Lo primero que hicieron este año los invitados al III Festival Hispanoamericano de Escritores al llegar a la isla de La Palma no fue celebrar la llegada y comer juntos como otros años sino, una vez superado el proceso de medida de temperatura con una pistolita y desinfección de manos, montarse en un autobús, volverse a desinfectar y ponerse en fila con la debida distancia para hacerse la prueba instantánea del Coronavirus. Hubo espera, nerviosismo y hasta dos falsos positivos que luego se aclararon. Este año se celebra el festival con distancias físicas, litros de antibacterial y saludos efusivos ahogados en una mueca bajo la mascarilla donde en la pasada edición había abrazos.

La comida celebratoria, después de un par de horas interminables de esperar los resultados de las pruebas, fue una cajita con comida individual en cada cuarto de hotel. La fiesta, esta vez, se llevó por dentro y a puertas cerradas. El tradicional bolso de bienvenida este año incluía un frasquito de gel antibacterial y una mascarilla con logo del evento y las comidas se reducen a grupo de, máximo, diez personas, por lo que los organizadores han tenido que hacer toda clase de peripecias para distribuir a los invitados en siete u ocho restaurantes en vez de uno para cada comida. Si no fuera por la voluntad y la capacidad bestial de trabajo y adaptación de la gente del ayuntamiento, del equipo de cultura de Los Llanos de Aridane y de la organización del festival, nada de esto fuera posible.

Contra todo pronóstico, incluso contra la lógica, se está celebrando en Los Llanos de Aridane este III Festival Hispanoamericano de Escritores en la isla de La Palma. Como todo en este año extraño, se dudó hasta último momento de si se podría llevar a cabo en forma física, pero la terquedad de los responsables del evento pudo más que el virus. Suspender un festival literario con apenas dos ediciones anteriores significaría, problablemente, no poder volver a hacerlo o verlo reducido al formato digital para siempre. Muchas iniciativas culturales han tenido que reinventarse así a partir de marzo, pero muchas también se han puesto en pausa o han tenido que morir.

En enero de este año, en la Embajada de México en Madrid, se anunciaba con bombos que México sería el invitado de este año en el festival. Y si bien en los dos años anteriores ya escritores mexicanos como Alberto Ruy Sanchez, Mónica Lavín, Gonzalo Celorio o Hernán Lara Zavala, habían dejado su impronta, este año vendría una comitiva de unos veinte escritores mexicanos a la isla de La Palma. Evidentemente no fue posible, aunque algunos de estos escritores participaron vía zoom, como también lo hizo desde Nicaragua el Premio Cervantes (2017) Sergio Ramírez al que no hubo manera de traer a pesar de todos los esfuerzos. Hubo que reestructurar la propuesta conservando el espíritu hispanoamericano del festival con escritores latinoamericanos que viven en España con actual representación de Perú, México, Venezuela y Argentina. También hubo cancelaciones de último momento porque algunos escritores invitados habían tenido contacto con personas con sospecha de contagio.

El primer evento, con sillas a metro y medio de distancia entre helechos, palmeras, pinos y una vegetación asalvajada y terca, fue un recital poético de Elsa López, Andrés Sánchez Robayna y Olvido García Valdés que, aprovechando el entorno, leyó poemas de animales y plantas. Sánchez Robayna homenajeó a Tallis y Elsa López fue mar y Guinea Ecuatorial, como solo ella sabe hacerlo. En mitad del recital la luz de la tarde comenzó a ponerse dorada y el momento también lo fue. Dorado, brillante y al compás de los pájaros.

Este año también es especial porque es el último de J.J. Armas Marcelo al frente de la Cátedra Vargas Llosa, dándole paso al escritor peruano Raúl Tola como director interino. En su homenaje de despedida de la Cátedra se habló entre risas de sus tertulias en el Café Gijón, de tanta tradición literaria, y de sus recuerdos con el librero José Esteban, amigos de toda la vida. Armas Marcelo, escritor canario y gestor cultural, ha sido uno de los grandes impulsadores del festival. Escritores de varios lugares del mundo le agradecieron su entrega y entusiasmo por vídeo, con retratos de uno de los invitados especiales de este año el fotógrafo Daniel Mordzinski.

La isla de La Palma convoca una vez más a las letras de hispanoamérica salvando escollos, limitaciones de viaje y pandemias porque al final es la lengua como elemento vivo lo que nos une, lo que nos diferencia. Los canarios miran hacia América y viceversa, como ha sido desde hace casi siempre.

@adribertorelli