No es fácil escribir sobre acoso en los tiempos del #MeToo, y menos aún hacerlo dando paso a dos voces complementarias y a menudo contradictorias. Así, Quin y Margot, amigos íntimos y editores de prestigio en Nueva York, alternan sus relatos, recelos y confesiones sobre su relación y sobre la ambivalente personalidad de él, especialmente porque ella conoce demasiado bien los ambiguos juegos de flirteo de Quin y tuvo que detenerlo la primera vez que cenaron juntos. Su firmeza en esa ocasión cimentó una relación cómplice no exenta de malos entendidos y de vanidad.
Mary Gaitskill (Kentucky, 1954) opta por lo más difícil: en lugar de un relato de buenos y malos sin concesiones a la comprensión, traza una historia ambigua que logra, en algunos fragmentos, que el lector se compadezca del protagonista, incapaz de encajar su conducta en un mundo que llevaba décadas aceptando sus provocaciones y que ahora quiere castigarle. Y, sin embargo, como Margot intenta hacerle comprender, la clave es el respeto a las mujeres, que Quin siempre ignoró.
Su conducta de “amistoso” acosador o el silencio interesado de algunas de sus víctimas, que gracias a él labraron prósperas carreras en el mundillo literario y que ahora exigen públicamente que ninguna editorial vuelva a contratarle, chocan con la perplejidad de ambos, incapaces de entender cómo el placer juguetón de entonces pudo convertirse en tanto, tantísimo dolor.