Durante una década, James Williams (Florida, 1982) fue uno de los mejores estrategas de Google, llegando a ganar el Founder’s Award, el mayor honor que la compañía concede a sus empleados. Pero en 2016 abandonó la empresa informática al tomar conciencia del impacto negativo que la tecnología digital tiene sobre sus usuarios y se mudó a Inglaterra para estudiar Filosofía en la Universidad de Oxford doctorándose en la ética de la tecnología. ¿Qué descubrimiento propició un cambio tan radical?
Según explica él mismo en su ensayo Clics contra la humanidad (Gatopardo), un perturbador y lúcido ensayo que analiza el impacto de vivir pegados a las pantallas y los intereses reales de las grandes empresas tecnológicas, “los sistemas inteligentes de persuasión que condicionan nuestro pensamiento y nuestra conducta constituyen una grave amenaza para la libertad y la democracia”.
Desde la prehistoria está claro que toda forma de tecnología, desde las hachas de piedra hasta internet, dan forma a nuestro pensamiento y comportamiento. “La pregunta clave es si, al hacerlo, nos ayudan a lograr nuestras metas y a vivir las vidas que queremos vivir durante nuestro corto tiempo en este planeta”, defiende Williams, que insiste en que “el sistema de persuasión industrializado que tenemos hoy ante nosotros está ampliamente desalineado con estos propósitos humanos y, por lo tanto, necesita urgentemente un replanteamiento y una reforma”.
Un precio demasiado alto
Las críticas del autor, que entremezcla a través de una prosa accesible y coloquial las explicaciones más técnicas y punteras con fábulas y anécdotas del mundo clásico, se centran en una palabra clave: atención, dando la razón a muchos pensadores actuales (en los últimos meses han coincidido en estas páginas con similar diagnóstico Ramón Andrés, Rafael Argullol, Víctor Gómez Pin o Carlos García Gual) que reclaman a nuestra sociedad falta de ella y de tiempo. “Cuando ‘prestamos’ atención, que es en última instancia lo que nos reclaman empresas como Facebook, Instagram o Twitter, les pagamos con todas las cosas que podríamos haber hecho de otro modo y, en períodos de tiempo más largos, con todas las vidas que de otro modo hubiéramos vivido”, explica.
"El sistema de persuasión industrializado que tenemos hoy ante nosotros está ampliamente desalineado con estos propósitos humanos", afirma Williams
Y es que debemos pensar, prosigue Williams, que “cuando nuestra atención se ve socavada, se nos roba la oportunidad de ser mejores ya que perdemos la capacidad de escribir nuestra propia historia. A un nivel macro, lo mismo sucede en las familias, comunidades o sociedades”. De esta reflexión nace su conclusión más acuciante y demoledora –que le llevó a ser el ganador inaugural del Premio Nine Dots de la Universidad de Cambridge al pensamiento original–, la de que esta batalla por la atención es la más importante de nuestro tiempo. “Salvaguardar la atención humana es una prioridad en el mismo sentido en que poder ver por el parabrisas es un requisito previo para conducir un coche. La atención es la capacidad que nos permite lograr cualquier otra cosa. Para ‘conducir el coche’ de nuestra vida, sociedad, planeta o lo que sea, el parabrisas debe estar despejado de distracciones superfluas”.
Porque superfluo puede parecer dedicar unas cuantas horas al día a navegar por Twitter o ver vídeos de Youtube, pero ¿qué ocurre cuando estas formas de interacción trascienden lo virtual? Un ejemplo reciente lo tenemos en lo ocurrido hace unos días en el Capitolio de Estados Unidos, pero llevamos años asistiendo a linchamientos virales en redes que muchas veces preceden y exceden a la justicia. “Toda esta ira, respuesta útil y justificada a las malas acciones, se convierte en un problema cuando se transforma en un proyecto de degradación del estatus del percibido como transgresor. Algo muy común en entornos digitales como las mal llamadas redes sociales”, apunta Williams. “No parece casualidad que el auge del populismo coincida con el de entornos que apelan a nuestros más bajos instintos o a nuestros empeños más pueriles”.
“Recuperar la atención es vital para que sobreviva el yo tal y como se lleva entendiendo en Occidente más de tres siglos”, insiste Williams
¿Cómo combatir, pues, esta absorción de nuestra voluntad que acomete la tecnología? Para el autor, aunque parezca extraño, la primera frontera pasa por algo tan intrínseco al ser humano como el lenguaje. “No podemos solucionar nada de esto a menos que podamos hablar con claridad al respecto. Esto implica no solo acuñar nuevos términos como clickbait, que nos ayudan a visualizar los peligros, sino también descartar otros inútiles o engañosos como redes sociales”, asegura. Esta búsqueda de claridad lingüística es, a su juicio, parte de la tarea cultural más amplia de replantear el diseño y la evaluación de la tecnología en términos de nuestros más altos estándares morales y estéticos. “Los guardianes de la trascendencia en nuestra sociedad, aquellos que nos guían en materia de arte, religión, literatura, etc., tienen un papel decisivo que jugar en la reforma de nuestro entorno tecnológico”.
Un control sin precedentes
En este sentido, Williams matiza que, a pesar de todo, él defiende la fe en la tecnología, que ha fascinado y maravillado a la humanidad ininterrumpidamente desde la Revolución Industrial hasta hoy. “Soy un crítico de tecnología en el mismo sentido en que lo son un crítico de arte o de literatura. No busco derribar el objeto de mi crítica, sino comprender sus matices y elevarlo para ayudarlo a alcanzar su objetivo potencial”, matiza el pensador. “Tengo en ella el tipo de fe que un padre tiene en el futuro de su hijo revoltoso: una fe en que pronto crecerá y empezará a entenderse a sí misma y a ponerse con éxito al servicio de los verdaderos intereses humanos”.
“Sinceramente, no sé si este descubrimiento llegará demasiado tarde. Las generaciones futuras tendrán que responder a eso, si pueden recordar hacer la pregunta”, confiesa pese a la esperanza. “Por ahora, me alienta que finalmente nos demos cuenta de lo feroz que es esta guerra para llamar nuestra atención”. Y, por ello, reitera que lo primordial es “cambiar radicalmente nuestra perspectiva sobre el problema. No existe un precedente histórico de este poder para moldear la vida humana a escala. Ni los gobiernos, ni las religiones, es un verdadero ‘imperio de la mente’”, expresa en alusión al famoso discurso de Winston Churchill sobre el futuro.
"De particular importancia es la necesidad de rediseñar cómo pensamos y hablamos y darnos cuenta de que hoy en día, unas pocas personas de unas pocas empresas poseen la capacidad de configurar el pensamiento y la conducta de miles de millones de seres humanos”. Una reflexión estremecedora a la que le sigue un corolario más tajante. “Esto no es simplemente una cuestión de distracciones menores, es una cuestión de supervivencia del yo tal y como se lleva entendiendo en Occidente más de tres siglos”.