Como pasa con todos los acontecimientos históricos, nuestra consideración del 23-F cambia al compás de los tiempos. Baste recordar que hace solo diez años, al cumplirse el trigésimo aniversario, la conmemoración del golpe frustrado se vivió aún con solemnidad como la gran victoria de nuestra democracia. Tres meses después eclosionaba el movimiento 15-M y con él, una marejada sociopolítica que cuestionaba nuestro sistema, despectivamente motejado de “régimen del 78”. Surgían nuevos partidos de ámbito estatal —Podemos, Ciudadanos, VOX— muy críticos con la democracia existente y el bipartidismo que la sustentaba y, por si fuera poco, la piedra angular, la Corona, sufría un proceso insólito de desgaste.
Si el fracaso del golpe constituyó, según unánime dictamen, la legitimación de facto de la Monarquía, no es extraño que desde hace algún tiempo, la crítica acerba a la institución se extienda a la siempre discutida actitud del rey en aquellas fechas de 1981. El 23-F, que era el mito fundacional de nuestra democracia, el único respetado por la inmensa mayoría del arco político, ha sufrido así una erosión imparable, por cuanto el triunfo constitucional ha sido relativizado por la actitud crítica hacia nuestra democracia de las fuerzas izquierdistas, populistas, nacionalistas e independentistas que han ganado protagonismo en la vida pública.
En este contexto debe darse la bienvenida a una aportación editorial que aúna la distancia y frialdad analítica con el rigor académico: aquí está resumido todo lo que hoy puede saberse de aquel golpe, expuesto con orden, claridad y un gran acopio documental, basado en su mayor parte en fuentes de primera mano. El autor de esta proeza no podía ser más que uno de los mayores especialistas universitarios en el 23-F, Roberto Muñoz Bolaños (Madrid, 1970), que ya dedicó al tema su tesis doctoral (2012) y que lleva varios lustros publicando monografías y artículos especializados sobre las relaciones político-militares y más en concreto, el golpismo en la Transición.
Precisamente, lo primero que habría que especificar es que este no es solo un libro sobre el 23-F sino sobre el fenómeno golpista en el período. Dividido en seis partes de desigual longitud, solo una de ellas, la quinta —aunque es verdad que la de más larga extensión— se ocupa del asalto al Congreso, el suceso más llamativo del intervencionismo militar. Las otras partes del volumen tratan otros aspectos de la presión militarista, si no tan espectaculares, sí reveladores de las espinosas relaciones entre poder civil y estamento castrense después de Franco.
Este libro resume todo lo que hoy puede saberse del 23-F con orden, claridad y un gran acopio documental
Muñoz dedica las páginas iniciales a unas sucintas consideraciones sobre el protagonismo militar en nuestra historia contemporánea, para trazar luego una panorámica de la situación político-militar en el tardofranquismo. A partir de la segunda parte se utiliza una conceptuación quizá excesivamente rígida para dar cuenta del creciente ruido de sables: “la fase de influencia”, para la fallida etapa reformista de Carlos Arias y Manuel Fraga, y “la fase de blackmail” para el convulso primer año de Adolfo Suárez. Con la denominada “fase de desplazamiento y suplantación”, entramos ya en el núcleo de la cuestión, los diversos planes de carácter militar o cívico-militar para reorientar la transición por otros derroteros. El autor se refiere a ellos como las tentativas de una “Transición paralela”: el “plan A”, el “plan López-Bravo”, la “Operación Galaxia” y la “intentona Torres Rojas” se suceden en un corto intervalo, en un ambiente cada vez más crispado, entre el verano de 1977 y comienzos de 1980.
Este último es el año decisivo, “el punto de inflexión”, que Muñoz caracteriza de una forma que pocos podrían discutir: “todos contra Suárez”. En ese todos englobaba no solo la milicia, sino casi todas las fuerzas parlamentarias, el propio partido del presidente… ¡y el rey! Aunque se bosquejan varias operaciones civiles para desplazar a Suárez, son las operaciones militares las que cobrarán consistencia, aunque ninguna de ellas llegó a fase de ejecución. En ese ambiente enrarecido fue perfilándose la “solución Armada” como vía privilegiada para aglutinar aspiraciones heterogéneas que convergiesen en un cambio de rumbo o “golpe de timón”. Apunta aquí Muñoz las claves decisivas que lastrarán estas iniciativas y determinarán incluso el fracaso posterior del 23-F: la disparidad de proyectos, la desunión de las FF.AA. y la falta en su seno de un líder indiscutible.
Pero hay que subrayar que la “operación Armada” fue en principio una operación civil que pretendía imponerse por cauces pacíficos. Esto explica, según el autor, que el propio monarca permitiese su desarrollo pese a su discutible constitucionalidad (p. 267). Solo cuando el curso de los acontecimientos —en especial, la dimisión de Suárez y la designación de Calvo-Sotelo— hizo inviable el propósito primigenio, la “solución Armada” tomo otro cariz como “reconducción” de otras operaciones golpistas en marcha. El problema era que estas otras tentativas —muy señaladamente la de Tejero— no eran compatibles con los designios del general Armada, partidario de un gobierno de concentración. Tampoco Milans del Bosch —máxima autoridad militar involucrada— veía clara la operación, pese a lo cual, llegado el momento, decretó el estado de sitio en su región militar.
La investigación de Muñoz Bolaños logra dejar claro que todos los protagonistas mienten por una razón u otra
Muñoz subraya que el 23-F estuvo mal planificado y peor ejecutado. Paradójicamente, su improvisación, descoordinación y chapuza posibilitaron una situación fluctuante en la que por vías tortuosas, el golpe, si no triunfar en el sentido que deseaban los conspiradores, sí estuvo a punto de conseguir algunos de sus objetivos. Desde la ocupación del Congreso al desalojo del mismo hubo no pocos movimientos tácticos, un sinfín de conversaciones telefónicas, amenazas, traiciones y juego sucio. Sabemos algo de todo ello pero no todo, ni mucho menos. El autor intenta hasta donde puede desentrañar la madeja, pero a menudo debe formular reconstrucciones e hipótesis, siempre difíciles porque lo único claro es que todos los protagonistas mienten por una razón o por otra.
El autor se distancia de los analistas que se empeñan en apuntar al monarca como el deus ex machina de la conspiración pero tampoco acepta la versión oficial de “salvador de la democracia”, una interpretación interesada que presenta en su opinión muchos agujeros. Como mínimo, señala, don Juan Carlos pecó de imprudente primero, auspiciando la solución Armada, y, luego, en las horas iniciales del golpe, de dubitativo, ambiguo e indeciso (pp. 472-477). Otros múltiples políticos y dirigentes de la CEOE y el CESID quedaban asimismo en situación delicada (pp. 535-536).
Del mismo modo, el autor se desmarca de una verdad judicial que presentaba en su opinión graves inconsecuencias, sobre todo en lo relativo al comandante Cortina y al general Armada (pp. 542-543), sin contar que otros muchos implicados ni siquiera fueron encausados. En definitiva, sostiene Muñoz, la frágil democracia española no podía encarar toda la verdad sin ponerse en riesgo ella misma. Las páginas finales del libro se refieren al “golpismo residual” entre 1982 y 1986. Una última observación, de otra índole: las sucesivas ediciones de este libro —que las merece de sobra— debían subsanar las excesivas erratas que afectan a dataciones y nombres propios).