El lector lo sabe bien, la poesía de Olvido García Valdés (Santianes de Pravia, Asturias, 1950) está recorrida por toda suerte de animales. Baste recordar que para la recopilación de sus poemas en 2008 el título elegido fue Esa polilla que delante de mí revolotea y de 2012 es su Lo solo del animal. Otras presencias recurrentes son las plantas. Nada distinto sucede ahora. En la nota preliminar se deja advertido cómo en la escritura de este libro "hubo diálogo y presencias de seres vivos y de quienes ya no están. Lo leído es parte sustancial —como los árboles, los animales y la luz— de ese diálogo y esas presencias".
Así, Confía en la gracia está hecho de memoria, lecturas y de todo aquello que la mirada registra. Y, en cuanto al diálogo, cómo no había de ser así: todo lo enumerado atraviesa al sujeto, quien finalmente lo dota de lengua, de tono, un todo que es, en el caso de García Valdés, poético.
Animales y plantas, lo existente, pues, ocupan un lugar relevante en este poemario, excelente por esa fuerza poética que no desfallece ni en uno solo de sus poemas y que hace de esta obra una de las fundamentales de nuestro tiempo. Y este nombrar cosas es darles realidad; darles palabra es darles vida, “todo es / porque es visto, lo no mirado se hunde / en la extensión”. Así, el ver es aquí función esencial, creadora. Las cosas, sin ser vistas, se diría que no podrían ser nombradas y en cierta forma permanecerían inexistentes. Con todo, como en la mejor tradición poética, mística incluida, se pregunta: ¿cómo hacer posible que lo real —ya vivido, ya soñado— se haga palabra, sea palabra? Es bien sabido que el lenguaje es, sin más, incapaz, y no deja de dejarse constancia de ello: “el verde de la cebada / no se puede decir”. Y como ese color todo lo demás.
La memoria, ese depósito de vida ida en donde también trabaja el olvido —dicho con palabras de uno de los poemas: “la memoria, rara / huella, de ausencia y de / presencia”—, introduce en el discurso lo autobiográfico. Memoria es autobiografía: “tu anodina / morada de transitorio animal / 46 años / hace que nacías”, etc. Debe tenerse en cuenta que la memoria no puede evitar que la invención o imaginación encuentre en la palabra su espacio. Autobiografía, pues, sin relato autobiográfico, sino convertida en instantáneas del pasado —“la lírica habla de instantes”— que se abren paso en el poema. Por otra parte, no se puede hablar más que desde el yo, aunque en el ideario de esta poeta el yo, el sujeto, es una entidad problemática, inestable, como si estuviera a punto de desaparecer en otro: “voy y miro y todo es / como si no fuera yo quien lo mirara”. Son los versos finales de un poema que empieza con una declaración, “voy por el mundo como en un sueño”, que sugiere que un trance, un afuera de sí, guía la vida y la mirada… y el decir.
Lo dicho del yo cabe decirlo de todo lo demás. Uno de los poemas lo advierte no sin gracia: “creían / que tenía fijeza / el mundo / tate, tate”. No solo es que las cosas existentes, y en último extremo el cosmos, estén en permanente cambio, como ya supo Heráclito, sino que sin ser transmutadas a palabras, son masa inerte, silenciosa. Todo fluye y, por tanto, hay una continuidad de lo diferente. Los animales, plantas y personas de estos poemas son el todo, las fronteras no son tales, son transiciones. Leer “mundo / tan próximo que no es paisaje” lo proclama.
Como en otros libros, el cuerpo tiene una presencia decisiva: la sangre, los huesos, la calavera, todo ello, como en el género de la vanitas, recordatorio de la muerte y es que todo es transitorio; contradicción aparte, “qué permanente / y efímero este estar, ave de paso, nubecilla voladora”. Ese destino seguro, dicho poéticamente, como aquí, es regalar al lector belleza.
el bosque de mentas refugio del recién
nacido es solo lugar de paso al cabo
de dos meses; persiste el olor, la planta
diminuta del olivo, también recién nacida, el júpiter
la acacia, refugio para el miedo es el olor
a menta
no pregunta el deseo
de protección o el hilo eléctrico que al unísono eriza
colores de seis cuerpos, flor de albicia, esfera
rosada de blandas púas, cuenco
de leche, cuenco de grano
mira cómo se mueven
las hojas de los árboles, cómo tiemblan luz
y sombra en el suelo, toca con el hocico la lama
puntiaguda de un lirio, la inquietud es
el mundo, acurrucarse, un umbral
espera, el mundo
te quiere, le diría, el terrible corazón
del mundo es musical