Tras comprobar el último año cómo los sueños de crecer en fraternidad se desvanecían y que los cambios eran ante todo instrumentales, mientras las orientaciones sociales seguían siendo las mismas, el diagnóstico de Adela Cortina (Valencia, 1947) resulta abrumador: “Sólo hemos descubierto el teletrabajo, la telemedicina, las relaciones virtuales… Ha sido otra ocasión perdida”. Quizá por eso, la filósofa apuesta en su último libro, Ética cosmopolita (Paidós), por la cordura. “Desde luego, explica a El Cultural, transhumanismo y poshumanismo han prometido la muerte de la muerte y el fin de la enfermedad en un breve plazo. El coronavirus ha puesto al desnudo que eso es una desmesura, muy rentable económicamente para quienes la cultivan, pero sin sustento científico. Frente a lo desorbitado y pretencioso propongo optar por la virtud de la cordura, que es un injerto de la prudencia en el corazón de la justicia”.
“Frente a lo desorbitado y pretencioso, propongo la cordura, un injerto de la prudencia en el corazón de la justicia”. Adela Cortina
Su enfoque coincide con el de Josep Maria Esquirol (Sant Joan de Mediona, 1963), para quien este episodio crítico que aún estamos viviendo “nos ha vuelto a poner de manifiesto, en primer lugar, la esencial vulnerabilidad de la vida humana; en segundo lugar, el hecho de que no estamos construyendo el mundo tal como deberíamos y, finalmente, que nadie se sostiene en pie solo”. El autor de Humano, más humano (Acantilado) nos recuerda además cómo, después de la tragedia de la Segunda Guerra Mundial se empezó a cuestionar si era posible “pensar después de Auschwitz”, pues algunos pensadores y poetas entendían que debía darse un giro muy importante en la cultura, en la educación y en el pensamiento “porque los que había no consiguieron evitar el mayor de los infiernos. Pero pronto se impusieron las inercias evasivas, y las nuevas ideologías del consumo”.
Por eso afirma no saber qué va a ocurrir con el pensamiento español pospandémico, pero sí qué le gustaría que ocurriese: “que diéramos mayor espacio a la reflexión en nuestras vidas, y que comprendiéramos mejor la situación humana que todos compartimos: que vivimos sobre la tierra y bajo el cielo y que, en verdad, nadie está por encima de nadie. Y que lo que más sentido da a nuestras vidas es hacer las cosas bien y hacer el bien”.
“Tendríamos que dar más espacio a la reflexión para comprender que lo que da sentido a la vida es hacer el bien”. Josep Maria Esquirol
Por su parte, el politólogo Manuel Arias Maldonado (Málaga, 1974), que ya hace unos meses planteó una teoría política de la pandemia en Desde las ruinas del futuro (Taurus), subraya cómo las sociedades humanas se han adaptado a la amenaza que representaba el virus en cada momento, “primando de manera inédita la protección de la salud de sus miembros y, por tanto, restringiendo la vida social y la actividad económica: primero de manera tajante, luego más flexiblemente. Ambas, vida social y actividad económica, han continuado por los medios disponibles, lo que ha supuesto un empleo masivo de las tecnologías digitales de la comunicación. Al tiempo, nos hemos hecho conscientes de los riesgos ambientales para nuestra salud y hemos cedido más o menos gustosamente una parte de nuestras libertades a cambio de la promesa de seguridad”.
Importante autocontrol social
Si a eso le añadimos el hartazgo o el malestar que se derivan de esta situación, y cuyas consecuencias están por verse, pero que de momento se han mantenido en límites tolerables, lo más sorprendente es que “el autocontrol social ha sido considerable”, destaca.
