Descrito por John Le Carré como “un comediante en el sentido de Graham Greene, un artista en el sentido de Thomas Mann”, Richard Sorge nació en Bakú en 1895, hijo de un ingeniero alemán y de madre rusa, aunque cuando tenía dos años la familia se instaló en Berlín. Voluntario en el ejército alemán al estallar la Primera Guerra Mundial, fue herido en varias ocasiones. Regresó del frente con una cojera permanente, la Cruz de Hierro, y el descubrimiento de diversos grupos izquierdistas que exigían la revolución política y social. Así, en enero de 1918, tras estallar la revolución bolchevique en Rusia, se afilió al Partido Socialdemócrata Independiente de Alemania, y un año después, siendo Doctor en Filosofía y Economía, al Partido Comunista alemán, lo que le impidió trabajar en la universidad.
Reclutado por la inteligencia soviética en 1924, Sorge consiguió ser enviado a China como corresponsal del Soziologische Magazin de Berlín. Los informes confidenciales que mandó a Moscú durante sus tres años en Shangai, rebosantes de informaciones sobre la expasión del imperialismo japonés y la invasión de Manchuria, confirmaron sus dotes de análisis y seducción, mientras acumulaba aventuras políticas, dipsómanas y sentimentales.
Cuando en 1933 volvió a Alemania, Hitler ya estaba en el poder, lo que le empujó a codearse con jerarcas del partido nazi, al que se afilió, antes de marchar a su siguiente destino: Japón, instalándose en Tokio en 1933. Corresponsal del Frankfurter Zeitung, el diario alemán más prestigioso de la época, comenzó a colaborar con la inteligencia militar soviética mientras se convertía en íntimo amigo del agregado militar alemán, Eugen Ott, futuro embajador, y en el amante de su esposa, Frau Ott, que alternaba con funcionarias, aristócratas y putas.
Desenmascarado como espía por sus insensateces y bravuconadas, también por azar, fue detenido en 1941 y ahorcado en 1944. Antes, mientras sus cómplices y compañeros, cantaban como canarios, Sorge lo negó todo hasta el final y sólo veinte años después de su muerte, en 1964, fue proclamado Héroe de la Unión Soviética.
Cambiando la historia
Hasta aquí la versión conocida oficial, demasiado asombrosa y llena de lagunas como para que un historiador como Owen Matthews (Londres, 1971), corresponsal en Moscú durante años, no quisiese investigar un poco más. El resultado es Un espía impecable (Crítica), una biografía de casi 600 páginas que nació cuando Matthews comprendió que sólo los aficionados a las historias de espías conocían a Sorge y, sobre todo, que “el último libro escrito en Occidente sobre él, hace veinte años, ignoraba completamente la versión soviética”. Tras comprobar en los archivos rusos que ningún investigador extranjero había examinado nunca los expedientes relacionados con Sorge, decidió completar “su carrera incluyendo los informes de sus colaboradores y contactos en Moscú”.
"A diferencia de la mayoría de espías famosos, como Kim Philby, Sorge sí cambió el curso de la historia”, defiende Matthews
Lo que descubrió, le confirmó lo que siempre había supuesto, que “Sorge fue el mejor espía de la Segunda Guerra Mundial, y posiblemente de la historia”. Y lo fue, subraya, no solo por su cercanía a Hitler, Stalin y al primer ministro japonés, sino porque “fue uno de los pocos infiltrados cuya información realmente cambió la historia”. Y apunta sus dos grandes éxitos: informó a Stalin de que los japoneses definitivamente no invadirían la URSS, permitiendo la transferencia de enormes fuerzas para defender Moscú contra el avance alemán”.
También informó del Pacto Antikomintern, del ataque a Pearl Harbor y posiblemente de la Operación Barbarroja, esto es, de la invasión nazi de la Unión Soviética en 1941. El problema fue que el jefe de Sorge en Moscú, Jan Karlovich Berzin, fue acusado de traición en 1938 y ejecutado, y que Stalin, informado de las juergas de su mejor espía, le consideraba un “pervertido poco de fiar”.
Engaño patológico
"Sorge se sentía un soldado de la revolución y creía en la paz mundial. Murió con mucha valentía, mientras su mundo se desmoronaba", explica Matthews
Con todo, sus informaciones confidenciales cambiaron el curso de la historia. “Desde luego, la mayoría de los espías, incluidos algunos de los más famosos, como Kim Philby y George Blake, jamás llegaron a proporcionar información estratégica importante. Solo unos pocos, como Sorge o el coronel Oleg Penkovsky, que espió para los estadounidenses durante la crisis de los misiles cubanos, alteraron de verdad el curso de los acontecimientos”.
Quizá por eso, Matthews no oculta su fascinación por el personaje, a la luz de los nuevos datos obtenidos, a pesar de reconocer que fue, en muchos sentidos, un mal hombre, “y no me refiero a su comportamiento mujeriego y alcohólico, que resulta hasta entrañable, sino a su compulsión patológica por engañar a todos todo el tiempo, sin dejar de mentir jamás a su entorno. Por otro lado, se sentía un soldado de la revolución, creía de corazón en el comunismo y en la paz mundial, y murió con mucha valentía, mientras su mundo se desmoronaba. Fue, pese a todo, un hombre de principios, de corazón y de acción”.