RabiaBob Woodward

Traducción de Ana Herrera, Ana Momplet y Jorge Rizzo. Roca. Barcelona, 2020. 444 páginas. 21,90 €. 8,99 €

¿Qué haría falta en este momento, en plena avalancha de libros sobre la Casa Blanca de Trump y tras el Informe Mueller, un proceso de destitución, y la pandemia del coronavirus, para que una revelación sobre el presidente Trump causase verdadera sorpresa? ¿Tal vez que odia el dinero y alberga sueños de retirarse a una vida ascética y monacal? ¿Que le encanta leer y conoce al dedillo la obra de Elena Ferrante? Los lectores que se decidan por el nuevo libro de Bob Woodward, Rabia, y se sientan tentados por la promesa de su sobrecubierta —“Una ventana absolutamente vívida a la mente de Trump”— no tardarán en recibir una lección.

Así es: en marzo, Trump declaró explícitamente a Woodward que, en público, subestimaba ex profeso (o, por decirlo sin rodeos, mentía sobre) la información que tenía acerca de pandemia, a saber, que el coronavirus era, como le había dicho al periodista hacía un mes, “más mortal incluso que una gripe muy fuerte”, pero que siempre prefirió “restarle importancia”. La discrepancia entre lo que Trump sabía y lo que afirmaba ya se hizo pública en abril.

El Trump que emerge de Rabia es impetuoso y megalómano; en otras palabras, inmediatamente reconocible para cualquiera que preste la más mínima atención. En varios momentos, Woodward recuerda al lector que hizo 17 concienzudas entrevistas públicas al presidente. “En un caso”, explica el autor para quien sienta fascinación por su metodología, “tomé notas a mano, y los otros 16 se grabaron con su permiso”. Las entrevistas se realizaron a lo largo de un periodo de siete meses entre diciembre de 2019 y julio de 2020. Según Woodward, después de publicar Miedo, su primer libro sobre Trump, empezó este seguimiento con la intención de “examinar de nuevo y más en profundidad al equipo de seguridad nacional que Trump había reclutado y formado en los primeros meses que siguieron a su elección”.

La mitad de Rabia causa el mismo efecto en el lector que el proyecto original, un típico relato woodwardiano de hombres muy serios que cumplen sobriamente con su deber haciendo todo lo posible por que el presidente se centre y no se despiste de su mensaje. Como era de esperar, Woodward es muy reservado con sus fuentes, y se limita a decir que se basó en “cientos de horas de entrevistas con participantes directos en los acontecimientos y testigos presenciales”, casi todos los cuales le hablaron con “profundo conocimiento de causa”.

A pesar de ello, no es difícil adivinar quiénes pueden ser algunas de las fuentes principales basándose en lo cerca que parece mantenerse el libro de las respectivas versiones preferidas de los hechos. El exsecretario de Defensa Jim Mattis posee un “exterior estoico de marine y una postura envarada que llama la atención, pero su sonrisa resplandeciente, abierta y seductora suavizaba su presencia”. El exdirector de Inteligencia Nacional Dan Coats es “suave por fuera, pero con una fuerza de voluntad de acero por dentro”. Junto con el exsecretario de Estado Rex Tillerson (“un texano de voz suave y sonrisa fácil”), los conceptúa como “personas conservadoras o apolíticas que querían ayudarle a él y al país”, para distinguirlos en el epílogo por sus impecables intenciones: “Hombres imperfectos que respondieron la llamada del servicio público”.

Hasta ahora, todo bastante aburrido. Trump entra en escena.

El Trump que emerge de las páginas de rabia es impetuoso y megalómano, es decir, inmediatamente reconocible

En su primera entrevista con Woodward había dejado caer algunas insinuaciones sobre “un nuevo sistema secreto de armamento” y confirmado lo que el autor de Rabia denomina una “pregunta difícil” sobre si Estados Unidos se “estaba acercando a la guerra con Corea del Norte”. Woodward da mucho bombo a la obtención de 25 cartas hasta entonces inéditas entre Trump y el líder norcoreano Kim Jong-un, y relata el contenido de unas cuantas con todo detalle. Sin embargo, parece que incluso a él le cuesta explicar cuál es su importancia, así que se esfuerza por describirlas como “declaraciones de lealtad personal que podrían haber salido de labios de los caballeros de la Mesa Redonda”. A pesar de todo, Corea del Norte sigue desarrollando “armas tanto nucleares como convencionales”.

Trump convirtió la mayoría de las 17 entrevistas en una oportunidad para sus inconexos monólogos en la que utilizó a Woodward como público y redirigió la conversación a sus temas favoritos: los bulos, James Comey y el Informe Mueller. Woodward intentaba hacer que Trump hablase de política y gobierno —“Esto es para la historia con mayúscula, señor presidente”—, pero Trump no estaba por la labor. En abril, cuando estalló la pandemia, Woodward se presentó ante Trump con una lista “de 14 áreas críticas en las que, según sus fuentes, era necesario tomar medidas importantes” para acabar con la masiva mortalidad. Lo desconcertante no es tanto la negativa de Trump a comentar seriamente la lista como que el entrevistador esperase que fuese a hacerlo. “Era un diálogo de sordos”, afirma Woodward quejumbroso, “como si viniésemos de dos universos distintos”.

El universo del que viene Woodward es aquel en el que todavía se venera a la clase dirigente de la vieja escuela, y en el que el autor cree que puede hacer a un presidente preguntas ampulosas como “¿Cuáles son sus prioridades?” o “¿Qué es lo que tiene en mente?” con la esperanza de obtener material profundo para su libro. También es un universo en el que Woodward puede regurgitar con toda naturalidad la teoría, divulgada por los partidarios de la línea dura con China, de que “China tenía un objetivo siniestro” y permitió deliberadamente que el coronavirus se convirtiese en una pandemia mundial. “Si lo crearon artificialmente y lo liberaron a propósito…”, empieza a decirle a Trump en una escena que resulta cómica sin pretenderlo, y en la que el entrevistado es tan indisciplinado que ni siquiera muerde el anzuelo.



Woodward acaba el libro emitiendo su solemne veredicto: “Considerando en conjunto su actuación como presidente”, proclama, “solo puedo llegar a una conclusión: Trump no es la persona adecuada para el cargo”. Una declaración incapaz de sorprender a nadie a no ser tal vez al propio autor. En The Choice, su libro sobre la campaña presidencial de 1996, Woodward decía algo que parece que sigue siendo una de sus creencias fundamentales: “Cuando todo está dicho y tamizado, lo más importante es el carácter”. Pero si las intrigas palaciegas documentadas en Rabia y Miedo son indicativas de algo, esta elevada visión se queda desafortunadamente corta.

¿Y si el protagonista de la verdadera historia sobre la era de Trump no fuese tanto el propio Donald Trump como las personas que lo rodean y lo protegen, permaneciendo a su lado en público, aunque en privado lo critiquen (o hablen con Woodward)? ¿Y si no fuese una historia de carácter, sino de complicidad?

© New York Times Book Review

Traducción: News Clips