Arranca Marta Carnicero (Barcelona, 1974) Coníferas con un engañoso cebo. Sabemos que el protagonista, Joel, marcha a un lugar cercano a donde vive, Walden, para mandarse a sí mismo cartas que su vecina, Alina, de la que está encandilado, recoge y le entrega. Pero pronto el remitente de las cartas será un suplantador anónimo que conoce los más recónditos secretos de su vida. Semejante anécdota hace pensar en un relato de peripecias marcadas cuando, en realidad, se trata de una novela de férreo intimismo en la que, sin faltar inventivos episodios, todo se encierra en las relaciones privadas de la pareja. A este fin, el espacio refuerza al máximo el ámbito cerrado de la trama argumental: Walden es poco más que un caserío aislado y tan al margen de la civilización tecnológica que voluntariamente carece de internet.
Ahí, en ese pueblito idílico, a resguardo de un hermoso bosque de coníferas que presta a la novela su alegórico título, encierra la autora una densa historia de amor romántico, también engañosa porque las sutilezas emocionales en las que se recrea se acompañan con momentos de erotismo fisiológico franco; el idealismo expresivo se torna en esas ocasiones decir vulgar, deslenguado y escatológico. En esta vertiente de Coníferas, Carnicero se revela como una penetrante narradora psicologista, atenta al matiz, certera en fijar los vaivenes y límites de las emociones, magistral al recorrer los caminos que van de la ilusión al desánimo, de la ternura a la agresividad o de la confianza a la sospecha insidiosa.
Marta Carnicero se revela en esta novela como una penetrante narradora psicologista, atenta al matiz y certera en fijar los límites de las emociones
Esta recreación de interiores en sí misma magnífica por la agudeza de las observaciones anímicas relativas al sentimiento amoroso, con un interés casi autónomo, funciona también como trampolín, perfectamente imbricado en la otra trama, de una peripecia distinta, marcada por una notabilísima inventiva. Ahora Carnicero pone en juego recursos de la fantaficción y aun del fantaterror sin caer en los enojosos artificios y exageraciones de la fantasía visionaria.
Se cumple al máximo el requisito de la suspensión del descreimiento porque el anecdotario inquietante resulta de radical humanidad. Se trata de la inserción en la mente de los protagonistas de un chip que permite controlar la memoria de forma selectiva y ayuda a combatir la demencia y el deterioro cognitivo en general. Los continuos aciertos imaginativos que ribetean esta apasionante aventura conducen al núcleo temático: la personalidad.
En un giro narrativo la autora somete a un tercer grado el secreto de la identidad, subordinada a los recuerdos y al misterio del desdoblamiento, a la existencia de un otro y al yo reflejado en el espejo u oculto tras el azogue. No recuerdo una ficción tan lograda como ésta que lleve tan lejos el juego enracimado del tema del doble. Lo hace, además, con impactante intensidad cordial. De ahí resulta un triste y conmovedor retrato de la soledad humana, hija de las ilusiones imposibles.