“Las peores consecuencias de la pandemia están por llegar. la falta de ejemplaridad de la vida pública las intensificará”. José Luis Villacañas
Más radical, José Luis Villacañas (Úbeda, 1955), autor de la biografía definitiva de Luis Vives, y coordinador de Pandemia. Ideas en la encrucijada (Malpaso), nos dice que la ética es una institución demasiado antigua como para que cambiemos nuestras percepciones de ella con la pandemia. “Esta nos ha mostrado que el lugar de la ética es el carácter. Eso es lo único concreto, lo que permite responder a las circunstancias difíciles en su concreción y sin perderse abstracciones. Por eso en este tiempo han estallado los caracteres en su rutilante pluralidad. Pero un carácter se forja en la construcción de un ritmo de la vida”. En su opinión, lo que hemos visto es que “todos los ritmos vitales han sido rotos y que unos han sufrido más que otros por ello porque unos eran más sólidos que otros. El ritmo privado/público, trabajo/ocio, tiempo de poder/tiempo de deber, todo ha estallado por los aires cambiando la vida cotidiana con necesidades urgentes de compensaciones, por lo general postergadas y acumuladas”.
El resultado es evidente: la pandemia está durando demasiado produciendo frustraciones sin número. Y aunque aún es pronto para saber cómo afectará esto a la formación futura del carácter, dice que sí somos testigos de que “la inquietud recorre los ánimos y que no todos van a responder con un trabajo psíquico adecuado”. Por eso, advierte de que seguramente “la fortaleza psíquica de la población retroceda de forma considerable, dando lugar a regresiones y brutalidad” cuyas peores consecuencias aún están por llegar. Eso sí, vislumbra ya que “la falta de ejemplaridad de la vida política la intensificará”.
“Hemos cedido más o menos gustosamente parte de nuestras libertades a cambio de la promesa de seguridad”. Manuel Arias Maldonado
Sin embargo, cree que no habrá una respuesta homogénea, porque “nuestras sociedades son muy complejas. Cada uno responderá según su arsenal cultural. Pero algo está claro: se radicalizarán las diferencias y se tenderá a polaridades”. Y la razón es obvia: aquellos en quienes hemos delegado puestos de cuidado (sanitarios, profesores, madres, padres…) tendrán que fortalecer mucho su sentido de la responsabilidad, que contrastará fuertemente con las personas que quieren compensaciones inmediatas. “Y los primeros tendrán cada vez menos apoyo en los segundos. Vamos a ver fenómenos muy decepcionantes de desmoralización, resentimiento y violencia frente a otros de abnegación, generosidad y amparo. No es un escenario de cohesión y de integración”, nos advierte.
Dar recursos a la ciencia
“Cuando todo acabe, habrá que invertir tiempo y dinero en globalizar la respuesta a las crisis, Y cuidar la salud planetaria”. Salvador Macip
Tampoco rezuma optimismo precisamente el médico e investigador Salvador Macip (Blanes, 1970), que acaba de publicar Lecciones de una pandemia (Anagrama), y que denuncia que, como sociedad y como cultura, hemos fallado en muchas cosas, “empezando por no estar preparados para algo así, a pesar de que los científicos llevan años avisando que podría pasar”. Dice más. Que nos ha faltado también coordinación, a nivel mundial y a veces dentro de un mismo país, y que muchos líderes han sido muy lentos tomando decisiones y no se han sabido adaptar a los nuevos datos que iban llegando.
“También ha faltado autocrítica y aprender de los países que lo estaban haciendo bien. Y ha fallado la comunicación con los ciudadanos, que no ha sido suficientemente clara y transparente”. En el lado positivo, comenta que hemos aprendido que si la ciencia tiene suficientes recursos puede encontrar soluciones a crisis como esta en un tiempo récord. Y que lo más importante ahora sería “reflexionar sobre todo esto para prepararnos mejor para la próxima crisis”.
“La distribución desigual de las vacunas está siendo el último capítulo de este sálvese quien pueda, que ni es ético ni es eficaz”. Agus Morales
Mientras llega este nuevo apocalipsis, el periodista y escritor Agus Morales (El Prat de Llobregat, 1983), que lanza estos días Cuando todo se derrumba (Libros del KO) traza un retrato de urgencia desolador: “Esperábamos que la pandemia nos diera lecciones porque tendemos a ver en los grandes acontecimientos propósitos moralizantes, pero más bien nos ha dado escarmientos. El más importante: el mundo no es capaz de ponerse de acuerdo ni siquiera en una situación excepcional. Y la distribución desigual de las vacunas está siendo el último capítulo de este sálvese quien pueda, que ni es ético ni es eficaz”.
