La escritora y pensadora Simone de Beauvoir (París, 1908-1986) es una figura emblemática que con El segundo sexo (1949) marcó un hito en el feminismo internacional. Ganó en 1954 el Premio Goncourt con su novela Los mandarines y fue la tercera mujer en obtenerlo, tras Elsa Triolet y Béatrix Beck. Filósofa, novelista, memorialista, activista, participó en todos los combates del siglo XX, codo a codo con Jean-Paul Sartre. Lumen ha publicado Las inseparables, una novela póstuma e inédita que narra la amistad, desde la infancia, entre dos jóvenes mujeres que desean vivir su propia existencia al margen de las convenciones de su época y de su entorno burgués.
Los desafíos de los personajes, Sylvie y Andrée Gallard, su educación sentimental, sus deseos intelectuales, sus crisis espirituales, coincidirán punto por punto con la historia de la profunda complicidad entre Simone de Beauvoir y Elisabeth Lacoin, a quien llamaban “Zaza”, fallecida un mes antes de cumplir los veintidós años, de encefalitis viral. Esa muerte estará muy presente en diversas etapas de la obra de Beauvoir.
Simone y Zaza se conocieron a los nueve años y quedaron fascinadas la una por la otra, crecieron siendo inseparables y compartieron amigos, entre ellos Maurice Merleau-Ponty, de quien Zaza se enamoró y cuya relación quedó malherida por la oposición de la familia Lacoin y truncada por la muerte súbita de Zaza. En la novela, Merleau-Ponty será Pascal y Sylvie, la narradora, culpará de la muerte de su amiga Andrée a los impedimentos sociales que la señora Gallard ponía a la felicidad de su hija. La madre de Andrée, como la madre de Zaza en la vida real, nunca vio con buenos ojos a la amiga a la que consideraba demasiado intelectual, demasiado extravagante y poco religiosa, y tampoco soportará a un novio poco convencional.
La novela es un retrato de la época, de las vidas limitadas de las jovencitas burguesas, de las jornadas en las casas de campo y de los esforzados inicios universitarios para las más avanzadas. En los párrafos finales, la señora Gallard dirá ante la tumba de su hija, cubierta de flores blancas: “No hemos sido más que instrumentos en las manos de Dios”. Sylvie, la narradora, el alter ego de Simone, lanzará su sentencia: “Comprendí confusamente que Andrée había muerto asfixiada por esa blancura”.
Póstuma e inédita, la novela narra la amistad entre dos mujeres que desean vivir al margen de las convenciones
En el epílogo, Sylvie Le Bon, hija adoptiva y heredera literaria de Beauvoir, afirma que en varias ocasiones, y en diferentes libros, Simone “intentó en vano resucitar a Zaza”, y que esta novela corta la escribió en 1954, pero no fue de la satisfacción de Beauvoir, razón por la que no se publicó. Será en las Memorias de una joven formal (1958), donde, dice Sylvie Le Bon, la escritora “integra la historia de la vida y la muerte de Zaza”. Es importante hacer estas puntualizaciones, porque puesto que en los Cahiers de jeuneusse. 1926-1930, publicados también póstumamente, en 2008, con edición de Sylvie Le Bon, se repiten las referencias a Zaza, es lógico reconocer que se trata de diversas versiones de la misma experiencia.
Si comparamos la novela con la evocación de la amistad de Simone con Zaza en Memorias de una joven formal, encontramos párrafos idénticos. En esa medida la novela no es inédita desde el punto de vista del contenido, pero es interesante al aislar la relación con Zaza de todo el marasmo de relaciones, reflexiones y experiencias de la propia Simone. Si hemos de creer que la novela fue escrita antes que la elaboración de las memorias, la ficción aporta una ligereza y una carga sentimental que no tiene la escritura memorialística, tan abigarrada, de Beauvoir. Hay un aire de la época, descripciones de la naturaleza con un tono romántico, hasta hacer de la novela algo más etéreo que la misma realidad.
Entre líneas leemos la crítica de Simone de Beauvoir a las convenciones, a las debilidades burguesas y a las costumbres restrictivas que podían acabar, no sólo con los sueños de libertad de las mujeres, sino con su propia salud. Muy de agradecer la excelente traducción y los elementos iconográficos. Esta versión dulcificada de la realidad se lee con placer y, en lo profundo, se adivina a una sentimental Simone de Beauvoir, mucho más densa en sus reflexiones biográficas.