume remite a Selected Poems (2006). Téngase en cuenta que Hill publicó cinco libros entre 1959 y 1983, pero que a partir de 1996, tras salir de una profunda depresión, dio a la imprenta otra decena.

Más cerca del modernism (del primer Eliot) que del Movement (de Larkin, su “contrafigura”), la poesía de Hill se caracteriza por su formalismo y por su oscuridad (un lema de Pound abre Broken Hierarchies: “En la penumbra, el otro congrega luz contra sí mismo”). Es un poeta doctus (Siles dixit), un “gran fabbro”, según Jaume, “que hizo de la dificultad un estandarte”. Alguien absolutamente preocupado por el lenguaje (“Quisiera proponer seriamente una teología del lenguaje”), al que pretende salvar, con meditado fervor, de la banalidad alejándolo del habla cotidiana, tan corriente en la poesía conversacional británica. Al fondo late una ineludible cuestión moral (y política y religiosa), pues no en vano pertenece a la generación que sobrevivió al nazismo, la Guerra y el Holocausto, tan presentes en su obra. Su poesía es, como dice el editor, “hija de las catástrofes del siglo XX”. Pura historia.

Pese a cierto hermetismo, Hill es un poeta legible y, con la debida insistencia, gustoso, al que podemos comparar con el Valente de los 70

“Poeta del dolor y lo Sublime”, “el más blakeano de los poetas modernos”, afirmó Bloom, “su asunto, como su estilo, es la dificultad”. “Nos obliga a cada uno de nosotros a poner a prueba su propia fuerza como lector”. Su alto nivel de exigencia, su acendrado rigor, convierten sus versos en auténticos artefactos herméticos que es complicado, cuando no imposible, desentrañar. “Somos difíciles”, aseveró. A este hombre se le estudia, no se le lee. Por eso es tan loable el titánico esfuerzo de Jaume por verterlo al español, aunque cueste escucharlo en nuestra lengua.

Las notas que sus poemas incluyeron en su momento, desechadas después, resultarían útiles a quien carece de los debidos pertrechos intelectuales (no digamos si no es de origen inglés) que esta poesía, opaca casi siempre, requiere. Con todo, libros como King Log, donde está “Ovidio en el Tercer Reich”, “Anunciaciones” (“el poema corto fundamental” de su promoción, según Bloom), “Canción de septiembre”, “Cuatro poemas acerca de la resistencia de los poetas” (que incluye el homenaje a Miguel Hernández) o “El cancionero de Sebastian Arrurruz”; Himnos de Mercia, escrito en versets, donde lo autobiográfico (“Mi rica y austera infancia” en los Midlands) se mezcla con lo medieval y arqueológico; Tenebrae, donde apreciamos la honda influencia de los metafísicos ingleses y los poetas barrocos y místicos españoles (traduce un soneto de Lope); o poemas como “Acedera”, “El funeral de Churchill”, “Pisgah” u otros posteriores, nos permiten afirmar que Hill es un poeta legible y, con la debida insistencia, gustoso, al que podemos comparar con el Valente de los setenta, traductor de Celan (al que aquél dedica un poema) o Jabrés.

“Hasta ahora, como un erudito serio, / reúno fragmentos, más allá de la conjetura / estableciendo verdaderas secuencias de dolor”, escribió quien definió la poesía como “un triste y colérico consuelo”.

CANCIÓN DE SEPTIEMBRE

Quizá fueras indeseable, pero nunca,

en cambio, intocable. Ni olvidada

o desapercibida en el momento justo.

Te toco morir, se vela. Las cosas se dirigían

tranquilas a tal fin.

Demasiado Zyklon y cuero, terror

patentado, tantos gritos rutinarios.

(He compuesto

una elegía para mi mismo es

cierto)

Septiembre revienta en las villas. Las rosas

se deshacen en el muro. La humareda

de hogueras inocentes me enturbia los ojos.

Con esto basta. Es más que suficiente.