Se abre La piel con la conversación entre un padre y su pequeño hijo en la que ambos discuten con tensión y desenfado sobre la existencia de las brujas, los fantasmas, los vampiros y el lobisome. El verismo de la situación resulta compatible con un aire de cuento y este mismo tono entre lo testimonial y lo narrativo continúa cuando el hombre, ahora joven estudiante de periodismo en Madrid, charla con Patricia, su compañera de piso, y deja que ella le eche las cartas del tarot y le lea la mano.
Ese límite difuso entre ambos puntos de vista es un inspirado procedimiento de Sergio del Molino (Madrid, 1979) para articular la materia realista y la sugestión del relato imaginario en una peripecia unitaria. De ahí que la obra posea la virtud artística de referir con plasticidad muy dramáticas situaciones relativas a un problema de salud grave en sus manifestaciones más agudas, la psoriasis, y a la vez encandilarnos con casos de gentes que la han padecido, de manera destacada el propio protagonista, también narrador en primera persona.
Supone un buen gancho formal mezclar ambos elementos y con ello proporcionar a La piel la condición de muñeca rusa de cuentos, la cual de vez en cuando se señala explícitamente (la fórmula indespistable “érase una vez” se utiliza en varias ocasiones). En realidad, el libro en conjunto consiste en el repertorio o catálogo de ejemplos de “monstruos” que produce la enfermedad y que el narrador escribe para que lo lea su hijo cuando el padre protector ya no pueda decírselos a la hora de darle las buenas noches. Solo hace falta que jugosos materiales rellenen la matrioska y es lo que hace Del Molino.
Esta novela es un flexible relato que da lugar al abordaje de una amplia temática: las relaciones de padres e hijos, el racismo, la maduración personal, la tiranía de la apariencia física...
El punto en común de todas las anécdotas enhebradas en el moderno bestiario es que sus respectivos protagonistas hayan sufrido la traumatizante enfermedad o que la piel tenga en ellos un papel principal. La casuística abarca casos y tiempos muy diversos. Por el libro desfilan el dictador Stalin, varios escritores –los norteamericanos John Updike y Hemingway, éste de refilón, el ruso Vladimir Nabokov–, la cantautora estadounidense Cyndi Lauper o el narco colombiano Pablo Escobar. A estos conocidos personajes se suman las más sorprendentes presencias de un hombre-momia ruso, del Negro de Banyoles que se exhibía hasta hace poco en este pueblo pirenaico y de los esenios, la secta judía anterior a Cristo.
¿Qué pintan en el libro estos últimos seres? Aportan frentes colindantes con el tema central de la enfermedad cutánea. El Negro del museo catalán muestra cómo “la piel”, su color, “no necesita estar enferma para convertirse en estigma”. Los fanáticos judíos aislados del resto del mundo en Qumrán ejemplifican la intransigencia ante la impureza. Además, La piel acoge varias situaciones vinculadas con el narrador, una estancia en el balneario de Alhama de Alagón y el recuerdo familiar de Biarritz adonde le llevaba el trabajo de vendedor de aspiradores industriales del padre.
La riqueza temática y la forma mestiza de la novela se unen a una prosa creativa y vivaz que sustenta una escritura de alta calidad
Estos diversos materiales constituyen la materia prima de un flexible relato enlazado en torno al problema de la piel y que da lugar al abordaje de una amplia temática: las relaciones de padres e hijos, el racismo, el fascismo, el socialismo (en la vertiente peculiar que el narrador apellida con gracejo “socialismo lauperiano”, y que podría llamar socialismo libertario, el de “los que queremos el mundo para bailarlo, pasearlo y disfrutarlo sin dar explicaciones ni pedírselas a nadie”), la maduración personal, los límites del dolor, la tiranía de la imagen y de la apariencia física, la experiencia hospitalaria y la actitud de los médicos (con una perspicaz mirada anticonvencional: en la disyuntiva entre cariño y eficiencia, “se concentran en sus libros, tejiendo un capullo de misantropía que tiene por propósito curar a los demás”).
La piel se apoya en una rica variedad de registros: a trozos obedece al puro ensayismo, en su mayor parte el autor se da el gusto de un genuino ejercicio de la narratividad, en ocasiones encontramos la narración galvanizada por la fuerza de las descripciones (en las estampas de Biarritz o del balneario de Alhama), el discurso analítico distanciado se mezcla con el intimismo confesional y las noticias ajenas se contrapesan con el autobiografismo. El enfoque analítico al que tiende el conjunto del libro se matiza también con puntadas de ironía y humor, con pasajeras notas de intensidad emocional y el apartado final es una especie de broche enganchado por la ternura.
La forma mestiza de La piel permite aunar la autoficción, lo ensayístico, lo novelesco, la indagación antropológica y el testimonio histórico social. La prosa creativa y vivaz sustenta una escritura de alta calidad literaria y emocionante que Sergio del Molino trasmite con poderío comunicativo.