Las soberbias expresiones de la mística europea resultan extrañas a la sensibilidad actual. No es tanto el trecho que nos separa de sus últimas grandes floraciones: poco más de tres siglos. Sin embargo, en ese lapso de tiempo la mentalidad cientificista dominante ha causado estragos, al punto de borrar casi por completo de nuestro principio de realidad la matriz simbólica que nutre a toda experiencia mística. Incluso allí donde menos podía esperarse, en el estudio del fenómeno religioso, impuso su voluntad de comprender el mundo bajo estrictos parámetros racionales, pretendiendo agotar el sentido de lo sagrado con una explicación en términos de mera proyección ideológica o sublimada de aspiraciones humanas bien concretas y materiales.
Si un mérito indiscutible, por su intempestiva novedad, tuvo a principios del siglo pasado la obra de Rudolf Otto, Lo santo, fue el de reaccionar contra las limitaciones de semejante enfoque. Otto dio un impulso decisivo a una comprensión más matizada de la experiencia religiosa al reivindicar como elemento irreductible de la misma su lado “irracional”, volcado a una dimensión de lo real inconceptualizable e inefable, que él designó con el neologismo de “lo numinoso” y describió como un “misterio tremendo y fascinante”.
A este misterio insondable se asoma la experiencia mística, sin pretender cancelar su condición enigmática. Y sólo con apertura mental puede un examen de dicha experiencia hacerle justicia. Esta es la principal virtud del libro Peregrinos del absoluto. La experiencia mística de Rafael Narbona (Madrid, 1963), escritor y crítico literario, que, con mirada despejada, ni desmitificadora ni apologética, aplica su talento para la semblanza a ofrecernos aquí una serie de vívidos retratos de buscadores de lo absoluto.
Son doce las figuras convocadas: místicos rotundos y reconocidos, como Santa Teresa de Jesús o San Juan de la Cruz; tensos y agónicos, como Kierkegaard o Unamuno; ingeniosos y cordiales, como Pascal; poéticos, como Blake o Rilke; dolientes y comprometidos, como Simone Weil; joviales, como Etty Hillesum; serenos, como Thomas Merton; transgresores, como Georges Bataille, e incluso nihilistas, como Cioran. Al hilo de estas personalidades comparecen otras, como Edith Stein o Manuel García Morente, de quienes se relata su proceso de conversión a la fe de manera tan sencilla como emotiva.
Este libro es una invitación a pensar la verdad de la experiencia mística a la altura de nuestro tiempo
Es cierto lo que comenta Javier Gomá en su prólogo: el libro está escrito como en trance. Narbona no se limita a recrear los datos externos de las biografías. Se sumerge en la intimidad de su vivencia transformadora, transmitiendo así el hondo anhelo que late en todos ellos. Posiblemente, el capítulo dedicado a Santa Teresa de Jesús sea uno de los mejor perfilados.
El autor ya había dedicado antes algunos espléndidos artículos a glosar la imagen de la reformadora del Carmelo y vuelve aquí a mostrar su simpatía hacia esta figura inigualable de la mística española. Pero no es menor la perspicacia que poseen sus aproximaciones a Cioran o Bataille, esos místicos de la nada y del puro goce de la inmanencia, en quienes la ausencia de Dios se combina con una sed inextinguible de absoluto. Consciente de que las formas de la gloria y la plenitud no son las que mejor se compadecen con un mundo signado por aquello que Martin Buber llamó el “eclipse de Dios”, Narbona explora con especial penetración el punto crucial en que las experiencias de finitud, dolor y muerte dejan de ser vistas como objeciones contra la divinidad y se convierten en lo que la propia instancia de lo sagrado incorpora en su seno.
Iluminación, mortificación, éxtasis amoroso: los medios de estos peregrinajes difieren tanto, que a veces insinúan perfiles antagónicos. Cargadas en ocasiones de erotismo, en otras de ascética renuncia, en las vías practicadas siempre alienta un deseo común de atisbar, por detrás de lo manifiesto, una otredad radical. Sobre esta “llama mística”, sobre la rara certeza que otorga a aquellos en quienes prende, teoriza el autor en su Introducción. Luego, nos entrega estos fascinantes itinerarios por terra incognita, que van de la noche oscura del alma al festejo de su alegre levedad. No se trata de simple curiosidad arqueológica o de nostálgica evocación. Este libro es una invitación a pensar la verdad de la experiencia mística a la altura de nuestro tiempo.