¿Quién no desea acaso lo que ha desaparecido?
Valeria Correa Fiz
Museo de pérdidas
En la isla de La Palma aún queda el tiempo suspendido que son los festivales. Ese tiempo en los que siempre se duda de cuándo es lunes o cuándo es jueves por la tarde. El Festival Hispanoamericano de Escritores ha convocado en esta tercera edición a menos escritores de los que hubiera querido. Imposibilidad de viajar desde tantos países, cancelaciones de última hora, algunas por cautela, otras por tener algún síntoma que implicara un confinamiento seguro al llegar al destino. Pensando en las ediciones anteriores en los que bajo los laureles de Indias de la Plaza de España, frente al Ayuntamiento de Los Llanos de Aridane, se arremolinaba la gente para sacarse fotos con los escritores, comprar los libros de los invitados, conseguir sus firmas, probar el famoso barraquito o celebrar con ron excesivamente barato, retumba este verso de Valeria Correa Fiz que habla sobre desear lo que ha desaparecido. Esta edición, como todo en este año, ha sido distinta, ha sido rara, se ha sentido un poco como una pérdida, aunque sea un gran triunfo haberla podido llevar a cabo en cuerpo presente.
Quizás sea la falta de abrazos o cierta nostalgia de cuando el desparpajo y la espontaneidad llegaban antes que el gel antibacterial a los espacios públicos ahora con resguardo policial. Aunque cualquier rutina se vuelve costumbre y eso también está bien, existe una angustia latente en algunos invitados que, después de estos días de libertad, vistas al mar y bóvedas celestes, regresan a casa en una de las áreas confinadas de Madrid.
¿Quién no desea acaso lo que ha desaparecido?
Pero en estos días difusos también ha ocurrido mucho. Ocurrió que Yolanda Arencibia, Anelio Rodríguez Concepción, José Luis Correa y Raúl Tola hablaron de por qué escribir la realidad y de cómo llamar a la no ficción. Ocurrió un debate sobre el español de Canarias y de cómo éste con frecuencia mira hacia la península, en vez de hacer las paces con sus palabras autóctonas y seguir diciendo, escribiendo, “alongar” para significar acercarse al borde o proyectarse hacia adelante o “guagua” en vez de autobús o “papas” en vez de patatas. Como conclusión la consigna parecería ser que al cambiar las formas propias para buscar un español más neutro se perdería organicidad y sería una traición a uno mismo. En ese mismo debate, Andrea Abreu, en estos días revelación del festival por su novela Panza de burro, contó su experiencia sobre por qué para ella fue importante escribir como se habla y como se escucha en el canario de Los Piquetes, el barrio donde creció en Icod de los Vinos, en Tenerife. Mientras tanto, Francisco Javier Pérez, secretario general de ASALE (Asociación de Academias de la Lengua Española), aclaraba que la RAE nunca ha sido la policía del idioma y que solo recoge las voces que la gente ya usa en la calle y que la riqueza del español estriba en sus diferencias.
También ocurrieron Ana Rossetti, Juan Carlos Méndez Guédez, Ricardo Menéndez Salmón, Jorge Eduardo Benavides, Nuria Barrios y ocurrió un análisis exhaustivo sobre Octavio Paz con Andrés Sánchez Robayna y Aurelio Major. Ocurrió que el presidente del Cabildo, Mariano Hernández Zapata, le concedió la distinción a la poeta Elsa López como “Hija adoptiva de La Palma” con gente celebrándola desde afuera de las rejas del parque Antonio Gómez Felipe, una suerte de homenaje local a Gaudí, porque el aforo se hizo insuficiente en un festejo de verdes tropicales coronados por un cielo azulísimo.
También ocurrió la poesía. Tantas veces tratada como la hermana un poco tonta, un poco rara o un poco fea de la narrativa, el sábado 19 de septiembre se vistió de largo y llegó temprano al baile entre el sol redondo de las doce de la tarde y las lagartijas. Hay que prestarle especial atención a estas voces que poblaron las palmeras. Hay que buscar, leer y hurgar, muy especialmente, entre los poemas y los versos de Bruno Mesa, Tina Suárez Rojas, Iván Cabrera Cartaya, Ernesto Pérez Zúñiga y Valeria Correa Fiz, que leyó de su nuevo poemario Museo de pérdidas, recién publicado por Ediciones La Palma.
Entonces, al final del día, es posible que no todo haya desaparecido. Es posible que aun en las circunstancias más adversas o menos convenientes la palabra se sostenga y vuele libre y junte letras que vienen desde México, Perú, Venezuela, Argentina, Ecuador y muchos rincones de España a un festival en una isla recóndita y haga eco en alguien que decida hoy comprar un libro y hasta se proponga la osadía de leerlo. Es posible que también algún lector, aunque sea uno, haya agarrado palabras al vuelo y se haya soñado garabateando algo en una libretica. Ojalá.