Para el título de esta poesía reunida, sus tres libros publicados —La herida costumbre (2008), Después de la apnea (2013) y Tuve una jaula (2019)— más unos cuantos poemas inéditos, Lara Moreno (Sevilla, 1978) ha tomado el de un poema perteneciente al segundo de los mencionados, si bien le ha amputado la continuación: “mientras llega el amante”. Un título que a su vez remite a “Víspera de viernes”, poema de La herida costumbre, un viernes que es el “día de la luna”, pero también el día que lleva el nombre de Venus. Autora de novelas y volúmenes de relatos y del ensayo Deshabitar. Un recorrido vital por las habitaciones de la crisis inmobiliaria (2020), un texto de sociología, economía y política marcado por la autobiografía, Moreno escribe en la presentación de Tempestad en víspera de viernes “no soy poeta”, afirmación de la que hay que discrepar.
A juzgar por lo que son las primeras palabras del poema inicial de su primer libro, “Os juro”, se trata de una poesía que aspira a decir la verdad o, dicho de otro modo, cuyas palabras tienen efecto de verdad. No hay impostación en ellas, ni manierismos, ni nada de escenas o escenarios extraordinarios, lo que no quiere decir que no haya en el discurso un espacio para las imágenes.
En lugar de todo esto, el personaje que se expresa dice un mundo reconocible. Habla, por ejemplo, del cuerpo, se nombra la menstruación, la masturbación, en fin, el cuerpo, pero, como se lee en uno de los poemas, un cuerpo que, por el sexo, “se compromete a llevar el alma en vilo”. Es decir, la realidad comparece, pero lo hace para, de ahí, dar un paso más allá y elevar la vida a otra realidad que transciende a aquella.
En esta antología Lara Moreno crea una poesía cuyas palabras tienen efecto de verdad y trascienden a la realidad
En estos poemas está el relato de la vida, como si respondiese al deseo expresado con contundencia coloquial: “Vivamos, de una puta vez”. En cuanto relato de la vida, siempre compleja, los poemas presentan circunstancias diversas, la maternidad con la reiterada presencia de la hija, el amor, el desamor, el ser víctima de un robo, la enfermedad, el dolor, los miedos —algunos de los inéditos están escritos ya durante la pandemia—, las esperanzas, el presente y el recuerdo de lo ido y aun el futuro imaginado tras la muerte…
En armonía con todo ello, habla un yo que, reflejo de la realidad, no es un personaje monolítico, sino el resultado de fuerzas y pulsiones que lo hacen compuesto: “quiero ser la bailarina de la foto y la madre de mi hija y la hija de mi madre quiero ser la mujer que duerme con mi novio cada noche quiero ser la ex de mis ex, la que escribe los libros” y varias otras cosas más en una secuencia que concluye con “quiero tener mi vida y también no tenerla, quiero ser libre y también quiero que llegue una condena y que me ate”.
Así, la voz que habla en estos poemas dice verdad al poner de manifiesto la contradicción de eso que se nombra como yo y que al fin no es sino una multiplicidad de yoes, de una mujer y, en último término, de un ser humano. “Es una pena que tú seas muchos hombres / y yo sea a mi vez muchas mujeres”, se dice para añorar la falta en esa multiplicidad de otra mujer más.
Discurso, pues, este de Moreno de la vida, de la multiplicidad de sus situaciones en un decir que, tendiendo a lo narrativo, en ningún momento deja de ser poético, aliento de emociones, de sentimiento, en suma, de realidad… hecha poema.
El olor de la habitación de mi hija
me devuelve algo de paz
solo un poco
no la necesaria para detener los acontecimientos.
Pero entro allí
aspirando fuerte
por si el mundo se deshace
y la incongruencia.
Hay mucha ropa sobre la cama
y pequeños zapatos del número veintitrés
tirados por el suelo.
El olor de la habitación de mi hija
quiere decir
que la estabilidad en el amor
solo sucede en un extraño caso:
de mí hacia ella
ni siquiera al revés.
¿Es suficiente esa genética
redención unilateral?
Es al menos un dulce pozo donde caer
agarrotado el corazón
pero sin llegar nunca a estrellarse contra el suelo.