Si damos por cierto aquello que decía Marshall McLuhan de que el medio es el mensaje, me temo que habremos también de aceptar que detrás del gran reconocimiento oficial del talento de Ted Chiang (Port Jefferson, 1967) —rematado quizás por el New York Times, al elegir Exhalación como uno de los diez mejores libros del año pasado— hay algo más que un mero aplauso unánime por parte del mundo de la cultura en general y de las letras en particular. Ese algo más puede leerse en el hecho de que Chiang, tanto en Estados Unidos como en España, haya pasado de ser publicado por una editorial especializada en el género fantástico a serlo por una eminentemente literaria, lo que ha provocado un deslizamiento en la naturaleza de los numerosos lectores que ya atesoraba. Todo lo anterior no sería más que una consecuencia lógica de una evolución, de un nuevo interés creado alrededor de lo que hasta entonces era una figura de culto, si no fuera porque los textos incluidos en Exhalación (salvo dos, “Ónfalo” y “La ansiedad es el vértigo de la libertad”, inéditos hasta la fecha) fueron escritos y publicados hace unos diez años en distintas colecciones misceláneas, habiendo sido a su vez galardonados con los premios literarios más prestigiosos dentro de la ciencia ficción.
Pienso que hay por tanto algo de paternalismo estructural en el hecho de que desde cierto sector de la literatura se comience ahora a “descubrir” el genio de Chiang, pues este llevaba muchos años ahí en la primera fila de un mundo al que la mayoría de los críticos, desde una posición (aceptémoslo) puramente elitista, no estaba prestando la suficiente atención. “Mundo exterior tonto”, declara un digiente en “El ciclo de vida de los elementos de software”, la espectacular novella de más de cien páginas que se incluye en Exhalación, y así deberíamos sentirnos muchos a la hora de cantar las alabanzas de esta insólita colección de relatos, que a tantos lectores cogerá con el pie cambiado.
Confesado lo anterior, se hace justo no obstante atemperar ciertos juicios críticos y reconocer también que en los textos de Chiang las pretensiones literarias son limitadas. Habrá incluso ocasiones en las que el lector tenga la sensación de estar ante un texto de carácter ensayístico (léase “La niñera automática, patentada por Dacey”). Muy por encima de la cuestión literaria está por tanto la siempre brillante idea que los sostiene, motivo por el cual me atrevería a afirmar que todos estos relatos son en el fondo de tesis, de tesis de ciencia especulativa, tan cercana a la ficción, al moverse no solo en el ámbito científico sino en el filosófico y, por qué no decirlo, también en el religioso. La destreza de Chiang como narrador lo convierte entonces en un divulgador excepcional. O quizás sea al revés: su clarividencia como divulgador científico consigue transformar todo lo que escribe en una narración prodigiosa, capaz de obrar el mayor de los milagros: hacer creer al lector que en realidad es más inteligente de lo que es, y ahí está esa pequeña obra maestra que es “El comerciante y la puerta del alquimista”, con la que se abre Exhalación, para demostrarlo. ¿No es acaso esa una de las pretensiones de la gran literatura?
Desde un punto de vista estrictamente literario, 'Exhalacion' quizá no sea uno de los libros del año pero no leerán en mucho tiempo nada más interesante
En el por cierto muy mcluhaniano relato “La verdad del hecho, la verdad del sentimiento”, donde se fusionan dos narraciones a priori anacrónicas, una sobre el aprendizaje de una lengua ancestral y otra sobre la implantación de un software de memoria, ofreciendo a través de ambas una hondísima reflexión sobre el poder de la escritura y su capacidad de moldear nuestras mentes, se dice: “He contado una historia para ejemplificar la cuestión de la verdad”. Y es esa verdad la que alumbra todos los posicionamientos, todas las paradojas físicas y éticas que Chiang expone en sus textos, cuyas complejidades hacen por otro lado palidecer a las ya vistas en seriales del tipo Black Mirror o filmes como Her, que nos sabrán ahora a cosa de niños. Las influencias estéticas de Chiang recorren claramente otros derroteros, como puede vislumbrarse en la nota final sobre los relatos, donde se menciona a Philip K. Dick, sí, pero también al lingüista y filósofo jesuita Walter Ong, al psicólogo conductista John B. Watson o a los mismísimos Monty Python como inspiradores de su imaginario único.
El apego de Chiang por contar historias a ras de suelo, por situar sus pretensiones reflexivas en el marco de una cotidianeidad conocida por todos, es uno de los muchos logros de su narrativa. Al hilo de esto, no deja de resultar llamativo que en los últimos años, y, ahora sí, desde la propia literatura, se hayan parido textos que si bien no beben directamente de su obra, comparten al menos cierto espíritu. Pienso en Kentukis de Samanta Schweblin o en El clamor de los árboles de Richard Powers, donde una de sus nueve historias, la relativa a la fabricación de un exitoso videojuego creador de mundos digitales, presenta también ecos de la ya citada “El ciclo de vida de…”, lo que confirma el indudable interés que está cobrando la ciencia ficción más literaria. Es precisamente desde un punto de vista estrictamente literario, desde donde me cuesta afirmar que Exhalación pueda ser uno de los mejores libros de relatos del año. A cambio puedo asegurar que no leerán en mucho tiempo nada más interesante.