“Desde Apolo”, afirma Ross Douthat (San Francisco, 1979) en su inteligente y estimulante nuevo libro, “hemos entrado en decadencia”. No se refiere al hijo de Zeus: su Apolo es la misión de la NASA que logró que dos hombres pisasen la Luna en 1969. El título La sociedad decadente inducirá a algunos lectores a esperar erróneamente un tocho manido que atribuya todos nuestros males a una única causa, ya sea el Big Bang o el liberalismo. Pero Douthat siente demasiada curiosidad por el mundo y sus contradicciones como para instalarse en esta visión. Con “decadencia” se refiere a una forma de agotamiento cultural y cansancio del mundo que percibe en nuestra época y que le preocupa porque, más que el preludio del colapso, parece sostenible. El malestar que analiza es resultado de varias fuerzas —económicas, institucionales, tecnológicas, incluso biológicas— que se unen para despojarnos de nuestra energía y nuestra esperanza. Douthat las trata una por una, sopesando distintas hipótesis que podrían explicarnos a nosotros mismos, algo poco frecuente en las obras de profecía social.
Como género, la profecía social supone un pacto entre el autor y el lector. El autor acepta dejar libre su imaginación en la jungla de las tendencias, los acontecimientos y las crisis del momento. El lector accede a dejar en suspenso hasta el final las preguntas y los juicios, mientras recoge ideas por el camino. Ese es el espíritu con el que se puede abordar y apreciar mejor La sociedad decadente. Fijémonos, por ejemplo, en el inquietante capítulo sobre el descenso de la fertilidad que ha puesto a muchos países desarrollados por debajo del nivel necesario para reemplazar a la población actual. Durante un tiempo, este ha sido un tema de debate, y suele servir de pretexto para los argumentos contra el control de la natalidad, el feminismo y el divorcio, razón por la cual los liberales evitan el tema. Ellos también se equivocan.
A medida que la fecundidad desciende por debajo del nivel de reemplazo, la población envejece y hay menos trabajadores y familiares para ayudar a los jubilados con necesidades de salud. También hay menos jóvenes con las ideas innovadoras necesarias para el progreso económico y tecnológico. La tentación es aumentar la emigración, algo que agudiza las tensiones políticas, y al final resulta inútil si la descendencia de los emigrantes se integra y también tiene menos hijos. Douthat no moraliza sobre esto ni echa la culpa solo a la revolución social, sino que reconoce que múltiples factores contribuyen a los cambios en la tasa de natalidad, incluido el consumismo y la adicción al trabajo.
Los capítulos dedicados al estancamiento de la innovación y la esclerosis institucional como elementos de nuestra decadencia son más convencionales, aunque instructivos y bien equilibrados. Las páginas menos convincentes son las dedicadas a la cultura pop, que Douthat considera, con razón, sosa y repetitiva, pero cuya importancia sobreestima. Me limito a señalar que Hollywood todavía no ha intentado encontrar una explicación al populismo trumpiano, el cambio social más importante hoy.
Este inteligente y estimulante libro analiza el agotamiento cultural y el cansancio del mundo actual
De manera algo inesperada, Douthat acusa de repetitiva a nuestra cultura política intelectual, y expresa una ligera nostalgia por los mordaces y a veces violentos enfrentamientos que tenían lugar el año del alunizaje. ¿Y qué hay de las recientes guerras culturales? “El mismo ciclo recurrente de polémicas difíciles de resolver” Eso es todo. Aparte de los derechos de los homosexuales, en relación con los cuales ha habido un verdadero cambio de opinión, cree que la izquierda y la derecha se encuentran donde estaban en los 70.
A estas alturas, incluso el lector más paciente se hará preguntas, y Douthat anticipa muchas de ellas. ¿Cómo puede decir que nuestra cultura es estática en una época de conectividad que ha acelerado el cambio y vuelto nuestras sociedades cada vez más “líquidas”? Todo ello no es más que un espejismo. La conectividad solo ha acelerado la circulación de los mismos estereotipos culturales gastados. ¿Y el radicalismo político y la ira exacerbados por los medios de comunicación? Probablemente no sean más que “una especie de representación teatral de la era digital en la que los jóvenes descontentos con la decadencia se hacen pasar por fascistas y marxistas en Internet, recreando los años 30 y los 60 con menos lucha callejera y muchos más memes”. Un capítulo concluye: “Es posible que la sociedad occidental esté recostada en un confortable sillón, revisando la cinta de los grandes éxitos ideológicos de su loca y salvaje juventud, cómodamente anestesiada”.
Aparte de los derechos de los homosexuales, Douthat cree que la izquierda y la derecha se encuentran donde estaban en los 70
La frase hubiera sido maravillosa para terminar La sociedad decadente si el libro fuera dirigido solo a un público europeo, con un gusto por la desesperación altamente desarrollado. Pero Douthat escribe para los estadounidenses, lo que significa que, en vez de limitarse a animar a los lectores a que reflexionen con más intensidad sobre el presente se siente obligado a buscar un final feliz redentor. Sin ignorar la posibilidad de una catástrofe total, expone varios posibles escenarios en forma de guion de cortometraje: el colapso económico, la catástrofe medioambiental, el aumento exponencial de la emigración mundial, la desintegración de Europa en el caudillismo regional mientras Estados Unidos y China se convierten en imperios dirigidos por demagogos y politburós de élite. Pero, al final, el autor aparta estas preocupaciones apocalípticas calificándolas de producto de una mentalidad que concibe “la historia como alegoría moral”. En vez de ello, prefiere plantear la posibilidad de un renacimiento occidental obra de… África. (¡Sorpresa!).
Del mismo modo que los católicos conservadores lucharon contra la Revolución francesa, el África subsahariana ha resistido al imperialismo cultural del ahora decadente Occidente. Lo que significa que, dadas las altas tasas de natalidad y la emigración continua el continente podría estar preparado para rejuvenecer demográficamente los países que en el pasado lo colonizaron. Douthat nos invita a “imaginar una Euroáfrica en la que los negros obtengan el poder tanto en Nantes como en Nairobi”.
Con esta curiosa idea política el libro llega a un final más predecible. En el último capítulo se habla mucho de la necesidad de tener esperanza y levantar una “escalera a las estrellas”, tanto figurativa como literalmente, pero también de que podría hacer falta un empujoncito de la Divina Providencia para alcanzar el infinito y más allá. En cuyo caso, concluye Douthat con humor, “arrodillémonos y pongámonos a trabajar en ese impulso de deformación”. Houston, el Águila ha aterrizado.
© The New York Times Book Review
Traducción: News Clips