Opuesto a la poesía política de Pablo Neruda y a las innovaciones formales de Nicanor Parra, el chileno Jorge Teillier (Lautaro, 1935 – Viña del Mar, 1996) pone a su obra poética la etiqueta de “lárica”. Es un término tomado de Rilke, quien en una carta de 1929 reivindica el hogar frente a los vanguardismos. Miembro de la generación de Enrique Lihn y Jorge Edwards, Teillier nace el día en que muere su admirado Carlos Gardel.
El poeta y profesor Francisco Véjar, compatriota de Teillier, ha seleccionado los versos de la antología Poemas de la realidad secreta y firma el prólogo del libro. Las cinco páginas de su introducción se inician con las palabras que emplea Jorge Boccanera para definir a Teillier: “Entre un lord inglés y un boxeador contra las cuerdas”. La antología incluye piezas de los doce poemarios del autor. Impresiona la contención sabia de sus primeros textos. Sus imágenes encierran la ceniza, el estero, la gotera, el ruido de un balde en el pozo. También contienen aperos de labranza, lámparas y trenes. La Naturaleza es el escenario donde los muertos hablan a las hormigas y los astros. Pasa un jinete nocturno entre los galpones. Vagabundos, mujeres descalzas y músicos ebrios caminan bajo el tictaqueo de un reloj. Teillier nos advierte: “Detrás de nuestros párpados surge el invierno / trayendo una nieve que no es de este mundo”.
Sin haber cumplido aún sus treinta años, Teillier alcanza la madurez literaria. Nunca recurre a la oscuridad expresiva. Describe el tedio en calles barrosas y prostíbulos. Medita contemplando rieles, daguerrotipos, un laúd roto. A menudo se refiere a las fiestas populares y sus ceremonias de exceso, delirio y perdón. Muchachas, cuatreros o pescadores furtivos protagonizan su literatura. Rebelde solitario, compone un poema valiente: “Adiós al Führer”. Son versos contra los déspotas que obligan a los poetas “a cortar caña bajo el sol de la Utopía”. Relee a Antonio Machado y afirma con emoción: “Quien escucha tu voz oye hoy la propia”.
Los homenajes y el tono irónico son frecuentes en las últimas páginas del libro. Percibimos una herida ostensible en el poeta. Su adicción al alcohol no fue una anécdota, sino su refugio principal. Un cobijo que lo protegía de las hostilidades. Fernando Aramburu recuerda en Vetas profundas una frase pronunciada por Teillier en una entrevista: “Yo converso mucho con los muertos”.