Lo más atrevido de Una tierra prometida, el nuevo libro de memorias de Barack Obama (Hawai, 1961), es el sonriente retrato de la portada. Allí está el 44º presidente tan serenamente confiado que nadie diría que la obra llega apenas pasadas unas amargas elecciones, con la economía a punto de entrar en erupción y en medio de una pandemia arrasadora. La pletórica imagen tampoco concuerda con lo que se cuenta dentro, a lo largo de 700 páginas tan reflexivas, mesuradas y metódicas como su autor. Obama afirma que, en principio, su plan era escribir unas memorias de 500 páginas y terminarlas en un año. En cambio, acabó redactando un abultado volumen (el primero de los dos previstos por ahora) que llega hasta mayo de 2011, poco después del rapapolvo que dirigió a Donald Trump en la cena de corresponsales del 30 de abril de 2011 en la Casa Blanca y del asesinato de Osama bin Laden al día siguiente.
El extraordinario primer libro de Obama, Los sueños de mi padre, publicado en 1995, un año antes de que fuese elegido senador por Illinois, trazaba la historia familiar hasta la mayoría de edad del futuro presidente. Una tierra prometida es inevitablemente menos íntimo y más político. En él se ofrece una visión de cerca de los principales problemas a los que se enfrentó Obama durante su primer mandato, como el estímulo de la economía, la asistencia sanitaria, la emigración, el medio ambiente y la inacabable guerra en Afganistán. Seguramente se ha dejado para el segundo volumen temas tan espinosos como las elecciones de 2016 o la abdicación de la “línea roja” en Siria establecida por él mismo. Esto no significa que estas memorias transmitan la sensación de que su autor pretenda echar balones fuera. Antes bien, su extensión da testimonio de la creencia inamovible del expresidente de que si se limita a describir sus ideas con suficiente detalle y expone con claridad la constelación de obstáculos y limitaciones a los que se enfrentó, cualquier estadounidense razonable debería entender por qué gobernó como lo hizo.
En estas memorias Obama demuestra su creencia inamovible de que cualquier estadounidense razonable debería entender por qué gobernó como lo hizo
Casi todos los presidentes desde Theodore Roosevelt han escrito unas memorias de sus años en el cargo. Las de Obama contienen algunos inevitables pasajes dedicados a dar lustre a su reputación y perfilar su legado. No obstante, su estilo narrativo se ajusta de tal manera a su forma discursiva de pensar que cualquiera de las victorias que describe parece ardua y endeble a un tiempo. Cada poco tiempo, Obama recuerda al lector que heredó una situación de emergencia. El expresidente confiesa que tenía ideas ambiciosas para hacer cambios estructurales, pero que su equipo insistió en que cualquier intento de impartir la “justicia del Antiguo Testamento” a los bancos cuya avaricia y temeridad había llevado al sistema financiero al borde del abismo, haría cundir el pánico más absoluto en los asustadizos mercados. Sin embargo, calmar a los mercados no contribuyó demasiado a aplacar la ira y el miedo, algo que los conservadores se apresuraron a aprovechar.
En Una tierra prometida, su autor describe una y otra vez la dinámica por la cual las élites republicanas encontraban la manera de apropiarse y explotar los sentimientos de resentimiento que sus propias políticas liberalizadoras habían contribuido a desencadenar. El resultado fue una debacle en las elecciones de mitad de mandato de 2010, en las que los demócratas perdieron la asombrosa cifra de 63 escaños en la Cámara de Representantes.
Con respecto a la esencia de aquellos dos primeros años en el cargo, Obama expresa pocos remordimientos. “Habíamos salvado la economía”, afirma. “Habíamos estabilizado el sistema financiero mundial y sacado a la industria automovilística estadounidense del borde del colapso”. La reforma sanitaria puso la atención médica al alcance de 20 millones de estadounidenses más. Las elecciones de mitad de mandato “no demostraban que nuestro programa no fuese correcto”, sólo que “ya fuese por falta de talento o de buena suerte, no conseguí aglutinar al país, como hizo en su momento Franklin D. Roosevelt, en respaldo de lo que yo sabía que era correcto”. El tono que da Obama a frases como esta es casi de aflicción. Muestra que, en su condición de primer presidente afroamericano, cierta franqueza sin tapujos le estaba poco menos que vedada.
"No conseguí aglutinar al país, como hizo en su momento Franklin D. Roosevelt, en respaldo de lo que yo sabía que era correcto", reconoce Obama
Una tierra prometida no trata solo de la presidencia. Las primeras 200 páginas recorren con (relativa) celeridad los primeros años de Obama hasta su vida en Chicago, cuando su floreciente carrera política puso a prueba su matrimonio con Michelle, que había limitado algunas de sus propias ambiciones para que uno de los dos se ocupase de las hijas de la pareja. Por supuesto, convertirse en presidente no trajo equilibro entre vida y trabajo, aunque sí que, en vez de ir y venir entre Chicago y Washington, por lo general podía estar en casa para cenar a eso de las seis y media. En la mesa del desayuno recibía el Informe Diario del Presidente (o El libro de la muerte, la destrucción y otras cosas horribles, como lo llamaba Michelle).
Casualmente estaba en casa en abril de 2010 cuando se enteró de que una explosión había sacudido la plataforma petrolífera Deepwater Horizon, frente a la costa de Luisiana, arrojando petróleo a borbotones y causando el peor vertido de crudo de la historia del país, sin que se conozcan aún sus consecuencias a largo plazo.
Un centenar de páginas más adelante, Obama recuerda que los republicanos parecían cada vez más irritados con la perspectiva de trabajar con su Gobierno. Trump había diseminado una teoría de la conspiración sobre el lugar de nacimiento del presidente que algunos conservadores parecían encantados de aceptar. Obama no fuerza la metáfora, pero los sucesos descritos en el libro indican que también se había liberado algo muy tóxico en la política estadounidense. Como si el Partido Republicano, tras haberse acercado a las costas del agravio blanco, empezara a hundirse en ellas. Como dice el autor del desastre de la Deepwater, “cuánto crudo acabó en el fondo del océano y qué efectos a largo plazo puede tener en el ecosistema del Golfo es algo que no alcanzaremos a percibir hasta que no pasen años”.
© New York Times Book Review
Traducción: News Clips