Democracia del odio
Además del agotamiento y la frustración, otra de las consecuencias de la pandemia, vinculada a las relaciones interpersonales telemáticas, es el descubrimiento de una auténtica “democracia del odio” cuyos principales rasgos nos describe el filósofo Daniel Innerarity (Bilbao, 1959) en Pandemocracia. Una filosofía de la crisis del coronavirus (Galaxia Gutenberg). Se trata, explica Innerarity, de lo que antes llamábamos “polarización”. Y no se refiere a los fenómenos explícitos de odio hacia los otros, a los diferentes, “sino una cualidad general de nuestro espacio público, que presta demasiada atención a quien divide, rechaza y confronta, mientras que apenas se fija en liderazgos que tratan de unir o simplemente proponen objetivos que no se definen por contraposición a nadie".
"En el origen de este fenómeno están los políticos que se comportan de este modo, pero también la agitación de los medios tan poco atentos a las tendencias de fondo y nuestros propios sesgos que nos llevan a fijarnos en lo espectacular o negativo", profundiza el pensador. "Y luego nos sorprendemos de que lleguen las crisis y nos pillen desprevenidos. Vivimos en una inmensa distracción colectiva”.
“Prestamos demasiada atención a quien divide, rechaza y confronta. Vivimos en una inmensa distracción colectiva”. Daniel Innerarity
Ante esta situación, la única manera de salir mejor como sociedad de esta experiencia traumática es, según el periodista y escritor Daniel Bernabé (Madrid, 1980), autor de Ya estábamos al final de algo (Bruguera), que variemos la relación entre política y economía, “recordando que la segunda debería estar bajo control de la primera, es decir, bajo una supervisión democrática. Claro que la economía marca unos límites no sólo a la política, sino a lo posible, lo cual no implica que haya olvidado su naturaleza primigenia al servicio del desarrollo humano para ensimismarse en su propia replicación”.
Por eso, su propuesta para pensar la postpandemia, “más como deseo que como certeza”, es que el entendimiento tomara ejemplo de las que llamamos “actividades esenciales” en el primer confinamiento. Profesiones oscurecidas, “habitualmente mal pagadas, pero imprescindibles, que tuvieron que realizarse porque eran los cimientos de nuestra sociedad. Hace falta una vuelta a lo básico, a aquello que separa lo fundamental de lo contingente, a aquello que muestre dudas pero no tenga reparos en hacer afirmaciones”.
Una humanidad madura
Sin fe alguna en lo que algunos llaman la nueva normalidad, “un verdadero engañabobos” según Adela Cortina, la única manera de salir mejores de esta pandemia es para la filósofa valenciana muy sencilla, “aprender que la fragilidad y la vulnerabilidad nos constituyen, que somos interdependientes y la madurez consiste en reconocer nuestra interdependencia. La solidaridad y la ayuda mutua serían entonces la apuesta por la cordura en el nivel personal, local y global”.
“Deberíamos tomar ejemplo de las actividades esenciales, profesiones oscurecidas, mal pagadas pero imprescindibles”. Daniel Bernabé
Innerarity, en cambio, plantea que, en un escenario ideal, deberíamos salir de esta crisis sanitaria conociendo no solo más cosas sino con un mejor conocimiento de nuestra condición humana, de sus posibilidades y sus límites. Y Arias Maldonado cierra el debate contundente, ya que considera que una parte de la tarea del pensamiento pospandémico “consiste en desdramatizar la pandemia misma, que está lejos de haber sido el fin del mundo: es un virus de letalidad moderada, para el que hemos descubierto un tratamiento eficaz, y demás de manera muy rápida”.
La segunda parte consistiría en asumir colectivamente “una concepción madura del progreso humano como ideal sometido a accidentes y desequilibrios”, abandonando la noción infantil del mismo como una ley de la historia llamada a realizarse inmaculadamente. “Solo así, dice, podremos librarnos de la aprensión hacia el futuro que parece atenazarnos desde que el siglo XX nos enseñó que no somos dueños de la Historia. Porque tampoco somos sus esclavos”.